Leonardo Ordóñez Díaz - Ríos que cantan, árboles que lloran

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Los textos literarios se presentan como una ventana para explorar la dimensión ambiental de la condición humana; por ello, orientado a explorar varios temas clave del canon de las narrativas de la selva, este libro estudia sus imágenes y representaciones en novelas y cuentos hispanoamericanos del lapso 1905-2015, cuya acción se sitúa en la Amazonía —entorno selvático latinoamericano por excelencia—, pero también en la cuenca del Paraná, los bosques húmedos de América Central y otros entornos relevantes. Si bien la metodología privilegió las herramientas del ecocriticismo, la ecología política y la ética ambiental, se apoya igualmente en desarrollos recientes de la filosofía ecológica, la biogeografía de la selva tropical, la historia ambiental y la antropología cultural. Así, mediante este acercamiento pluridisciplinar, Ríos que cantan, árboles que lloran abre un escenario de diálogo fecundo entre la crítica literaria y otras áreas de las ciencias naturales, sociales y humanas, para proveer ideas y puntos de vista que contribuyen a la construcción de una relación distinta, simbiótica y no simplemente extractiva, entre las sociedades humanas y los ecosistemas naturales.

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8El texto de las Elegías de varones ilustres de Indias de Castellanos está disponible en línea, en una cuidada versión digital: http://www.ellibrototal.com/ltotal/?t=1&d=3458_3581_1_1_3458. El propio Ospina aclara que la figura de Juan de Castellanos fue central en su modelación de la personalidad de Cristóbal de Aguilar (2005: 473).

9Así lo advierten diversos autores. Wallerstein, en sus análisis de la formación del sistema-mundo moderno, muestra cómo «las Américas se volvieron la periferia de la economía-mundo europea en el siglo dieciséis» (1974: 336). Según Dussel, España y Portugal fueron las primeras naciones de Europa que tuvieron «la originaria “experiencia” de constituir al Otro como dominado bajo el control del conquistador, del dominio del centro sobre una periferia. Europa se constituye como el “Centro” del mundo (en su sentido planetario)» (1994: 11-12).

10Harrison, quien ha desarrollado a fondo esta tesis en su libro sobre el tema, utiliza también la metáfora del espejo: «Las selvas representan un espejo opaco de la civilización que existe con relación a ellas» (1992: 108).

11La inquietud que agobia a los prelados en la obra se precisa a la luz de la imagen alegórica «América» del grabador flamenco Philippe Galle (1537-1612). Remito al lector al artículo en el que Palencia-Roth presenta la imagen: «Se pinta América como una guerrera amazona que trasporta la cabeza de una de sus víctimas masculinas y pasa sobre un brazo mutilado» (1996: 40); la imagen va acompañada de este texto: «América, una ogresa que devora hombres, que es rica en oro y que es hábil y poderosa en el uso de su arco…». La imagen y el texto ilustran 1) la ambigüedad de las amazonas, seres temibles y a la vez deseables, 2) la proyección que hacen los europeos de esa ambigüedad al mundo americano, visto por ellos en el siglo xvi como el nuevo confín de las tierras habitadas.

12El pasaje de la crónica de Cieza de León en el que se basa Ospina está disponible en la Biblioteca Virtual Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/obra/guerras-civiles-del-peru-tomo-segundo-guerra-de-chupas--0/ (2005; ver tomo ii de las Guerras civiles del Perú, Guerra de Chupas, cap. xix, 65-66). Según Pérez, la relevancia de Cieza de León «se funda, además de en su valía como historiador, en haber conocido a los protagonistas de la aventura; escuchó a los propios compañeros de Orellana y habló personalmente con el Padre Carvajal» (1989: 50). Las crueldades cometidas por Gonzalo Pizarro no corresponden, por lo tanto, a una licencia del novelista, sino a un hecho histórico bien documentado.

13Anota Lavallé, acerca de las leyendas sobre lugares fabulosos: «Aparentemente difundidas al comienzo por indios que pensaban sin duda deshacerse así de los conquistadores y verlos partir hacia otros lares, ellas extraían su fuerza de la capacidad de convicción de los recién llegados, dotados en la materia de lo que nos parece hoy una credulidad a toda prueba» (2011: 93). Magasich-Airola y de Beer resaltan que en la época de la empresa de Gonzalo Pizarro en la ciudad de Quito «resonaban los ecos de polémicas apasionadas acerca de los reinos “dorados”, polémicas nutridas por viejas leyendas indígenas, entre ellas la del País de la Canela, situado, según se creía, en el oriente de Ecuador. Esta región debía su nombre a la canela de Quijos, una flor muy apreciada por los incas, y se cuenta que Atahualpa le había ofrecido a Pizarro un ramillete de estas canelas de perfume sutil» (1994: 55).

