José Monteiro Lobato - Las Travesuras de Naricita

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Las Travesuras de Naricita: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Por qué leer Las travesuras de Naricita? Monteiro Lobato es el más importante de los escritores de literatura infantil brasileña y Las travesuras de Naricita es su libro más reconocido; en él se presentan los personajes más queridos de toda su obra: la abuela doña Benta, Tía Nastacía, Pedrito, la parlanchina muñeca Emília y la querida Lucía, nuestra Naricita. Por fin los niños y niñas de Chile podrán vivir las más grandes aventuras en la parcela del pájaro carpintero amarillo, viajar por el reino de aguas claras y comer jabuticabas junto a los miles de lectores de todo el mundo que han disfrutado estas historias por cien años. El rol de Monteiro Lobato en el desarrollo de la literatura y cultura brasileña fue fundamental, ya que el autor paulista difundió valores y visiones innovadoras, principalmente sobre el concepto y noción de la infancia. En 2020 celebramos el centenario de la creación de los personajes más conocidos de la literatura infantil brasileña, que surgieron en la obra La niña de la naricita respingada. Este dato no fue inadvertido por la Dra. Letícia Goellner, quien reunió aquí a varios especialistas de renombre que trabajaron en los ensayos y traducciones de los cuentos escogidos para esta edición crítica. Tanto los profesionales en la formación de lectores, de la traductología o de la historia y crítica de la traducción, como los lectores de todas las edades interesados en la literatura infantil y juvenil o en los cuentos clásicos de la lengua y cultura brasileña, se van a deleitar con los comentarios y nuevas traducciones de los cuentos de Monteiro Lobato ¡publicados por primera vez en Chile! Dra. Marie-Hélène Catherine Torres Profesora titular de la Universidade Federal de Santa Catarina (UFSC).

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III. En el palacio

El Príncipe consultó su reloj.

–Es la hora de la audiencia –murmuró–. Vamos de prisa, que tengo muchos casos que atender.

Y se fueron. Entraron directamente a la sala del trono, en el cual la niña se sentó a su lado, como si fuese una princesa. ¡Linda sala! Toda de un coral color leche, con flequillos como musgo y pendientes de perla colgaditos que temblaban al menor soplo. El piso, de nácar tornasolado, era tan liso que Emília se resbaló tres veces.

El Príncipe dio la señal de audiencia golpeando con una gran perla negra una concha sonora. El mayordomo presentó a los primeros demandantes. Se trataba de una pandilla de moluscos desnudos que tiritaban de frío. Venían a quejarse de dos Bernardos Ermitaños.

–¿Quiénes son esos Bernardos? –preguntó la niña.

–Son unos cangrejos que tienen la mala costumbre de apropiarse de las conchas de estos pobres moluscos, dejándolos en carne viva en el mar. Son los peores ladrones que tenemos acá.

El Príncipe resolvió el caso ordenando que se le otorgara una concha nueva a cada molusco.

Después apareció una ostra para quejarse de un cangrejo que le había robado una perla.

–¡Era una perla todavía jovencita y tan galante! –dijo la ostra, secándose las lágrimas–. Él la robó por pura maldad, porque los cangrejos no se alimentan de perlas, ni las usan como joyas. Seguramente, ya la dejó por ahí en las arenas…

El Príncipe resolvió el caso ordenando que le dieran a la ostra una nueva perla del mismo tamaño.

En ese momento, apareció en la sala, muy apurada y afligida, una cucarachita de mantilla, que se fue abriendo camino por entre medio de los bichos hasta llegar al Príncipe.

–¿La señora por aquí? –exclamó este, sorprendido–. ¿Qué desea?

–Ando en busca de Pulgarcito –respondió la viejita–. Hace dos semanas que huyó del libro donde vive y no lo encuentro por ninguna parte. Ya recorrí todos los reinos encantados sin encontrar la menor señal de él.

–¿Quién es esta viejita? –le preguntó la niña en el oído al Príncipe–. Parece que la conozco…

–Seguramente, pues no hay niña que no conozca a la célebre Doña Cucarachina de los cuentos, la cucarachita más famosa del mundo.

Y se giró hacia la viejita:

Ignoro si Pulgarcito anda por aquí en mi reino No lo he visto ni tengo - фото 6

–Ignoro si Pulgarcito anda por aquí en mi reino. No lo he visto, ni tengo noticias de él, pero la señora lo puede buscar. Siéntase a gusto.

–¿Por qué huyó? –preguntó la niña.

