Mervyn Maxwell - Apocalipsis

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El Apocalipsis de Juan comentado de una manera amena, profunda y fundamentada. Este maravilloso libro anticipa desde los días de Juan, su autor, la historia de la iglesia cristiana, así como aspectos significativos de la historia de la humanidad, y su desenlace dramático, pero que tiene un final dichoso para los hombres de bien y buena voluntad. A lo largo de esta obra, el lector descubrirá que la profecía no solo anticipa el futuro, sino también revela claramente a Dios y su infinito cuidado por nosotros.

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Las cosas reveladas son para nuestros hijos y también para nosotros. (Véase Deuteronomio 29:28.) Dios quiere que los niños cristianos sean sacerdotes tan ciertamente como los adultos. Los niños y las niñas que aman a Jesús pueden orar por los demás tanto como un sacerdote o un ministro religioso. Muchos niños han gozado de la alegría de conducir al papá o la mamá a Cristo, como resultado de sus oraciones.

Jesús nos ha hecho sacerdotes. Aprovechemos al máximo este privilegio.

“Viene acompañado de nubes; todo ojo lo verá” . En Apocalipsis 1:7 se repite la promesa del Sermón Profético. Juan lo había escuchado de los propios labios del Maestro aquel martes de noche, iluminado por la luna, más de sesenta años antes. (Véase Mateo 24:30, y las páginas 21 y 22 de esta obra.) También la escuchó de labios de los dos “hombres” que aparecieron junto a los discípulos mientras Jesús ascendía al cielo en una nube. (Véase Hechos 1:11.) Pablo también, inspirado por el Espíritu de profecía, da testimonio de que Jesús, en su venida, aparecerá “en nubes” (1 Tes. 4:17).

Pero en Apocalipsis 1:7, ¿quiénes son “los que lo traspasaron”? En ocasión de su juicio, Jesús dijo a Caifás, dirigente judío: “Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo” (Mat. 26:64). Caifás fue la persona que asumió la mayor responsabilidad por la muerte de Cristo. Ciertamente, él era uno de los que “lo traspasaron”. Pero muchas otras personas tuvieron también participación criminal en esos hechos, y aparentemente ellos también, con Caifás, participarán de una resurrección especial, a tiempo para ver regresar a Jesús, rodeado de la misma gloria que ellos intentaron empañar. Daniel 12:1 y 2 nos ayuda a confirmar esta idea. Dice que cuando Miguel “surja”, o se levante, en el final de los tiempos, “muchos” muertos (no todos) resucitarán. Puesto que todos los justos resucitarán en ese momento (véase Apocalipsis 20:6), es claro que solamente algunos impíos lo harán. (El resto tendrá que esperar hasta que termine el milenio. Véase Apocalipsis 20:5.)

“Los que lo traspasaron” incluye a todos los que contribuyeron directamente a su crucifixión. Pero ¿no incluye esta expresión a algunos otros también?

En Hechos 9:5 Jesús dijo a Saulo, el perseguidor –que se convertiría en Pablo, el apóstol– que al perseguir a los cristianos lo estaba persiguiendo a él mismo. “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”, le dijo. Esto nos lleva a la sombría conclusión de que los principales perseguidores del pueblo de Dios a través de los siglos también pueden estar incluidos entre “los que lo traspasaron”, y que se levantarán de entre los muertos a tiempo para presenciar su Segunda Venida.

El Señor “que va a venir”. ¿Acompañará Dios el Padre a Jesús en su segunda venida? Apocalipsis 1:4 lo describe como “Aquel que es, que era y que va a venir”. Tal como vimos hace poco, en Mateo 26:64 Jesús dijo a Caifás que el Hijo del hombre regresaría “sentado a la diestra del Poder”. La palabra Poder bien podría ser uno de los nombres de Dios. En Apocalipsis 6:16, los impenitentes, en ocasión de la Segunda Venida, suplican a los montes y a las peñas que caigan sobre ellos y los escondan “del que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero”. La expresión “del que está sentado en el trono” se usa varias veces en Apocalipsis para referirse a Dios. (Véase, por ejemplo, Apocalipsis 5:6 al 8.) La conclusión más probable es, entonces, que Dios va a acompañar a su Hijo cuando venga por segunda vez. (Véase, también, Apocalipsis 7:15 y 21:5.)

