Camilla Townsend - El quinto sol

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El quinto sol es el que iluminó a los aztecas, el que los acompañó en su peregrinar desde la mítica Aztlán hasta el islote que se convertiría en Tenochtitlan, el que inspiró su mitología y por ello muchos de sus relatos fundacionales, el que atestiguó cómo un astuto enemigo logró someterlos. Los mexicas se consideraban a sí mismos humildes y valientes, afectos a los placeres de la vida —incluidos el baile y la poesía— y a contar historias, respetuosos de las tradiciones y hábiles negociantes. Aquí, Camilla Townsend presenta de modo novedoso la trayectoria del pueblo que llegó a regir en el centro de Mesoamérica, con mano dura, un uso inteligente de los linajes familiares y el establecimiento de un severo sistema de producción, hasta constituir eso que a falta de mejor término hemos llamado imperio. Con base principalmente en xiuhpohualli —los anales en que se consignaron los hechos más sobresalientes de un periodo— y otros documentos escritos en náhuatl, esta historia diferente de los aztecas derriba algunos mitos sobre su apetito sanguinario o su credulidad, y permite apreciar cómo perduró, incluso después de la conquista, una forma originalísima de entender el mundo y enfrentar la vida. Con una narración ágil y notables ejemplos que retratan el auge y la caída de los mexicas, esta obra le mostrará al lector que, de alguna manera, aún hoy estamos cobijados por el quinto sol.

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En la mayoría de los lugares, los hombres eran los que cazaban y las mujeres las que recolectaban. En su vida, siempre al borde de la supervivencia, correspondía a estas últimas la observación de todo lo existente en el mundo natural: vieron que las plantas crecían a partir de las semillas; sembraron en la tierra húmeda algunas semillas de sus plantas favoritas y volvieron al año siguiente a recoger los frutos de su trabajo, cuando la caza llevó al grupo de regreso al mismo lugar. Aprendieron, por ejemplo, que si recolectaban semillas únicamente de los arbustos que producían más bayas, la próxima generación de plantas produciría más de éstas. Las mujeres les dijeron a los hombres lo que habían deducido y aquellos que apreciaban la supervivencia las escucharon. Casi en todo el mundo, los grupos humanos se convirtieron en agricultores de tiempo parcial; sin embargo, la caza y la pesca siguieron como las actividades principales: los seres humanos dependían de la carne para obtener las proteínas que necesitaban para vivir. 6

Los grupos humanos se convirtieron gradualmente en agricultores de tiempo completo cuando y donde tenía sentido hacerlo; es decir, cuando la caza disminuía, se dedicaban a cultivar la flora local, en lugar de sólo tratar de cazar; además, también tenían en su entorno una constelación de plantas ricas en proteínas que podían sostener la vida humana: 7sucedió primero —hace aproximadamente 10 mil años— en el Creciente Fértil, una franja de tierra entre los ríos Tigris y Éufrates (en el actual Irak), donde el trigo y los guisantes disponibles hicieron de la agricultura una opción obvia cuando la caza excesiva de venados comenzó a hacerlos desaparecer. En otros lugares, como Nueva Guinea, donde los plátanos y la caña de azúcar eran las plantas más sabrosas disponibles, los seres humanos experimentaron con entusiasmo con los vegetales dulces, pero continuaron dependiendo del jabalí y otros animales de caza para alimentarse; no fueron tan tontos como para dedicar su vida al cultivo de postres de tiempo completo, y el trigo y los guisantes nativos del Medio Oriente no existían en su mundo. Es probable que eso no haya importado en el largo plazo, excepto por el hecho de que la agricultura de tiempo completo tuvo unos efectos enormes y trascendentales: aquellos que dedicaron su vida a la agricultura de tiempo completo tuvieron que abandonar el estilo de vida nómada y, así, pudieron construir grandes edificios y objetos pesados, experimentar con la forja de metales, la alfarería y los telares; a su vez, podían almacenar los excedentes de los alimentos y, consecuentemente, aumentar su población. Tuvieron que diseñar la manera de compartir el agua mientras irrigaban y desarrollaron nuevos tipos de herramientas; entonces comenzó a tener sentido dividir las tareas y permitir que la gente se especializara en un campo u otro, y las invenciones proliferaron. Con el tiempo, en resumen, el estilo de vida sedentario de los agricultores de tiempo completo produjo civilizaciones más poderosas.

