Lo que Jesús quiso decir es que la clase de muerte que padecen los cristianos es, a la vista de Dios, solamente un sueño; porque cuando el Señor lo disponga, el cristiano despertará para vida eterna. Y la promesa de vida eterna en Cristo es tan sólida, tan cierta, que es como si nuestra vida eterna comenzara aquí y ahora, y como si la muerte solo fuera un descanso un poco más largo que lo común.
Y Jesús lloró. Pero aun cuando la muerte de sus amigos no horrorizaba a Jesús, el relato nos dice que junto a la tumba de Lázaro “Jesús se echó a llorar” (vers. 35). No negamos nuestra fe cuando lloramos al morir nuestros amados; a veces lloramos incluso cuando solo se van de viaje. El amor nos incita a llorar por la gente que echamos de menos, y “el amor es de Dios (1 Juan 4:13). Los empresarios de pompas fúnebres confirman la observación de que los creyentes y los incrédulos lamentan la muerte de sus amados en forma muy diferente.
Pero Jesús no lloró mucho tiempo. Lázaro había sido sepultado en una pequeña cueva cuya puerta había sido tapada por una piedra de forma circular. Pronto Jesús iba a ser sepultado en un sitio parecido. (Puesto que eran caras, estas tumbas no eran comunes; pero mis colegas de la universidad descubrieron hace poco dos en una región al este del Jordán37, y se sabe de algunas otras descubiertas en otros lugares.)
Jesús ocupó su lugar entre los deudos frente a la entrada de la tumba, y pidió a alguien que hiciera rodar la piedra. Para ese entonces, Lázaro había estado muerto por espacio de cuatro días. Cuando el sol de Palestina irrumpió a través de la abertura, el cadáver envuelto en lienzos, ubicado en su lugar, se convirtió en el foco de la atención de todos. Los ancianos lo contemplaban solemnemente, conscientes de que muy pronto ellos mismos serían amortajados de la misma manera. Los chicos lo observaban, mientras hacían nerviosos comentarios jocosos acerca de cuán fantasmal se veía. María y Marta lo miraban muy seriamente, todavía con deseos de que Jesús hubiese llegado más pronto.
Entonces Jesús pronunció estas palabras sencillas, pero revitalizadoras: “¡Lázaro, sal fuera!” Inmediatamente, el cadáver que estaba en la tumba comenzó a manifestar vida. Resucitado, Lázaro afirmó bien sus pies en el suelo, se enderezó y salió a reunirse con sus amigos. (Véase Juan 11:43 y 44.)
¡Cuántos abrazos, y lágrimas y risas!
El mensaje de Capernaum . Sí, el creyente muere, en cierto modo; pero en otro sentido, tiene vida eterna aquí y ahora . En la sinagoga de Capernaum, poco antes de la resurrección de Lázaro, Jesús dijo a la congregación: “Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna, y que yo lo resucite el último día”. “En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna” (Juan 6:40, 47).
El que cree, tiene vida eterna.
Y yo lo resucitaré en el último día.
Si creemos en Jesús, tenemos vida eterna ahora, comparado con la eternidad como una promesa viva y segura. Cristo es vida; y si tenemos a Cristo, tenemos vida. “Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo, no tiene la vida” (1 Juan 5:12). Pero necesitamos que se nos resucite en el último día, para que la promesa se cumpla en la realidad. Si no fuera así, no habría necesidad de resurrección.
“Lázaro duerme”.
“Lázaro ha muerto”.
“¡Lázaro, sal fuera!”
Jesús es, a la vez, la Resurrección y la Vida. Nuestra vida en él es eterna, no porque nunca vayamos a dormir, sino porque a pesar de caer dormidos y después de haber dormido, seremos resucitados por Jesús en su segunda venida en el último día.
“El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1 Tes. 4:16).
La resurrección de Jesús mismo . “Estuve muerto”, dijo Jesús a Juan en la isla de Patmos, “pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades” (Apoc. 1:18).
La muerte y la resurrección de Cristo son nuestra evidencia, nuestra garantía, de que él verdaderamente ha vencido la muerte. Los turistas se detienen admirados junto a las tumbas de Abrahán Lincoln, Napoleón Bonaparte y Simón Bolívar; pero miles de cristianos viajan cada año a Palestina para maravillarse ante la tumba vacía de Cristo. “No está aquí, ha resucitado” (Mat. 28:6) es el grito de triunfo que se eleva cada vez que en Semana Santa se celebra el Día de la Resurrección.
Cada una de nuestras esperanzas está implícita en la magnífica realidad de esa resurrección. “Si Cristo no resucitó”, razonaba Pablo con firmeza, “vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más desgraciados de todos los hombres!” (1 Cor. 15:17-19).
Pablo, por así decirlo, apostó todo a la resurrección. Y lo hizo con toda confianza. Sabía que Cristo había resucitado. Algunas personas que conocía muy bien habían sido testigos de ello. “Se apareció a Cefas [Pedro]”, afirmó Pablo, “y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte [unos 25 años después] vive”, añadió, “y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término”, insistió con incontestable convicción, “se me apareció también a mí” (1 Cor. 15:5-8).
En varias de las ocasiones que Pablo menciona, Juan estuvo presente y vio a Jesús. Y ahora tenía el maravilloso privilegio de verlo de nuevo, en su ancianidad, en la isla de Patmos.
Juan lo oyó decir: “No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades”.
Un día, muy pronto, Jesús usará esa llave para abrir las tumbas de todo hombre y toda mujer, de todo niño y toda niña que haya dormido “en él”. Yo creo que mi madre se encontrará entre ellos.
¡Esta seguridad es parte de la Revelación de Jesucristo!
II. Jesús y su testimonio
“Yo, Juan [...] me encontraba en la isla llamada Patmos, a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús” (Apoc. 1:9). Queremos saber qué quiso decir Juan cuando se refirió a la “Palabra de Dios” y al “testimonio de Jesús”. También queremos comprender todo lo que dijo en este capítulo acerca de Jesús.
“El Testigo fiel”. El versículo 5 dice que Jesús es el “Testigo fiel”. Significa que podemos confiar en él. Tal vez no podamos confiar en la persona que nos vendió el auto, o en el agente que nos alquiló la casa, o en el diputado a quien le dimos el voto; y ni siquiera en nuestro esposo o nuestra esposa, pero sí podemos confiar en Jesús.
En los tribunales, un testigo “da testimonio”, “testifica”. Jesús dijo a Pilato, durante el juicio previo a su crucifixión, que él había venido al mundo “para dar testimonio de la verdad” (Juan 18:37). Veremos, al examinar el Apocalipsis, que Jesús da un fiel testimonio al decirnos la verdad a) acerca de nosotros mismos, y b) acerca de las debilidades, los vicios y la violencia de la naturaleza humana. También nos dice la verdad c) acerca de Satanás, y la feroz oposición que mantiene en contra de Dios. Por sobre todo, Jesús da testimonio al decirnos la verdad d) acerca de sí mismo. El Apocalipsis es, en primer lugar, una revelación de Jesucristo.
“El testimonio de Jesús”. Jesús dio su testimonio a Juan, quien lo recibió “en éxtasis” (“en el Espíritu”, RVR, versículo 10). Recordemos que uno de los dones del Espíritu Santo es el de profecía. (Véase 1 Corintios 12:10.) Esto nos lleva a Apocalipsis 19:10, donde se nos dice que “el testimonio de Jesús” es “el espíritu de profecía”. Vamos a referirnos más ampliamente a esta definición cuando lleguemos a Apocalipsis 12:17.
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