1 ...6 7 8 10 11 12 ...24 Coxcox, el tlatoani del pueblo colhua, encabezó personalmente la partida de guerreros que llegó a destruir a los advenedizos. La partida estaba formada por guerreros de seis comunidades que atacaron al unísono: mataron sin piedad a los intrusos y únicamente mantuvieron vivos a unos cuantos guerreros para llevárselos como prisioneros a las ciudades que los habían derrotado. Las mujeres jóvenes fueron separadas y llevadas a su nueva vida como concubinas. Chimalxóchitl y su padre, Huitzilíhuitl (Pluma de Colibrí), fueron llevados a Colhuacan, la ciudad colhua más importante. El corazón de Huitzilíhuitl lloró por su hija, cuya ropa desgarrada mostró su cuerpo a la vista de todos y la expuso a la vergüenza, y le suplicó a Coxcox que se apiadara de la muchacha y le diera algo para que cubrirse. Coxcox se volvió y la miró, para luego echarse a reír, y su pueblo siempre recordaba que había dicho: “¡No! Se quedará como está.”
Por lo tanto, Chimalxóchitl se encontró atada de pies y manos, aguardando bajo vigilancia para saber cuál sería su destino; sin embargo, los días pasaron, alargando el tormento. Los colhuas estaban buscando en los pantanos de los alrededores a los sobrevivientes que habían escapado después de la batalla. Contaban con que el hambre haría que finalmente muchos de ellos salieran, y así ocurrió. Cuando comenzaron a llegar a Colhuacan, algunos arrastrados por los captores, algunos por voluntad propia para ofrecerse a actuar como esclavos a cambio de su vida, Chimalxóchitl aún era una cautiva avergonzada. Había sido capaz de resistir cuando nadie de su pueblo estaba allí para verla, pero ya no podía soportarlo entonces, por lo que le pidió a uno de su pueblo que le llevara tiza y carbón. Sus captores lo permitieron, quizá porque los divertía: la muchacha, atada, se esforzaba por marcarse a la manera antigua con esas sustancias blanca y negra. Después se puso de pie y se puso a gritar: “¿Por qué no me sacrifican?” Ella estaba dispuesta, los dioses estaban dispuestos; los colhuas sólo se deshonraban a sí mismos demorándose, como si no tuvieran el valor para sacrificarla. Más tarde, algunos de los bardos dirían que sus palabras avergonzaban a los colhuas y que éstos querían callarla, por lo que encendieron la pira; otros dijeron que algunos de su pueblo valoraban más el honor de la muchacha que su propia vida, por lo que dieron un paso adelante y llevaron a cabo el sacrificio ellos mismos cuando ella les dio la orden. Mientras las llamas se elevaban, Chimalxóchitl se mantuvo de pie: ya no tenía nada que perder. Las lágrimas corrían por sus mejillas y les gritaba a sus enemigos: “Pueblo de Colhuacan, voy a donde mora mi dios. Los descendientes de mi pueblo se convertirán en grandes guerreros; ¡ya lo verán!” Después de su muerte, los colhuas lavaron su sangre y sus cenizas, pero no pudieron limpiarse el temor que sus palabras habían despertado en ellos.
Muchos años más tarde, cuando su pueblo había alcanzado un gran poder y, posteriormente, lo había perdido de nuevo con la llegada de los cristianos, algunos dirían que quizá Chimalxóchitl en realidad nunca había vivido; después de todo, en algunas de las historias su nombre era Azcalxóchitl (una especie de flor que podríamos llamar “lirio” o “azucena”) y, en algunas otras, no había sido la hija del tlatoani, sino su hermana mayor, destinada a ser la madre del siguiente tlatoani en algunas comunidades. Si ni siquiera los bardos podían ponerse de acuerdo sobre unos elementos tan básicos de la trama, ¿por qué creer la historia?
No es necesario creer que podemos escuchar las palabras exactas de una conversación que tuvo lugar en 1299 para saber que lo esencial es cierto. Las pruebas arqueológicas y lingüísticas, así como los anales históricos escritos de múltiples ciudades mexicanas, indican que los antepasados de la gente ahora conocida como aztecas descendieron del norte en el transcurso de varios siglos y que quienes fueron los últimos en llegar se encontraron sin tierra, y más tarde tuvieron que competir por el poder en el fértil valle central. 4Sabemos que hicieron la guerra y reconocemos el significado simbólico de las hijas y hermanas principales, criadas con el propósito de que fueran las madres de los jefes de la siguiente generación; incluso sabemos que la gente del valle educaba a sus hijas nobles para que fueran casi tan estoicas como sus hermanos cuando habían sido hechos prisioneros, y que Chimalxóchitl y Azcalxóchitl eran nombres indígenas comunes de las hijas de los nobles. En resumen, la historia de Chimalxóchitl pudo haber sido la historia de más de una joven mujer.