14Un voluntarismo similar se constata en el caso de otros conquistadores, empezando por Colón. Carpentier cuenta cómo el Almirante, a pesar de las evidencias que indicaban la condición insular de Cuba, hizo proclamar «por voz de notario, que quien pusiese en tela de juicio que esta tierra de Cuba fuese un continente pagara una multa de diez mil maravedís, y, además, tuviese la lengua cortada». Colón impone así su voluntad, al menos provisionalmente: «Yo necesitaba que Cuba fuese continente y cien voces clamaron que Cuba era continente» (1979: 144).

15He aquí la explicación: «Los naturalistas han advertido siempre la notable distancia existente en la Amazonía entre árboles de la misma especie. Muchos biólogos suponen que esta distancia es un mecanismo defensivo contra pestes y enfermedades que afligen a especies que crecen en estrecha cercanía. Las plantas coevolucionan con insectos y enfermedades, y las áreas que son sus centros de origen suelen tener un número mayor de estas pestes restrictivas. Las plantaciones en dichas áreas eliminan la distancia protectora y permiten concentraciones mucho más grandes de los enemigos tradicionales de la planta. Así ocurrió con el caucho» (Hecht y Cockburn 2010: 96).

16Para los Achuar, la selva es un cultivo de Shakaim, espíritu protector de la vegetación. «Al representarse la selva como una inmensa plantación realizada y manejada por un espíritu antropomorfo, los achuar constituyen sus propios cultivos en modelo conceptual de una naturaleza no trabajada por los humanos. En otras palabras, el huerto no es para ellos la transformación cultural de una porción de espacio natural, sino la homología cultural en el orden humano de una realidad cultural del mismo tipo en el orden sobrehumano» (Descola 1986: 271). Las relaciones de los achuar con el bosque se rigen así por «la idea fundamental de que en la naturaleza existen relaciones sociales idénticas a las que tienen la casa por teatro. La naturaleza no es, por ende, domesticada ni domesticable, sino simplemente doméstica. Lejos de ser un universo incontrolado de espontaneidad vegetal, la selva es percibida como una plantación sobrehumana cuya lógica obedece a otras reglas que las que gobiernan la vida del huerto» (398).

17Escribe Benjamin: «Toda violencia conservadora de derecho indirectamente debilita a la fundadora de derecho en ella misma representada, al reprimir violencias opuestas hostiles. […] Esta situación perdura hasta que nuevas expresiones de violencia o las anteriormente reprimidas, llegan a predominar sobre la violencia fundadora hasta entonces establecida, y fundan un nuevo derecho sobre sus ruinas» (2001: 44). Sobre las fuentes acerca del caso, Chaparro señala que «quizá ningún otro corpus documental americano tiene tal abundancia de enunciados relativos a la muerte y la rebelión como el que se encuentra en la colección de crónicas sobre la conquista de la Nueva Granada» (2006: 33); de ese corpus, las crónicas de fray Pedro Simón y Lucas Fernández Piedrahíta son las fuentes más importantes que utiliza Ospina para documentar las guerras de Ursúa.

18Poupeney-Hart muestra cómo los autores de esas crónicas usan una retórica dirigida a autojustificarse: «De ahí, por ejemplo, que frente a la construcción del narrador como vasallo leal, la figura de Aguirre aparezca como encarnación del mal, de la posesión, y de ahí también que se insinúe el efecto paralizante del clima de terror creado por la irracionalidad total de sus actos» (1992: 113); la autora destaca que, en el relato de Vásquez, «las actuaciones del tirano y de sus “diabólicos ministros” no deja de evocar el fenómeno de la posesión y de la monstruosidad» (117).

19El de Atahualpa no fue un caso aislado durante la conquista; baste recordar el secuestro de Tangaxoan Tzintzicha, rey de los purépechas de Michoacán, a manos del conquistador Nuño Guzmán (Le Clézio 1997: 37-38).

20Según Riera Rodríguez, en ello se cifra el ideal terapéutico de la obra de Ospina: «Heredamos la dificultad para ver al otro, incluso para entendernos desde nuestra mismidad, para asumirnos desde nuestras diferencias y semejanzas frente a los otros; ese ha sido el gran conflicto del ser latinoamericano. La novela actúa como el catalizador que nos enfrenta a los problemas del reconocimiento cuya resolución adquiere un valor nodal en el utópico futuro» (2012: 245).

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