No es que los agricultores hayan sido necesariamente más felices que los cazadores-recolectores, o más inteligentes o éticos, ni siempre inventaron las mismas cosas en el mismo orden ni tampoco lo que esperaríamos que hubieran inventado. Los antiguos agricultores andinos, por ejemplo, jamás pensaron en hacer pasar las fibras de las plantas a través de un cedazo para manufacturar un papel en el que pudieran escribir, como lo hicieron en el Viejo Mundo; en cambio, “escribían” haciendo nudos y trenzas a lo largo de cordones de colores que ataban para “grabar” sus oraciones y registrar los impuestos. Y los europeos, famosos más tarde por sus guerras, no fueron quienes crearon los primeros explosivos; los supuestamente pacíficos y autónomos chinos fueron quienes lo hicieron. Lo importante es que los pueblos agricultores siempre desarrollaron civilizaciones más poderosas en el sentido de ser capaces de derrotar a los pueblos que no habían desarrollado armas y bienes comparables, y cuyo número de habitantes no había aumentado de manera equivalente.

Los pueblos del Creciente Fértil fueron los primeros en hacer el cambio, pero su nueva forma de vida no fue la única durante mucho tiempo. El trigo y los guisantes se extendieron rápidamente al cercano Egipto, la Europa meridional y Asia, donde los pueblos empezaron a dedicarse mucho más a la agricultura que antes. En Egipto, los pueblos agricultores incluyeron plantas locales, como el higo; en Europa, agregaron la avena y otros cultivos a la mezcla, y, en China, la gente estaba experimentando con el cultivo de más arroz y mijo. Las grandes poblaciones ya podían vivir en ciudades permanentes —impensables para una población de cazadores-recolectores— y pronto las rutas comerciales entre las ciudades fomentaron un intercambio que dio a los pueblos de todo el continente euroasiático acceso regular a las plantas domesticadas favoritas de los otros y a las nuevas invenciones.

Finalmente, la existencia o inexistencia de la agricultura dejó de explicar las diferencias de poder en Eurasia o la capacidad de los pueblos para vencer en una guerra: con solamente unos cuantos siglos de diferencia entre ellos y sus vecinos, los agricultores pronto descubrieron que sus inventos más inteligentes y sus mejores armas podían ser comprados, prestados o robados por los pueblos que los rodeaban y seguían siendo nómadas; una vez que los nómadas tenían tales bienes en sus manos, se volvían tan poderosos o más que los agricultores: las tribus germánicas emplearon métodos romanos contra sus antiguos conquistadores; los mongoles de las llanuras del norte de Asia obtuvieron caballos y armas de metal de los chinos y, más tarde, cuando Gengis Kan y sus hombres llegaron galopando desde el norte, los granjeros se pusieron a temblar, con buenas razones.

Mientras tanto, al otro lado del mar, en América, los antepasados de Chimalxóchitl aún eran cazadores-recolectores, con un interés por la agricultura únicamente de medio tiempo, durante al menos cinco milenios después del momento en que la agricultura había surgido con gran fuerza en el Viejo Mundo. Las plantas comparables al trigo y los guisantes simplemente no existían allí. Más tarde, los americanos serían conocidos por su dependencia del maíz, además del frijol y la calabaza; sin embargo, el maíz antiguo, la planta llamada teosintle , no era más que un pasto silvestre con una mata de pequeños granos, más pequeños que el maíz actual. El trigo antiguo era casi exactamente igual al trigo de hoy en día, pero el teosintle no era tan nutritivo. Tuvieron que pasar miles de años de esfuerzos de las mujeres de México para convertir esas pequeñas matas en lo que después reconoceríamos como mazorcas de maíz: en ocasiones, plantaban los granos más grandes de las matas más grandes, de la misma manera como experimentaban con otras plantas; mientras tanto, ellas y los hombres seguían a los venados y otras piezas de caza, porque, incluso cuando las mazorcas comenzaron a adquirir un tamaño substancial, raspar los granos y comerlos todavía dejaba con hambre a una persona. Por último, las mujeres comenzaron a notar que, cuando comían maíz al mismo tiempo que comían frijoles, se sentían más satisfechas. 8El auge de la agricultura en América fue un proceso tardado y prolongado que se desarrolló de manera irregular, mucho más que en Europa; no obstante, el cambio ocurrió finalmente: hacia el año 3500 antes de nuestra era, unos cuantos grupos ya cultivaban maíz en México seriamente y, ya en el año 1800 antes de nuestra era, muchos más estaban haciendo lo mismo; 9sin embargo, hubo varios milenios de retraso en comparación con el Viejo Mundo, un hecho que sería muy importante en el futuro, como lo descubrirían los descendientes de Chimalxóchitl.

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