Todas esas jóvenes, así como sus hermanos guerreros, aprendían su historia mientras se sentaban alrededor del fuego por la noche y escuchaban a los narradores de historias. Todos se enteraban de que su pueblo había venido del lejano norte y había cruzado montañas y desiertos para buscarse una nueva vida para todos, y que sus tlatoque llevaban los sagrados fardos de sus dioses a su nuevo hogar. Las historias diferían ligeramente, pero había ciertos puntos en común y podemos agregar a la mezcla las pruebas de la arqueología y de los mapas lingüísticos para formarnos una visión coherente de lo que sucedió. La narrativa tiene todas las características de un drama épico.
La historia se remonta a una época desconocida para Chimalxóchitl, excepto quizás en mitos y sueños, en el noreste de Asia, en la época de la última Edad de Hielo, hasta la época en que se pobló el continente americano. Para entonces, la humanidad había emergido de África y había deambulado por todas partes y vivido en casi todas las regiones del Viejo Mundo. Más tarde, cada grupo aprendería a amar el carácter de la tierra que llamaba hogar, desde los helados fiordos de Escandinavia hasta los áridos promontorios de la meseta del Decán en la India; sin embargo, hace 20 mil años o más, la tierra no era tan variada: en muchos lugares todavía estaba cubierta por los glaciares en gradual retroceso y los “hogares” todavía no estaban marcados tan claramente. Los pequeños grupos de personas seguían a las grandes presas de un lugar a otro y los valientes cazadores las derribaban con sus lanzas, relativamente frágiles. La mayoría de los estudiosos piensa que, a partir de hace unos 13 mil años, algunos grupos que vivían en el noreste de Asia cruzaron por el estrecho de Bering hasta Alaska: en esa época, el estrecho estaba cubierto de hielo y ese puente terrestre tenía varios kilómetros de ancho. Los conflictos armados o la escasez de recursos empujaron a oleadas de personas a atravesar ese estrecho al menos en tres ocasiones diferentes. Ellos, o sus hijos y nietos, continuaron persiguiendo los mastodontes, los caribúes y cualquier otro animal que valiera la pena para alimentarse; gradualmente, poblaron dos subcontinentes: Norteamérica y Centroamérica. Aquí y allá, encontraron algunos grupos que los habían precedido en el nuevo hemisferio, aparentemente viajando en canoas costa abajo. Hace unos 14 mil años, antes de que el puente terrestre hiciera posibles las migraciones masivas, algunos pueblos con pocos miembros habían llegado tan lejos como el sur de Chile. En un lugar ahora llamado Monte Verde, un niño pisó el barro junto a una hoguera encendida para cocinar y dejó una clara huella para que los arqueólogos la encontraran innumerables generaciones más tarde. 5
Después terminó la Edad de Hielo, hace unos 11 mil años: el hielo se derritió y el nivel del mar subió y cubrió el puente terrestre, separando el Viejo Mundo del Nuevo. Algunas de las piezas de caza gigantescas se extinguieron, la temperatura aumentó y florecieron más plantas. En todas partes, grupos de personas curiosas y hambrientas experimentaron comiendo más flores, frutos, raíces, semillas y tallos de plantas. No importaba que vivieran donde el clima era cálido o fresco, o si la tierra era boscosa y sombreada, o cálida y seca, lo hicieron en todas partes; sin embargo, pese a lo común de sus acciones, las diferencias que comenzaron a surgir en esa época serían de capital importancia para la historia humana en los milenios posteriores. Cuando los pueblos del continente euroasiático se reunieron más tarde con los del continente americano, las decisiones que los seres humanos habían tomado respecto de la agricultura en esos primeros tiempos determinarían su destino, en el sentido de que el pasado estableció el grado de fuerza relativo de cada grupo humano. Es una historia que vale la pena narrar si deseamos comprender tanto el ascenso como la caída de los mexicas.
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