–No lo sé –respondió Doña Cucarachina– pero he notado que muchos de los personajes de mis cuentos están cansados de vivir toda su vida presos dentro de ellas. Quieren novedad. Hablan de recorrer el mundo en busca de nuevas aventuras. Aladino se queja de que su lámpara maravillosa se está oxidando. La Bella Durmiente tiene ganas de pincharse el dedo en otra rueca para dormir por otros cien años. El Gato con Botas se peleó con el marqués de Carabás y quiere irse a los Estados Unidos a visitar al Gato Félix. Blancanieves vive hablando de teñirse negro el pelo y ponerse rubor en la cara. Todos andan rebeldes, por lo que me cuesta un trabajote contenerlos. Pero lo peor es que amenazan con escaparse, y Pulgarcito ya dio el ejemplo.

A Naricita le gustó tanto aquella rebeldía que llegó a aplaudir de alegría, con la esperanza de poder toparse en su camino con alguno de aquellos queridos personajes.

–Todo eso –prosiguió Doña Cucarachina– por culpa de Pinocho, del Gato Félix y sobre todo de una tal niña de naricita respingada que todos desean mucho conocer. Hasta tengo la idea de que fue esa diablita la que descarrió a Pulgarcito y le aconsejó que huyera.

El corazón de Naricita latió apresurado.

–¿Pero usted conoce a esa tal niña? –preguntó, tapándose la nariz por miedo a ser reconocida.

–No la conozco –respondió la viejita– pero sé que vive en una casita blanca en compañía de dos viejas pesadas.

¡Ah! ¿Por qué dijo aquello? Al oír que llamaban a Doña Benta una vieja pesada, Naricita perdió los estribos.

–¡Cuide su lengua! –gritó roja de ira–. Vieja pesada será usted señora, tan criticona que nadie más quiere saber de sus cuentos enmohecidos. La niña de la naricita respingada soy yo, pero sepa que es mentira que yo haya descarriado a Pulgarcito y que le haya aconsejado huir. Nunca tuve esa “bella idea”, pero ahora le voy a aconsejar, a él y a todos los demás, que huyan de sus libros mohosos, ¿sabe?

La vieja, furiosa, la amenazó con enderezarle su nariz respingada a la primera vez que se la encontrase sola.

–Y yo le voy a respingar la suya, ¿me oye? ¡Llamar a mi abuela pesada! ¡Qué descaro!…

Doña Cucarachina le sacó la lengua, una lengua muy delgada y seca, y se fue furiosa con la vida, a quejarse como una bocona.

El Príncipe respiró aliviado al ver que el incidente había terminado. Después dio por terminada la audiencia y le dijo al primer ministro:

–Mande a que se invite a todos los nobles de la corte a la gran fiesta que voy a dar mañana en honor a nuestra distinguida visitante. Y dígale al maestro Camarón que prepare el coche de gala para un paseo por el fondo del mar. Ya.

IV. El bufoncito

El paseo que Naricita dio con el Príncipe fue el más bello de toda su vida. El coche de gala corría por la blanquísima arena del fondo del mar, conducido por el maestro Camarón y tirado por seis pares de hipocampos, unos animalitos con cabeza de caballo y cola de pez. En vez de látigo, el cochero utilizaba los pelos de su propia barba para azotarlos. –¡lept! ¡lept!…

¡Qué lindos lugares vio ella! Florestas de coral, bosques de esponjas de mar, campos de algas con las más extrañas formas. Conchas de todos los tipos y colores. Pulpos, anguilas, erizos, miles de criaturas marinas tan extrañas que hasta parecían mentiras del Barón de Munchausen.

En cierto punto, Naricita vio a una ballena dando de mamar a muchas ballenitas bebés. Tuvo la idea de llevar a la parcela una botella de leche de ballena, solo para ver la cara de espanto que pondrían Doña Benta y Tía Nastácia. Pero luego desistió, pensando: “No vale la pena. De igual forma no me van a creer…”.

En esto apareció a lo lejos un formidable pez espada Venía con su largo - фото 7

En esto apareció a lo lejos un formidable pez espada. Venía con su largo espolón de puntería dirigido al cetáceo, que es como los sabios le llaman a la ballena. El Príncipe se asustó.

–¡Ahí viene el malvado! –dijo–. Esos monstruos se divierten pinchando a las pobres ballenas como si ellas fueran almohadillas para alfileres. Vayámonos ahora, que la lucha va a ser horrible.

Al recibir la orden de volver, el Camarón lanzó sus barbas y puso las “cabecitas de caballos” al galope.

De vuelta en el palacio el Príncipe dejó a la niña y a la muñeca en la gruta de sus tesoros y fue a supervisar los preparativos para la fiesta. Naricita empezó a meter mano en todo… ¡Cuántas maravillas! Perlas enormes por montones. Muchas, todavía en la concha, sacaban la cabecita, espiaban a la niña y la volvían a esconder. Por miedo a Emília. Caracoles, entonces, de un sinfín de tipos posibles e imaginables. ¡Y conchas! ¡Cuántas, Dios mío!

Naricita se hubiese quedado ahí la vida entera examinando una por una todas aquellas joyas, si un pececito de cola roja no hubiese venido de parte del Príncipe a decirle que la cena estaba servida.

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