Donde mejor se aprecia el papel del Estado ha sido en la internacionalización de la agricultura. La apertura de nuevos mercados externos se consolida para la agricultura en general en los años noventa, exceptuando la situación previa de la actividad forestal, frutas y vinos. Ello gracias a la labor estatal en la suscripción de acuerdos y tratados internacionales. Nunca antes Chile se había volcado con tanto entusiasmo y profundidad al comercio exterior. Sin comprender el papel que ha jugado esa dimensión de la globalización, representada por los diferentes acuerdos internacionaleles, no se entiende plenamente lo sucedido en estos años. Un capítulo trata justamente de este aspecto, mientras en otro capítulo abordamos la contraparte menos entusiasta frente a la avalancha globalizadora; los temores y demandas de los agricultores durante las negociaciones de esos acuerdos. En definitiva, las expectativas resultaron algo exageradas, por cuanto no se produjo ninguna debacle de la producción silvoagropecuaria nacional, aunque las importaciones fueron lentamente minando la estructura productiva y sacando de la producción a los sectores más débiles, que no pudieron competir con las importaciones. En lo positivo, los acuerdos comerciales incrementaron sustancialmente las exportaciones silvoagropecuarias, posicionando a Chile como un líder mundial en el comercio de fruta fresca, sumando a la uva de mesa los berries del sur. Sin embargo, los cambios, y allí se han quedado cortos los pronósticos, han sido más que productivos, culturales. Y esta transformación de la economía rural, que está modificando el propio carácter del sur de Chile, no fue anticipada, ni quizás hoy día todavía es comprendida a cabalidad.
En definitiva, diversos mercados internacionales se ampliaron o se abrieron a las exportaciones del sur de Chile. Los arándanos, y otras frutas, los bulbos de flores, los productos lácteos y forestales, entre los principales, hoy día se comercian en el mercado mundial. En este libro se considera el caso de los arándanos y el de los bulbos de flores. Como se verá, es fundamental considerar el enfoque de las Cadenas Globales de Valor, para entender el modo en que se encuentra organizada la producción de ambos cultivos. Las empresas que los producen en el sur de Chile, participan en esas cadenas como productores, pero también en algunos casos han logrado tener presencia en otros eslabones de esa cadena, siguiendo la metáfora, llegando incluso a tener incidencia mundial en cómo se organiza hoy la producción, la comercialización y el consumo mundial de ellos.
Excepcional es lo ocurrido con los arándanos (Retamales & Hancock, 2018). Chile ha pasado a ser líder mundial de las exportaciones, y las empresas productoras-exportadoras chilenas tienen gran influencia en la cadena, desde la investigación genética previa a la producción, hasta la comercialización del producto fresco, que es consumido literalmente en todo el mundo.
En cuanto a los bulbos de flores, como se verá, la situación es menos relevante en términos de volumen de producción, pero también hay una presencia importante como país exportador (Benschop et al., 2010; Buschman, 2005; Grasolli & Gimelli, 2011). Además, los bulbos de flores son un excelente ejemplo de un producto agrícola globalizado; provienen de genética holandesa o japonesa, se cultivan, “engordan” como dicen en jerga del sector, en el sur de Chile, después se exportan a Europa o Asia, y finalmente se plantan en Holanda o Vietnam para venderse como flores en el mercado europeo o asiático. De este modo, las flores han pasado a ser un producto de “ninguna parte”, la expresión máxima de la globalización en el sector agrícola.
El rápido crecimiento de las exportaciones de berries y bulbos de flores, y los buenos negocios que se desarrollan actualmente desde el sur de Chile, no significa que en el futuro estas actividades seguirán teniendo una posición dominante en el mercado mundial. Así como se han establecido en Chile, esos mismos cultivos pueden instalarse en otras regiones del mundo. Ello ya ha ocurrido claramente con la producción de arándanos, la que incluso ha sido expandida en Latinoamérica y Europa desde Chile, por sus empresas, capitales y tecnologías. Ello puede significar grandes beneficios para las empresas chilenas que participan del mercado mundial de berries, pero no para la producción de arándanos en el sur de Chile, cuya competencia argentina y peruana ha ido aumentando.
En el caso de las flores, por el carácter globalizado de su producción, las ventajas para la economía regional de participar en esta producción están muy limitadas.
