La observación produce cambios en las cosas, por lo cual el que mide entra a formar parte de su propia medición. Poco a poco fue abriéndose paso el reconocimiento de que la indagación de la “realidad” constituye un intricado laberinto que, en un momento dado, se repliega interiormente sobre la propia conciencia. Como dice Heisenberg, lo observado no es la naturaleza como tal, sino la naturaleza mediatizada por nuestra propia manera de indagar. (p. 309)
Al dirigir documentales es importante notar que el observador, lo observado y el perceptor de la obra fílmica desempeñan roles aparentes que se entrelazan en una interacción permanente. El principio de incertidumbre, tan presente en los estudios sociales, adquirió mayor reconocimiento cuando Heisenberg lo proclamó en una de las disciplinas más “duras”: la física. La afirmación que sobre el oficio médico hace Julio César Payán (2000), en su libro Lánzate al vacío, permite dimensionar el principio de incertidumbre en la narración de documentales a partir del naturalismo:
Si pensamos otro poco, ya no hay médico y paciente, o sea, observador y observado, objetividad y sujeto objetivado, sino un interactuar de seres humanos. Es una relación solidaria, pero más profunda aún, sin objeto y sujeto; son ambos actuando. Se rompe esa dualidad o bipolaridad de la objetividad que es una de las bases de nuestra racionalidad actual: el médico mira objetiva y analíticamente el paciente, la ciencia a la hipótesis, el sociólogo a la sociedad, el historiador a la vida, y así ad infinitum, prejuicio este que ya la misma física destruyó —en el principio de incertidumbre de Heisenberg—, cuando demostró que el observador interactúa con lo observado. (p. 10)
El documentalista trata de adentrarse en las realidades de las personas para intentar ver el universo como ellas lo captan. Tal vez por eso es necesario que todos los que participan en la creación de un documental profundicen en su subjetividad interna: para poder entender su influencia en la narración del otro, en su comportamiento, y buscar una relación donde se dejen a un lado los preconceptos, prejuicios y juicios de valor (conociendo la imposibilidad de negarlos, pero dejándolos en reposo, en suspenso, para crear un diálogo fluido lleno de sinceridad).
Se debe comenzar por reconocer de qué manera los hechos dolorosos y alegres, las personas amigas y enemigas, los miedos, las enfermedades, han ido marcando la vida, las pasiones y las exigencias que dominan a la humanidad como fruto de esas vivencias. Esto significa reconocer, sin hacer juicios de valor, las tensiones que a largo plazo se soportan y los rasgos personales que el ser humano es capaz de reflejar.
Las personas tienen la costumbre de creer que sufren la influencia de los demás y rara vez se percatan de lo que ellas también influyen en los otros. Esto facilita vivir instintivamente la vida, sin excesivas preocupaciones; no obstante, cuando se trata del trabajo creativo se va como sin norte por la vida. El cine existe, entre otras cosas, para crear una corriente de conciencia en los perceptores: es cierto que cuando se trata del autor no puede conformarse con menos. Este compromiso no es adquirido en un momento, sino que requiere una vida entera de autoanálisis que, posteriormente, es aplicado a la creación documental y a toda otra forma de arte que le sea útil a sus pensamientos.
En el cine documental, la identificación con las personas es un mecanismo mediante el cual los perceptores experimentan e interpretan una narración desde adentro, como si los acontecimientos relatados les estuviesen ocurriendo a ellos mismos. Este aspecto de la identificación comprende diferentes procesos: 1) la capacidad de sentir lo que las personas sienten e involucrarse afectivamente; 2) el adoptar el punto de vista o ponerse en el lugar de las personas; 3) el tener la sensación de volverse el otro o la otra o de pérdida temporal de la autoconciencia.
Frente a este fenómeno de la identificación no hay objeciones mayores, aunque puede suceder que la autoafirmación se traslade a los autores y que se convierta en la ladera resbaladiza que conduce a la vanagloria, así como un inventario de conceptos puede convertirse en un sermón, en medio de una época en la que se idolatra la individualidad.
Desde luego, la vida ha marcado a las personas irrevocablemente y esas señas —tanto si se es consciente como si se es inconsciente de ello— fijan en gran medida lo que se persigue. Puede pelearse contra ello, negar las marcas que cada ser humano lleva, pero es un esfuerzo inservible; lo que se pone de manifiesto es su poder sobre cada uno: la gente intenta conseguir lo que realmente le obsesiona.
Cine, mundo onírico y causalidad
Anoche tuve un sueño muy vívido; tanto que, cuando sonó el despertador para continuar escribiendo, sentí una gran tristeza: no tenía sentido tratar de regresar al mundo onírico porque sabía que era imposible retomarlo.
En este sueño caminaba con mi padre (falleció hace unos años) por las calles de una ciudad. Estábamos visitando varios familiares mientras mi esposa y mis dos hijas hacían lo mismo, pero por su cuenta. La ciudad era indefinida, como si varias ciudades se juntaran en una sola, porque en ella habitaban tíos, hermanos, primos, con casas que en la vida real estaban en ciudades y pueblos muy disímiles.
El diálogo con él era muy tranquilo, sin prisa, pasábamos de una a otra casa y quería, en este deambular, probarle que yo podría saber dónde estaban mi esposa y mis hijas sin hablar con ellas por teléfono; efectivamente, lo llevé a una de tantas casas y le dije: “te tengo una sorpresa”. Al timbrar, mi esposa y mis dos hijas bajaban las escaleras con alboroto y extrañeza de que supiera dónde estaban ellas, porque esta casa pertenecía a un familiar lejano que, incluso, ingenuamente, creí que mi padre no conocía.
Retengo la anécdota por medio de esta escritura porque sirve mucho para entablar el símil entre sueños y cine. Pasar de un concepto de tiempo onírico a universos paralelos, como se plantea en El universo holográfico de Talbot, consiste en ampliar la dimensión de la existencia humana, recuperando esas ocho horas diarias subestimadas por la cultura occidental oficial. Como plantea Talbot (2007):
Wolf supone que los sueños lúcidos (y quizá todos los sueños) son realmente visitas a universos paralelos. Son hologramas más pequeños que están dentro del holograma mayor y más inclusivo. Sugiere incluso que la capacidad de tener sueños lúcidos debería llamarse «conciencia de universo paralelo». Como dice él, «la llamo así porque creo que los universos paralelos surgen como otras imágenes en el holograma». (p. 43)
Si existe algún escenario colectivo para entender las lógicas de los saltos en el tiempo, de las espacialidades vividas en elipse, de los arquetipos, del inconsciente colectivo y de los relatos no causales, son los sueños de todos y todas. La mayoría de las cosas que suceden en un mundo onírico son extrañas: desde la alteración de las leyes físicas hasta la afección de la personalidad de las personas que conoces haciendo que un ser habite y hable desde el cuerpo de otro, concretándose en ello el principio de la representación en el cine de ficción.
En el caso del documental colombiano, los directores Marta Rodríguez y Jorge Silva se demoraron cinco años en la realización de la película documental Chircales, que salió a la luz en 1971 y que es una obra impactante y trascendente por las implicaciones sociales y políticas de la realidad mirada, así como por la narrativa poética y onírica, no muy comunes para la época. La inclusión de un sueño del alfarero, que continua las 16 horas de trabajo diario con las 8 de acceso al mundo onírico, es un retrato que amplía el acceso íntimo a la complejidad del mundo fabril —en este caso feudal— en las laderas de la ciudad de Bogotá.
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