Así gemía en su dolor, con ojos insomnes, mientras Mariquita dormía con las mejillas sonrojadas por la pasión, y Betty soñaba con dulces visiones de juventud. Pues el amor del hombre por una mujer es grande; pero el deseo de posesión es el centro de su fuerza; y el amor de la mujer hacia el hombre oscila como el mar sobre las olas de su propia emoción, gritando sin cesar: «¡Ámame, ámame por siempre!». Pero el amor materno de una mujer inmaculada por el hijo de su alma es más fuerte que el amor del hombre, más tierno que el amor de la mujer; porque no pide nada a cambio: ¡solo da, da, da, como el océano da sal, sabor y sanación!
Y cuando amaneció, y las velas ya se habían apagado, la madre todavía estaba arrodillada con el frío de la mano de su hijo muerto helándole su corazón.
Olive Schreiner
La esposa del sacerdote budista
¡Cúbranla! ¡Qué quieto yace! Se puede ver la figura bajo lo blanco. Uno pensaría que está dormida. Dejen que entre la luz del sol; le gustaba tanto.21 Ella que había viajado tan lejos, por tantas tierras, y que hizo tanto y vio tanto, ¡cómo debe gustarle descansar ahora! ¡Habrá amado algo de forma absoluta alguna vez, esta mujer que fue amada por tantos hombres y tantas mujeres, que dio tanto y nunca pidió nada a cambio! ¿Alguna vez habrá necesitado de un amor que no pudo tener? ¿Acaso nunca fue obligada a soltar algo que sus dedos querían asir con fuerza? ¿Habrá sido realmente tan fuerte como aparentaba? ¿Alguna vez habrá despertado en medio de la noche llorando por algo que no podía tener? ¿Habrán sido suficientes la filosofía y el viaje para ella? ¿Acaso atravesó largos días bajo un peso que la aplastaba contra la tierra? ¡Cúbranla! No creo que le hubiera gustado que nos quedáramos mirándola. En cierto modo, estuvo sola toda su vida. ¡Le hubiera gustado estar sola ahora!… La vida debió haber sido hermosa para ella, o no se vería tan joven ahora. ¡Cúbranla! ¡Vámonos!
* * * *
Hace muchos años en una habitación en Londres, en lo alto de unas escaleras muy largas, un fuego ardía en un fogón. Su luz dejaba ver en las paredes marcas allí donde se habían descolgado cuadros, y las florecillas azules en el papel mural, y la alfombra de fieltro azul en el piso y, a un costado, una mujer sentada junto al fuego en una silla.
La puerta se abrió de pronto, y entró la anciana que cuidaba el vestíbulo del primer piso.
–¿No quiere nada esta noche? –preguntó.
–No, solo espero una visita; cuando partan, me iré.
–¿Ya se llevaron todas sus cosas?
–Sí, solo dejo estas.
La anciana bajó una vez más, pero volvió a subir con una taza de té en su mano.
–Beba esto; le hará bien. Nada mejor que el té cuando uno lleva empacando todo el día.
La joven junto al fuego no agradeció, pero pasó su mano por sobre la de la anciana desde la muñeca a los dedos.
–Me despediré de usted antes de irme.
La anciana avivó el fuego, metió las últimas hullas y se retiró.
Cuando se hubo ido la joven no tocó el té, sino que sacó de su bolsillo una cajetilla plateada de cigarrillos y encendió uno. Por un rato se quedó fumando junto al fuego; luego se levantó y caminó por la habitación de un lado para otro.
Después de pasear por un rato, volvió a sentarse junto al fuego. Lanzó la colilla de su cigarrillo al fuego, y luego volvió a pasearse con las manos detrás de la espalda. Luego caminó hacia su asiento y prendió otro cigarrillo, paseándose nuevamente. De pronto se sentó y dirigió su mirada al fuego; juntó las palmas de sus manos y se quedó mirándolo silenciosamente.
Entonces llegó el sonido de pasos en la escalera y alguien golpeó a la puerta.
Ella se levantó y lanzó la colilla al fuego y dijo sin moverse:
–Entre.
La puerta se abrió para mostrar a un hombre vestido en traje de noche. Llevaba puesto un gabán, abierto por delante.
–¿Puedo entrar? No pude deshacerme de esto a la entrada; ¡no vi dónde dejarlo! –Se quitó el abrigo–. ¿Cómo está? ¡Esto parece un nido de pájaro!
