En los anales, podemos escuchar a los mexicas, que hablan, cantan, ríen y gritan. Resulta que el mundo en el que vivían no puede caracterizarse como naturalmente mórbido o vicioso, a pesar de que ciertos momentos sí lo eran: tenían complejos sistemas en materia de política y comercio que eran muy efectivos, pero eran conscientes de haber cometido errores: estaban agradecidos con sus dioses, aunque en ocasiones lamentaban la crueldad de sus divinidades; criaban a sus hijos para que hicieran lo correcto por su propia gente y se avergonzaran del egoísmo, aun cuando algunas personas mostraban a veces ese rasgo; creían profundamente en que debían apreciar la vida: bailaban de alegría, cantaban sus poemas y les encantaba un buen chiste; no obstante, mezclaban los momentos de ligereza, humor e ironía con las ocasiones cargadas de patetismo o gravedad. No podían soportar un piso sucio, porque parecía indicar un desorden más profundo; sobre todo, eran flexibles: a medida que las situaciones cambiaban, demostraron repetidamente ser capaces de adaptarse. Eran expertos en sobrevivir.
Un día, en una biblioteca, algunas palabras en náhuatl de uno de los textos de Chimalpahin cayeron de repente en su lugar y escuché a una inhueltiuh, una hermana mayor mexica, que les gritaba a sus enemigos: la habían capturado y ella exigía que la sacrificaran. Sorprendentemente, se desvió del guión que, según me habían enseñado, uno debía esperar: no amenazaba a sus enemigos ni sucumbía ante ellos como una víctima maltratada, ni estaba prometiendo, moralista o fatalistamente, morir con el propósito de apaciguar a los dioses y mantener intacto el universo; no, estaba furiosa por una situación política específica sobre la que, finalmente, yo había leído ya lo suficiente como para comprenderla: estaba demostrando su arrojo. En ese momento, comprendí que esas personas a las que estaba empezando a conocer comprendiendo sus propias palabras eran demasiado complejas como para encajar en los marcos que les habían sido impuestos desde hacía mucho tiempo, unos marcos basados en las fuentes antiguas: los silenciosos restos arqueológicos y los testimonios de los españoles. Sus creencias y prácticas cambiaban a medida que las circunstancias lo hacían, y solamente al escucharlas hablar sobre los acontecimientos que experimentaron pude llegar a comprenderlas realmente. No podía acercarme a su mundo con una comprensión preconcebida de quiénes eran ni en qué creían, para después aplicar esa visión como la clave para interpretar todo lo que dijeron e hicieron: solamente avanzando con sus propios relatos de su historia, prestando mucha atención a todo lo que ellos mismos expresaron, pude llegar a comprender sus creencias en evolución y su sentido de sí mismos en transformación.
Este libro, que tiene sus raíces en los anales en lengua náhuatl, propone cinco revelaciones sobre los mexicas. Primera: aunque se ha supuesto que su vida política giraba en torno a esa creencia suya motivada religiosamente en la necesidad del sacrificio humano para mantener felices a los dioses, los anales indican que esa noción nunca fue primordial para ellos. De forma tradicional, se ha dicho que los mexicas creían que tenían que conquistar a otros pueblos para obtener el número requerido de víctimas, o alternativamente —como han afirmado algunos cínicos— que tan sólo afirmaban que debían hacerlo por esa razón con el propósito de justificar su deseo inherente de dominio; sin embargo, las propias historias de los mexicas indican que entendían con claridad que la vida política no giraba en torno a los dioses o a las afirmaciones sobre los dioses, sino en torno a la realidad de los cambiantes desequilibrios de poder. En un mundo en el que los gobernantes tenían muchas esposas, un gobernante podía engendrar literalmente decenas de hijos, entre los cuales se desarrollaban facciones en función de quiénes eran sus madres. Una facción más débil en una ciudad-Estado podría aliarse con una banda de hermanos perdedora de otra ciudad-Estado y, juntas, podrían derrocar repentinamente al linaje familiar dominante y cambiar el mapa político de una región. Los escritores de los anales explicaron casi todas sus guerras desde el punto de vista de esa forma de Realpolitik basada en los sexos; los prisioneros de guerra que terminaban enfrentando el sacrificio eran por lo general da-ños colaterales de esas luchas genuinas. Solamente hacia el final, cuando el poder mexica había aumentado de manera exponencial, surgió una situación en la que decenas de víctimas fueron brutalmente asesinadas con regularidad y con el propósito de hacer una espeluznante declaración pública de poder.