Por todo lo indicado, queda claro que el reciente proceso de internacionalización y transnacionalización que ha experimentado la economía agraria del sur de Chile, desde mediados de los años ochenta en adelante, está produciendo rápidas y profundas reestructuraciones del agro sureño.
Considerando cuánto está transformándose la economía regional bajo este proceso de “mundialización”, quizás pronto ya no será posible hablar de economía regional, en el sentido de un espacio productivo particular, que contiene actividades productivas, capitales y otros elementos identitarios determinados. En parte, las economías regionales, aparentemente, se diluyen en el amplio espacio de la economía mundial (Haesbaert, 2011). Sin embargo, a medida que avanza la globalización, desde el plano discursivo y por disposiciones legales, se ha abierto una nueva dimensión de los negocios agrícolas, a través de la referencia al lugar donde se produce: la denominación de origen, el “terroir”, se ha convertido en una nueva forma de segmentación de mercados (Barham, 2003; Van Leeuwem & Seguin, 2006).
Es necesario estudiar las economías regionales, considerando la dimensión global como un nuevo nivel de relación y de análisis de lo regional y lo local, más allá y fuera de las consideraciones nacionales (Buainain, Rocha de Sousa & Navarro, 2018; Sassen, 2011; Sklair, 2003).
En relación a esto, es cada vez más claro que la comprensión de la situación actual de la agricultura sureña, como la de cualquier otra zona, requiere realizar estudios comparativos con otras realidades regionales, latinoamericanas y europeas, pues los procesos experimentados presentan similitudes evidentes. En particular, una historia comparada de las dinámicas de desarrollo en el sur de Chile y Argentina permite encontrar elementos comunes y diferencias muy relevantes, ayudando a entender mejor qué significa todo esto para Chile; la especialización productiva, la internacionalización y transnacionalización del sur argentino (la fruta en el Alto Valle del río Negro), con todos los problemas que ha enfrentado en las últimas décadas, anticipan de algún modo dificultades y desafíos que en el sur chileno están todavía escasamente presentes.
Aspectos como el trabajo temporero, innovación productiva, apoyo estatal, mercados nacionales e internacionales, crisis económicas, transnacionalización, desarrollo energético, etc., han sido profusamente estudiados en las últimas décadas en Argentina. Toda esa experiencia histórica de una economía regional inmediata debe ser estudiada y comprendida en el sur de Chile (Almonacid, 2018; Bendini & Tsakoumagkos, 1999; Bendini & Steimbreger, 2003; Bendini & Alemany, 2004; Bendini, 2005; Bendini, Murmis & Tsakoumagkos, 2009; Bendini & Tsakoumagkos, 2012; Bendini, Steimbreger, Radonich & Tsakoumagkos, 2012; Mastrangelo & Trpin, 2011).
Por último, el mayor cambio que ha experimentado la economía silvoagropecuaria del sur de Chile es justamente que la economía sureña ha ido perdiendo ese carácter, especialmente desde los años noventa. Junto a las actividades silvoagropecuarias, tradicionales, el mundo rural ha comenzado a ser el espacio de otras actividades económicas. Uno de los factores relacionados con esto es la disminución de la población rural, por diferentes razones; tecnológicas, productivas y culturales, a lo menos. Hoy en día, cada vez menos personas viven y trabajan en el campo. La mayoría de quienes se desempeñan en la agricultura y otras actividades, viajan de la ciudad al campo, porque prefieren las comodidades o los servicios que entrega la vida urbana. Además, la propia crisis de los rubros productivos tradicionales, ha facilitado el surgimiento del turismo, en sus diferentes manifestaciones, el crecimiento de la subdivisión de predios para formar parcelas de agrado, para residentes ocasionales o para quienes migran al campo buscando llevar una vida más tranquila, con la posibilidad cada vez más extendida de contar con todos los servicios urbanos básicos, y sin que necesariamente ello signifique el desarrollo de alguna actividad agrícola (Robles, 2018). Por otro lado, la tierra se ha convertido en un recurso valioso para otros fines económicos, lo que debe ser comprendido como parte de las transformaciones experimentadas por el propio capitalismo neoliberal globalizado (Borras et al., 2012; Hodge & Adams, 2014; Kelly, 2011; Paniagua, 2012; Peluso & Lund, 2011). La tierra es cada vez más un bien para la especulación financiera. Asimismo, puede destinarse a proyectos turísticos de alto nivel y al conservacionismo, por ejemplo.
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