“Yo soy el alfa y la omega”. El Nuevo Testamento fue escrito en griego. Alfa es la primera letra del alfabeto griego y omega es la última. De manera que “alfa y omega” es más o menos como decir “la A y la Z”.

Al llamarse a sí mismo el alfa y la omega en el versículo 8, Dios quiso decir que es el primero y el último, el principio y el fin. Vivía cuando el universo comenzó y seguirá viviendo mientras dure y más allá.

“Omega” , de paso, es en realidad “O-mega”, que significa “O grande” u “O larga”. La forma de la omega es el resultado de la costumbre de subrayar la O larga, para distinguirla de la O corta, que se llama “omicron”, es decir, “o chica” u “o corta”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, 1.700.000 yugoslavos, hombres, mujeres y niños, murieron en el intento –con éxito, por lo demás– de conservar la libertad de su patria. En los mismos días de esa violencia, David Friedentahl, artista y reportero a la vez, dibujó el boceto de un anciano campesino que estaba sembrando.38 Incluso mientras los soldados pisoteaban el campo arado de camino a algún encuentro militar, el paciente campesino proseguía con calma sus deberes primaverales de sembrar a mano, como lo había hecho desde su juventud. Su inconmovible perseverancia en un momento de intensa crisis tiene una vigencia tal, que en pequeña escala ilustra la constancia infalible, permanente y totalmente digna de confianza de nuestro eterno Dios. Como Jesús, él nunca cambia. “Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo y lo será siempre” (Heb. 13:8). Es el principio y el fin, el alfa y la omega.

III. En éxtasis (en el Espíritu) en el día del Señor

Puesto que Dios es el alfa y la omega, sabemos que es eterno . También es Señor del universo. Juan, en cambio, era mortal como cualquiera de nosotros, limitado por el tiempo y el espacio. Nos dice que cuando vio al Señor se encontraba en la isla de Patmos, y que el momento era el día del Señor. “Caí en éxtasis (estaba en el Espíritu) en el día del Señor” (Apoc. 1:10).

Correspondía que viera al Señor en el día del Señor. La visión tomó por sorpresa a Juan, de manera que sabemos que él no eligió el día. El Señor decidió darle la visión en su día.

Pero ¿qué día es el “día del Señor”?

Todos sabemos que la mayoría de los cristianos da ese nombre al domingo. La costumbre de hacerlo, en efecto, se remonta a algunas cartas escritas en el siglo II por San Ignacio, obispo de Antioquía dedicado, pero excéntrico. Sea como fuere, la costumbre de aplicar al domingo la expresión día del Señor es tan antigua y tan difundida, que la encontramos incluso en la terminología de muchos idiomas modernos. Domingo , en castellano; Dimanche , en francés, y Domenica , en italiano, todas ellas derivan de la expresión latina Dominicus dies : día del Señor. Curiosamente, alrededor del año 1600, los puritanos ingleses comenzaron a designar el domingo con el nombre de “ Sabbath ”, que significa literalmente sábado. En Inglaterra y en los Estados Unidos, donde la influencia puritana se ejerció con fuerza, millones de cristianos han llegado a creer que el domingo es, a la vez, el “ Sabbath ” (sábado) y el día del Señor.

Ahora bien, si vamos a las Escrituras, encontramos que efectivamente el día del Señor es el sábado. Y al mismo tiempo, encontramos que no es el domingo.

En los Diez Mandamientos, las Escrituras nos dicen: “Recuerda el día del sábado para santificarlo [...] el día séptimo es día de descanso [sábado] para Yahvéh, tu Dios” (Éxo. 20:8, 10). En el Nuevo Testamento ,Jesús dice: “El Hijo del hombre también es señor del sábado” (Mar. 2:28). De manera que las Escrituras presentan al sábado como día del Señor. El día del Señor es el sábado.

Pero ¿cómo podemos estar seguros de que en los largos siglos transcurridos desde los tiempos bíblicos hasta los nuestros no se ha producido algún cambio?

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