Por su parte, el gaitanismo es el principal caso utilizado para nutrir una conceptualización del populismo no acontecido, “fallido” o incompleto, pero, al fin y al cabo, tan anormal y amenazante como el argentino. El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, cuando se esperaba que fuese el siguiente presidente de Colombia, dio pie a la construcción de un concepto de populismo que, sin perder su connotación de desvío histórico, colocó al país andino en el escenario latinoamericano como uno marcado por la excepción de no haber atravesado una “verdadera” experiencia populista, o bien, de haber experimentado un populismo a mitad de camino. El gaitanismo ha sido erigido, además, como el drama causal de una Violencia (en mayúscula inicial) 14e insistentemente ha sido vinculado a la emergencia de guerrillas de izquierda radicalizada durante los años sesenta y setenta en Colombia. Dicho de otro modo: las cuestiones irresueltas que dejó un gaitanismo trunco habrían marcado las huellas inaugurales del conflicto reciente.
El populismo, entonces, en su acepción peyorativa acontecida y fallida, hace parte de esa construcción del peronismo y del gaitanismo como un asunto acechante, que es imprecada como cuestión explicativa de los problemas del presente en cada comunidad política. Y esto se relaciona con el primer descentramiento del populismo que este libro propone, pues pone de relieve estas dos experiencias políticas concretas a la hora de hablar de los populismos (en plural) y toma distancia de los modelos arquetípicos en clave anómala producidos a propósito de ellas. En este orden de ideas, cuando decimos que queremos hablar de los populismos en plural y con relación a sus experiencias concretas —el peronismo y el gaitanismo—, lo hacemos porque cada uno de estos procesos sirvió de base y dio origen a una interpretación “ejemplar”, peyorativa, teleológica y aún persistente del populismo latinoamericano.
El segundo descentramiento conceptual y analítico que este libro ofrece tiene que ver con colocar en primer plano la pregunta por la función que desempeñan, en los populismos, los procesos de constitución y de redefinición identitarios. Aunque el capítulo 1de este libro se aboca de lleno al tema, adelantamos aquí que pensamos las identidades como procesos constitutivamente históricos, eminentemente políticos, contingentes y signados por diversas formas de heterogeneidad. Lo anterior, en efecto, supone que no es posible definir de manera inmutable (ni esencial) aquello que una identidad política fue en el pasado o es en el presente, ya que dicha identidad se compone de sucesivos modos, actos, prácticas, acciones identificatorias de sujetos individuales y colectivos. Esto abarca no solo movimientos o grupos, sino también actores provenientes de sectores diversos, trayectorias individuales de mandos medios, militantes, “segundas, terceras o cuartas líneas” de liderazgo al interior de los movimientos políticos, figuras mediadoras entre arenas políticas, culturales e intelectuales, “hombres y mujeres de a pie”, entre otros múltiples actores.
Como advertíamos antes, es a partir de contribuciones teóricas recientes, producidas desde revisiones críticas a la perspectiva analítica de Ernesto Laclau, que argumentamos que las experiencias populistas pueden ser pensadas como un tipo específico de gestión de identidades políticas y populares. Como lo han destacado algunos trabajos producidos por los llamados “estudios poslaclausinos” (Aboy Carlés 2001; Aboy Carlés, Barros y Melo 2013; Barros 2002; Groppo 2009; Stavrakakis, 2007, entre otros), lo que nos permite hablar aquí de “lo popular” no tiene que ver con una condición de clase, estrato social o el estatus de los sujetos o de los colectivos de un campo identitario determinado; tampoco remite siquiera a la recurrente evocación del significante “pueblo” en una discursividad particular (en realidad, como es sabido, casi todas las identidades políticas modernas apelan al “pueblo” de alguna u otra manera). Lo que “convierte” en populares a las identidades políticas se vincula con cómo llevan a cabo operaciones de sentido orientadas a dislocar un orden establecido (Aboy Carlés 2013). Lo propio de las identidades populares es, pues, que apelan al sujeto popular para desnaturalizar el orden vigente, la vida pública, la cotidiana y el sentido común, mostrando su condición de miembros no plenos de la comunidad, negativamente privilegiados o simplemente excluidos (material o simbólicamente) de la vida comunitaria (Barros 2013).
Como se verá en algunos capítulos de este libro, apelamos a la tipología sobre las identidades políticas propuesta por Gerardo Aboy Carlés (2001; 2013) para caracterizar a los populismos como un tipo de identidad popular con pretensión hegemónica, esto es, como un proceso de constitución identitaria que busca realizar una eventual agregación, inclusión y articulación de las alteridades a la solidaridad propia. Los fenómenos populistas, por ende, no pueden equipararse a toda construcción identitaria de la política (Laclau 2005), ni mucho menos pueden ser caracterizados como una constitución de solidaridades políticas de tipo autoritario o totalitario. Dicho sin ambages: en este libro, los populismos son un tipo bastante acotado y particular de constitución discursiva de identificaciones políticas.
¿Lo anterior implicaría, entonces, que es posible considerar como procesos populistas algunas experiencias históricas que, por diversas razones, no alcanzaron el Poder Ejecutivo? Nuestro enfoque abocado a lo identitario no podría sino responder afirmativamente a este interrogante. Aquí, por lo tanto, marcamos otro descentramiento (puntual) respecto de los “modelos ejemplares” del populismo: nuestra caracterización no tendría como condición sine qua non experiencias que ocupen un lugar específico en el poder político del Estado, pues, con o sin solio presidencial, es la persistencia, la iteración y la constante resemantización de las identidades populares el elemento decisivo para comprender a los populismos de nuestra región. Colombia y el gaitanismo son un ejemplo ilustrativo de este punto.
El tercer descentramiento de los populismos que planteamos se relaciona con un particular modo de abordar la dimensión de la temporalidad. Y es aquí donde el enfoque histórico se vuelve crucial para el estudio de los populismos, no para buscar en el pasado un momento originario de constitución de una identidad popular (peronista o gaitanista en este caso) que haya permanecido inalterada a lo largo tiempo, sino para visibilizar, en el transcurso del tiempo, distintos momentos de constitución de estas propuestas identitarias; momentos que, ciertamente, fueron resignificados o intervenidos en sus respectivos países. En suma, y sin perder de vista el interés teórico y la indagación de las experiencias históricas y políticas concretas, el presente libro, en sus diversos capítulos, brinda aproximaciones analíticas que destacan la contingencia propia en la temporalidad de dos populismos latinoamericanos.
Así pues, la obra se divide en tres partes. La primera está conformada por dos textos que, sin la pretensión de comparar de manera exhaustiva o sistemática el peronismo y el gaitanismo, invitan a leer estas experiencias —ciertamente singulares y diversas— en contrapunto, esto es, tomando a cada una de ellas como un punto de comparación con la otra. Esta aproximación metodológica (que se encuentra en especial argumentada en el capítulo 2y que recuperamos en el epílogo) fue construida para analizar experiencias políticas disímiles o no evidentemente homólogas, prestando especial atención a las formas de producción social de sentidos en torno a la política, más que a los contenidos de cada proceso histórico-político en sí. 15La segunda parte reúne tres trabajos que realizan análisis específicos sobre algunas dimensiones significativas en el proceso de constitución y redefinición de las identidades peronistas. La tercera y última se ocupa, por su parte, de lo propio en torno al gaitanismo y a la experiencia colombiana.
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