—Parece ser que se está buscando una estrategia a fin de que la guerra no dure demasiado —dijo uno de los corresponsales— aunque como siempre ocurre en estos casos, los halcones quieren acciones decisivas y las palomas desean parlamentar con las tribus.
—Hace dos días hubo una batalla sangrienta en un sitio que llaman “El Almendral”, cerca de Ángol —informó otro—. El Ejército atacó una toldería en plena noche y mató sin discriminación a hombres, mujeres y niños, que apenas podían defenderse. Hay una laguna, un pantano cerca de allí, y un tipo que presenció los hechos nos contó que decenas de cadáveres flotaban sobre el barro. El Ejército montó guardia e impidió que los indios sobrevivientes enterraran a sus muertos. Las aguas y el fango estaban rojos y se dice que algunos heridos murieron desangrados porque no se les prestó auxilio.
—¿Quién comandó el ataque?
—El Coronel Tomás Walton y su lugarteniente, el Churrete Herman Marín, aspirante a escritor-historiador.
—¿Por qué aspirante a escritor?
—Herman Marín cree que escribe...
—¿Y cuándo fue ascendido Walton?
—En el mismo sitio de los hechos. Hay un General que protege sus fechorías. Se llama Eleuterio Barboza.
—Después de la matanza quemó las tolderías, las cosechas, y se llevó dos mil cabezas de ganado. Está tratando de elevar la guerra a su máximo punto de destrucción, y ya, a estas alturas, no lo frena nadie. Dentro de poco ascenderá a Teniente Coronel y entonces será imposible pararlo.
—No hace ninguna distinción entre guerreros, mujeres y niños. El mismo arenga a sus soldados para que cometan violaciones contra las mujeres y los niños de cualquier sexo o edad. Se hace llevar adolescentes a la tienda y ha matado a varios que le opusieron resistencia. Se dice que está loco a causa del alcohol.
Orozimbo escuchó los relatos en silencio. Tal vez ahora comprendía mejor el sentido de la guerra y la pérdida de compasión y humanidad que ella conlleva. Pero también, y por primera vez, temió por sí mismo. Supo con certeza que podría llegar a convertirse en otro Walton, protegido por el recién ascendido General Abigail Cruz, que cubriría todas sus fechorías. El miedo de que aquello ocurriera lo hizo beber su copa de un solo sorbo. Los periodistas lo miraron, pero miraron también su uniforme. En cambio, él se internó en su pasado, revisó su infancia, su adolescencia, y escuchó la voz de su padre: “Te estás metiendo en una guerra inmunda, hijo”. Llenó su copa y la vació de nuevo.
—¿Qué pasa con los Abajinos?
—Buscan un pacto con los Arribanos, los Pehuenches y otras tribus menores que operan en el Valle Central. No sabemos bien lo que piensan, pero pueden entrar en combate en cualquier momento, y son mucho más temibles que los Arribanos, porque también saben pelear en el mar.
Quizás a causa del vino, Orozimbo cerró los ojos y pensó por primera vez en Luz de Luna. No supo jamás por qué la recordó en ese instante. Vio una imagen muy nítida de la niña, yaciendo entre grandes raíces de árboles salvajes postradas a flor de tierra, en la mitad de un bosque. A través del follaje se filtraban los rayos de la luna, pero eran rayos de una luz intensa y muerta. Su amante estaba desnuda, y el largo pelo rubio, manchado con su sangre, le servía de pálida mortaja.
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