La sociedad cubana, desgastada y al límite de sus esfuerzos a causa de la interminable y catastrófica crisis económica que siguió al derrumbe del comunismo internacional en la década de los años noventa, sufrió con el caso Elián un batuqueo asfixiante de marchas callejeras y adoctrinamiento político directo, y por radio y televisión, que en algún instante pareció encaminarla a una situación terminal.
Cuando los cubanos perdían toda esperanza y más inalcanzables parecían sus sueños, surgió inesperadamente Polo Montañez, con una canción de amor sedosa y nítida, atravesada por la ternura de la leche y por la dulzura de la miel, que les devolvió las ganas de querer mejorar lo que eran o, simplemente, de cantar bajo la ducha.
La canción se llamaba “Un montón de estrellas” y contaba la más común de las historias, con el corazón en la mano y sin alardes: un hombre debía aborrecer a una mujer por su abandono, pero la seguía adorando porque, después de todo, en el amor se sufren mil derrotas y escasean las fuerzas para defenderse.
Repetía, sin más giros creativos, la fórmula literaria del antihéroe de “Lágrimas negras”, un bolero-son que escribió Miguel Matamoros en 1930 en la casa de huéspedes de Luz Sardaña en Santo Domingo, República Dominicana, al escuchar en el cuarto vecino el llanto de una mujer a quien su amante había dejado para siempre sin despedirse.
Seis de cada diez cubanos habían nacido después de la Revolución de 1959, cuya política musical tuvo como línea difundir la obra política e ideológica producida en su época y engavetar en lo posible toda la anterior, por lo que “Lágrimas negras” era para la mayoría como el sabuloso esqueleto de un dinosaurio colgado en un museo.
“Un montón de estrellas” era el hit del disco Guajiro natural, que sólo en ese año vendió más de 100 mil copias en el extranjero y 20 mil en Cuba:
Yo no sé por qué razón
cantarle a ella
si debía aborrecerla
con las fuerzas de mi corazón.
Todavía no la borro totalmente
ella siempre está presente
como ahora en esta canción.
Incontables son las veces
que he tratado de olvidarla
y no he logrado arrancarla
ni un segundo de mi mente.
Porque ella sabe todo mi pasado
me conoce demasiado y es posible
que por eso se aproveche.
Porque yo en el amor soy un idiota
que ha sufrido mil derrotas
que no tengo fuerzas para defenderme.
Pero ella casi siempre se aprovecha
unas veces me desprecia y otras veces
lo hace para entretenerme y es así.
Hoy recuerdo la canción
que le hice un día
y en el fondo no sabía
que eso era malo para mí.
Poco a poco fui cayendo en un abismo
siempre me pasó lo mismo
nadie sabe lo que yo sufrí.
Una víctima total de sus antojos
pero un día abrí los ojos
y con rabia la arranqué de mi memoria.
Poco a poco fui saliendo hacia delante
y en los brazos de otra amante pude terminar
al fin con esta historia.
Porque yo en el amor soy un idiota
que ha sufrido mil derrotas
que no tengo fuerzas para defenderme.
Pero ella casi siempre se aprovecha
si algún día me besaba eso era
solo para entretenerme y es así.
Todo fue así, todo fue por ella
yo la quería, yo la adoraba
pero tenía que aborrecerla.
Todo fue así, todo fue por ella
cómo yo quise a esa mujer
porque pensaba que era buena.
Todo fue así, todo fue por ella
yo era capaz de subir al cielo
para bajarle un montón de estrellas.
Todo fue así, todo fue por ella
un pajarito que iba volando
yo lo cogí para complacerla.
Todo fue así todo fue por ella
tanto se burló de mí que ahora
no puedo verla.
Estuve en Cuba el húmedo diciembre de 2001 y aquellos compases elementales y cálidos cuajaban el ambiente del aeropuerto, llenaban la sala, el cuarto, la cocina y el baño de la casa, henchían autos, colmaban carros de caballo y bicitaxis con equipos de música activados por baterías de coche, desbordaban los parques, drenaban las playas, invadían los cementerios: era un hechizo de colosales proporciones.
