Patricio Manns - El lento silbido de los sables

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El lento silbido de los sables: краткое содержание, описание и аннотация

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El lento silbido de los sables es una rigurosa mezcla de historia y ficción. Patricio Manns desnuda en esta nueva novela histórica dos temas particulares: el choque de culturas inserto en una guerra bestial y las relaciones inevitablemente envenenadas que esta guerra –conocida como «Pacificación de la Araucanía»– promueve entre las partes en conflicto. Las páginas oscuras de esta epopeya saltan a la luz y penetran en las razones del sempiterno conflicto mapuche, que cada cierto tiempo pone en jaque al Estado chileno. Cinco presidentes encabezaron el genocidio de Arauco dando una guerra sin cuartel y con gran superioridad numérica y técnica, a las razas desarmadas que vivían entre el río Biobío y el Canal de Chacao, territorio que los reyes de España configuraron como la Nación Mapuche, anexada por Chile tras una guerra de cuarenta años. Aquí afloran muchas de las interrogantes que hasta hoy se plantean y las respuestas las dan los propios acontecimientos, apoyados en un potente material bibliográfico. Novela necesaria, con personajes embrujadores, como Rayén y su hija Luz de Luna y del contradictorio oficial chileno, Orozimbo Baeza, que fue a la vez padre y amante de su hija mapuche.
Esta novela bicentenaria, representa una nueva manera de ver los sucesos que han configurado a la nación chilena y es ineludible aliciente reflexivo para juzgar los hechos de la antigua Frontera, en los inciertos días que corren.

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—Nada. Soy un oficial de Ejército y todavía no he guerreado nunca. Estoy contra la guerra y quizás un día me fusilen por eso.

Ella miró hacia el río un largo momento. Parecía ensimismada, como si una duda o un problema de difícil solución le curvara el entrecejo. De repente, preguntó:

—¿Quieres nadar conmigo?

Orozimbo se confundió mucho.

—No sé.

—¿Qué tiene de malo?

Orozimbo lo pensó dos veces, como era su costumbre. Luego:

—Nada, en realidad. Te sigo.

La joven cruzó por entre las ramas y alcanzó la ribera del río. Allí había un remanso de aguas quietas. Se desnudó y saltó al agua. Orozimbo creyó que debía hacer lo propio. Había visto su cuerpo desnudo, muy pálido y bello a la luz de la luna.

No puede ser, pensó, estoy soñando.

El agua era curiosamente tibia para hallarse en un territorio situado tan al sur. Nadaron y retozaron largo rato en las aguas transparentes. De pronto se encontraron frente a frente, con las caras empapadas, riendo. Se miraron. Ella lo besó en la boca. Fue la noche más intensa en la vida del joven militar. Incrustó su pecho entre los duros senos de la muchacha y atrajo su cintura hasta que los vellos del pubis tocaron los suyos. Una erección violenta le inflamó la sangre.

Volvió a hundir sus labios en la boca que jadeaba. La penetró con dulzura y ella colgó sus piernas en las caderas del macho. Orozimbo no supo nunca cuánto tiempo estuvieron así. Sintió que eyaculaba interminablemente y escuchó sus pequeños gemidos de placer. Durante el largo apareamiento, en todas las posiciones que permite el agua tibia, la luna se fue corriendo por el cielo casi hasta desaparecer en el horizonte que terminó por tragársela.

—Sabía que esto iba a ocurrir aquí —dijo la niña de repente, zafándose de sus brazos y nadando hasta la orilla. Él la alcanzó. Estuvieron un rato en silencio, recostados sobre la hierba, secándose.

—Cuando conozca el sentido de mi futuro, cuando sepa quién soy y hacia dónde me llevan las aguas de la vida, vendré a buscarte —dijo el Teniente, con inevitable romanticismo—. Es una promesa.

Ella se limitó a mirarlo en silencio con intensidad. Después se levantó, sacudió las hierbas de su falda, se metió en ella y en seguida se metió en la blusa.

—Te esperaré —dijo— te esperaré hasta que vuelvas —Y acto seguido lo besó en la boca y desapareció entre los matorrales como un susurro.

Esa noche, sin sospecharlo, había revelado a Orozimbo Baeza el nombre de sus futuras hijas.

Por la mañana se produjo el encuentro entre cautivas y soldados. Como lo había predicho Luz de Luna, las mujeres, una cuarentena de diversas edades, escucharon en silencio la exposición del Teniente Orozimbo Baeza y contestaron con gran seguridad a sus preguntas. En particular, una dijo:

—Nosotras no somos cautivas. Los Boroanos nos compraron en Argentina.

—¿Cómo en Argentina?

—Todas venimos de allá, donde también fuimos cautivas. Ellos, los Boroanos, van a Argentina y nos compran, sobre todo a las que tenemos pelo rubio y ojos azules.

—¿Entonces, no son cautivas chilenas ni españolas?