Segunda: ha habido una problemática tendencia a considerar que algunas personas del mundo mexica eran malas y otras, buenas. ¿Qué más podría explicar la convivencia de los brutales guerreros al lado de los gentiles agricultores de maíz, o a los esclavistas en una tierra de hermosa poesía?; sin embargo, los mismos individuos podían ser agricultores en una temporada y guerreros en otra; el hombre que al anochecer soplaba la caracola y cantaba profundos poemas podía ordenar a una aterrorizada esclava que lo visitara más tarde esa noche. Al igual que otras culturas dominantes, ejercían la mayor parte de su violencia en los márgenes de su mundo político, y esa decisión hizo posible la riqueza que permitió que creciera y floreciera una ciudad gloriosamente hermosa, una ciudad llena de ciudadanos que tenían el tiempo de ocio y la energía para escribir poesía, preparar aromáticas bebidas de cacao y, en ocasiones, debatir sobre la moral.
Tercera: ha corrido una gran cantidad de tinta sobre la interrogante de si los europeos habrían podido derrocar un reino como ése, pero cada generación de eruditos ha ignorado ciertos aspectos de la realidad que los propios mexicas reconocieron explícitamente en sus escritos. Hasta finales del siglo XX, los historiadores condenaron a los mexicas al fatalismo y la irracionalidad, reprimiendo regularmente las abundantes pruebas de su inteligente estrategia. En tiempos más recientes, se asumió que un odio generalizado contra los mexicas provocó que otros pueblos se aliaran con los españoles y, en consecuencia, los derrotaran; sin embargo, la familia real mexica estaba emparentada con casi todas las familias gobernantes en aquella tierra. Algunos pueblos los odiaban, pero otros aspiraban a ser como ellos. Lo que es evidente en todas partes de los anales históricos es el reconocimiento de un gran desequilibrio de poder tecnológico en relación con los españoles recién llegados, desequilibrio que exigía un rápido ajuste de cuentas. Algunos pensaban que era posible que la crisis corriente fuese la ocasión de la guerra que pusiera fin a todas las guerras y muchos querían estar del lado de los vencedores a la hora de entrar en una nueva era política.
Cuarta: aquellos que vivieron la guerra con los españoles y luego sobrevivieron a la primera gran epidemia de enfermedades europeas descubrieron con sorpresa que el sol seguía saliendo y poniéndose, y que aún tenían que hacer frente al resto de su vida. Casi no había tiempo para compadecerse de sí mismos. Los niños sobrevivientes se estaban convirtiendo en adultos con sus propias expectativas y los niños nacidos después del cataclismo no tenían recuerdos de los acontecimientos que habían atemorizado a sus mayores. Asombrosamente, los anales revelan que no fueron sólo los jóvenes quienes demostraron estar dispuestos a experimentar con los nuevos alimentos y técnicas, animales y dioses traídos por la gente del otro lado del mar. Algunos que ya eran adultos cuando llegaron los extraños ayudaron a demostrar la importancia del alfabeto fonético, por ejemplo, o de aprender a construir una nave más grande que cualquier canoa anterior o una torre rectangular en lugar de una piramidal. No todos mostraron esa curiosidad y ese pragmatismo notables, pero muchos sí lo hicieron; además, la gente demostró ser experta en la protección de su propia cosmovisión, incluso al mismo tiempo que adoptaba los elementos más útiles de la vida española.
Читать дальше