En medio de la resaca corrosiva que vivía la gente tras la sobredosis política del caso Elián, aquel fenómeno popular fue aprovechado por el gobierno para paliar la abulia: durante los tres primeros meses de 2001, “Un montón de estrellas” salió al aire 123 veces en Radio Ciudad de La Habana, 21 en Musicales Habana, 21 en Radio Cadena Habana, 151 en Radio Progreso o 25 en Radio Taíno, según reportes de las radiodifusoras.
La exposición fue tal, que el periódico El Invasor, de Ciego de Ávila, advirtió que Polo Montañez saturaba al público: “La radio lo pone las 24 horas sin que haya balance entre uno y otro programa. Los bicitaxis escandalizan las madrugadas con “Un montón de estrellas”, al igual que las discotecas y otros lugares públicos y hasta la televisión, que lo pone nada menos que a continuación de un video de la bailarina rusa Maya Plisétskaya”.
El musicólogo Pedro Díaz no lo veía igual: “Polo transmite una imagen de absoluta sinceridad y cuando canta es como si cantara un vecino del barrio y eso gusta a la gente, le comunica cercanía y autenticidad”.
El primer día del 2002, Montañez dio un concierto ante 50 mil personas en la esquina de mi casa en Pinar del Río. Yo regresaba de madrugada a México y había preferido dormir un rato, pero terminé escuchando el concierto bajo el cocotero del patio, sugestionado por aquel feeling afable y espontáneo que hacía pensar que Polo estaba cantando para ti, solamente para ti.
Todo por unas cuerdas
Polo animaba, con su grupo Cantores del Rosario, los días y las noches de los turistas en el hotel Moka, así como en el pintoresco caserío de Las Terrazas, ambos enclavados en la Sierra del Rosario, a unos 60 kilómetros de La Habana. Pero no tenía dinero para comprar cuerdas profesionales de guitarra y usaba unas fabricadas con cables de frenos de motocicletas rusas. Un día bajó a comprarle algunas a un artesano, que las hacía en un pueblito cercano a San Cristóbal, y se enamoró de su esposa. Polo y la mujer del artesano, 20 años más joven, se enredaron en un amor furtivo hasta que el marido se marchó a Miami y ellos decidieron vivir juntos.
Corría 1997 y dos años después la mujer decidió reunirse con su esposo en Miami. Entonces Polo le escribió “Un montón de estrellas”. “Era una mujer delicada, de muchos conocimientos, leía mucho, muy instruida y muy fina. Fue una persona que me ayudó mucho”, le confesó al periodista cubano Ismael León Almeida.
Sin embargo, alguien de Las Terrazas le contó también a Almeida que en realidad aquella mujer “hizo pasar mucho trabajo a Polo”. Según esa persona, “ella era superficial, miraba a todos como si no existieran y no se subía a camiones de vacas para transportarse, como todos los cubanos; sólo quería automóviles. Polo ni pensaba en ser famoso, pero debía sacar dinero de abajo de la tierra para darle gusto; ella tenía influencia sobre él”.
Polo la acompañó al aeropuerto de La Habana el día en que partió al exilio. La vio subir por la escalerilla del avión, vestida de blanco, y le comentó a una amiga de ambos: “Ella se lo buscó… y se lo perdió”. Y tuvo razón, pues después de ese día la vida se convirtió para él en un cuento de hadas.
José da Silva, un empresario francés nacido en Cabo Verde y dueño del sello discográfico Lusáfrica, lo escuchó en el restaurant El Cafetal Buenavista, cerca de Las Terrazas, y al otro día se lo llevó a los estudios Abdala, en La Habana, para grabar Guajiro natural, que en pocos meses ganó un disco de oro y otro de platino —que antes sólo habían conseguido dos cubanos, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés— y convirtió a Polo en el músico del momento.
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