Ella le señaló una silla.
–Espero que no le moleste que le haya pedido que viniera…
–Ah no, estoy encantado. Encontré su nota en el club hace solo veinte minutos.
Él se sentó en la silla frente al fuego.
–¿Entonces realmente se va a la India? ¡Qué fantástico! ¿Pero qué piensa hacer allá? Creo que fue Grey quien me contó hace seis semanas que partía, pero lo tomé como una de esas historias mitológicas que no merecen credibilidad. ¡Aunque no estoy tan seguro! En realidad, nada me sorprendería.
Se quedó mirándola de manera medio burlona, medio interesada.
–¡Ha pasado tanto tiempo desde que nos conocimos! ¿Seis meses, ocho?
–Siete –respondió ella.
–Realmente pensé que estaba tratando de evitarme. ¿Qué ha estado haciendo sola todo este tiempo?
–Ah, he estado ocupada. ¿No quiere un cigarrillo?
Le extendió su cajetilla.
–¿Y usted no tomará uno también? ¡Sé que está en contra de fumar en compañía de hombres, pero podría hacer una excepción en mi caso!
–Gracias. –Ella encendió el suyo y le pasó los fósforos.
–Pero en serio, ¿qué ha estado haciendo sola todo este tiempo? Ha desaparecido completamente de la vida civilizada. Cuando visité a los Graham en la primavera, dijeron que iba a venir, y a último minuto decidió no hacerlo. Estábamos todos muy decepcionados. ¿Qué la lleva a la India ahora? ¿Acaso irá a predicar la doctrina de igualdad social e intelectual a las mujeres hindúes e incitarlas a que se rebelen? ¿Casarse quizás con un anciano sacerdote budista, construir una pequeña choza en la cima de los Himalayas y vivir allí, discutiendo filosofía y meditando? Estoy seguro de que es eso lo que le gustaría. ¡Realmente no me sorprendería si llegara a escuchar que hizo algo semejante!
Ella rio y volvió a sacar su cajetilla de cigarrillos.
Fumaba lentamente.
–He permanecido demasiado tiempo aquí, cuatro años, y quiero un cambio. Me dio alegría ver que tuvo éxito en las elecciones –dijo ella–. ¿Tenía mucho interés en ello, no?
–Ah, sí. Tuvimos que dar una pelea muy dura. Salí bien parado, sabe, aunque no fuera realmente un tema personal. Pero sí una gran preocupación.
–¿No cree –dijo ella–, que se equivocó al mandar esa carta a los diarios? Hubiera reforzado su posición si se hubiera quedado callado.
–Tal vez; así lo veo ahora, pero lo hice siguiendo un consejo. Pese a todo, ganamos, así que todo está bien–. Él se recostó en la silla.
–¿Se siente bien?
–Ah sí; bastante bien; aburrido, ya sabe. Uno a veces no sabe para qué trabaja y se esfuerza.
–¿Adónde va a pasar las vacaciones este año?
–Eh, Escocia, supongo; siempre voy: mis antiguos barrios…
–¿Por qué no va a Noruega? Sería un cambio más drástico y lo repondría más. ¿Recibió un libro sobre el deporte en Noruega?
–¿Fue usted quien me lo envió? ¡Qué gentil de su parte! Lo leí con gran interés. Estuve casi dispuesto a partir en ese mismo minuto. Supongo que es el tipo de vis inertiæ22 que se apodera de uno cuando se empieza a envejecer y que lo manda devuelta al lugar de antaño. Un cambio sería mucho mejor.
–Hay una lista al final de ese libro –dijo ella– de todas las cosas que uno tiene que llevar. Pensé que le ahorraría problemas; se la podría simplemente pasar a su valet, para que le consiga todo. ¿Todavía lo tiene a su servicio?
–Por supuesto. Me es tan fiel como un perro. Creo que nada lo induciría a dejarme. No me deja salir a cazar desde que me esguincé el pie el otoño pasado. Tengo que hacerlo a escondidas. Él cree que no me puedo mantener sobre la montura con un tobillo esguinzado; pero es un buen tipo, me cuida como una madre. –Fumaba de manera silenciosa y la luz del fuego alumbraba su abrigo negro–. ¿Pero para qué va a la India? ¿Conoce a alguien allá?
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