—Por nada del mundo —dijo una de las mayores—. Somos gente comprada.

—¿Y no tienen nada que ver con Chile?

—Nos llaman las españolas —dijo la más fuerte de ellas—. Hay quienes alegan que nos han cortado los talones para que no logremos escapar. Aunque yo te puedo mostrar mis talones.

En efecto, ellos no tenían ninguna huella de tortura ni de herida.

—Captamos —murmuró el ayudante—. Es muy extraño lo que sucede aquí, y sin embargo sucede.

—Afirmativo.

—¿Qué hacemos?

—Ordena a los soldados que ensillen.

Zambrano se alejó.

Orozimbo Baeza clavó sus ojos en Luz de Luna y manifestó con voz firme:

—Hemos hecho un compromiso Diguillín y yo, y cumpliré todas mis promesas. Todas —reiteró sin apartar los ojos de los ojos de la joven, que lo observaba al parecer sin ninguna emoción especial—. Espero que la guerra no las haga sufrir en demasía, pero tengan cuidado, porque cuando estalle, las cosas cambiarán. Será una guerra larga. Yo no estaré muy lejos, pues se me ha destinado a la comandancia de la División que controlará la zona de la desembocadura del río Toltén. Si me necesitan, pueden buscarme allí. Adiós. Me despido como un amigo.

—¡Como amigos! —gritaron al unísono las españolas-argentinas.

Al abandonar la gran tienda donde se tenía la reunión, se cuadró e hizo un saludo militar. No miró atrás, aunque sabía que dos ojos jóvenes y claros le horadaban la espalda como dos cuchillos verdes buscando tal vez su corazón.

Se mencionan halcones y palomas

Había decidido quedarse unos días en Boroa, pero en la otra parte del villorrio, donde se mezclaban el comercio, pequeñas posadas y expendios de bebidas alcohólicas. El lugar se hallaba poblado por aventureros de varias nacionalidades y de toda laya. Sabía que la simple visión de los cuerpos de las mujeres en las calles volvería locos a los jóvenes reclutas. Cruzaron pues el pueblo de callejuelas pedregosas, y algunas anchas y altas casas construidas con tejuelas de alerce. Estableció campamento cerca del río, que rodeaba tres cuartos del poblado, y concedió a los reclutas veinticuatro horas de permiso, con la condición de que organizaran las guardias para evitar el robo de los caballos. Escoltado por Zambrano, se adentró en la aldea, una de las primeras agrupaciones aglutinadas alrededor de un Fuerte, fundada por los españoles durante los primeros años del siglo XVII. En pleno centro, había pequeños hoteles con sus respectivos bares, y por supuesto, un bullicioso gentío que circulaba saludándose a gritos, entrando y saliendo de los establecimientos comerciales o de los bares.

—Vamos a buscar información sobre lo que está pasando —dijo Baeza a su ordenanza—. Por aquí deben andar los corresponsales de guerra.

Amarraron los caballos y entraron en un bar reluciente, atiborrado de botellas. Era mediodía y mucho mundo se alborotaba junto a la barra. Ciertos parroquianos leían periódicos instalados en sus mesas, bebiendo. Los uniformes llamaron la atención de inmediato. Algunos tipos se les acercaron con rapidez, pues todo el mundo quería contrastar sus informaciones. Nada era claro en el conflicto.

—¿De dónde vienen ustedes? —preguntó uno.

—De la desembocadura del Toltén —contestó Orozimbo mintiendo—. ¿Y quiénes son ustedes?

—Yo cubro las informaciones para El Meteoro .

—De Los Ángeles —dijo otro.

Un tercero admitió que pertenecía a El Ferrocarril , de Santiago de Nueva Extremadura, y un cuarto aseguró que informaba para El Mercurio , de Valparaíso.

Eran, pues, los célebres corresponsales de guerra, cuyos artículos despachados todos los días a sus periódicos, con el relato de los acontecimientos vividos en directo, ayudarían a los futuros historiadores en la reconstitución de los avatares del conflicto. Orozimbo los invitó a sentarse con ellos y descorcharon algunas botellas comentando las últimas noticias de todos los frentes. Al parecer, las acciones bélicas habían comenzado. Se hablaba de combates en la precordillera de los Andes, donde moraban los Pehuenches y los Arribanos. Estos últimos, sin embargo, se negaban a combatir y habían parlamentado con el Ejército para obtener garantías. En cambio, los Pehuenches atacaban con gran ferocidad, y no vacilaban en bajar hasta los llanos enfrentando a los uniformados. Había ya once Divisiones operando en territorio araucano. Todas estaban bajo el mando central del General Cornelio Saavedra, quien dependía del Ministerio de la Guerra, pero había experimentados jefes militares al mando de cada una de las otras Divisiones. Aunque esto de experimentados no calzaba, pues nunca antes habían combatido. Mal congénito de los ejércitos que atacan a sus pueblos para justificar su aversión a un trabajo verdadero.

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