Otra fuente primaria principal es la obra de John Parish Robertson y suhermano William Parish Robertson, Four years in Paraguay: Comprising an Account of that Republic under the government of the Dictador Francia, volúmenes I y II, y el volumen III “Francia’s Reign of Terror: Being the Continuation of Letters on Paraguay”. Estos dos comerciantes aventureros escoceses llegaron al Paraguay en 1812 con planes de hacer fortuna, creando una compañía de comercio entre Asunción y Buenos Aires. La introducción de artículos manufacturados británicos y el entusiasta apoyo de los movimientos de independencia de América Latina por parte de Inglaterra, en gran medida con intención de asumir la herencia de las antiguas colonias ibéricas en calidad de dependencias económicas, fue en general atractiva para los paraguayos anticolonialistas. En consecuencia, los primeros gobiernos del Paraguay, esperando poder utilizar el prestigio y el poderío naval británico para garantizar la libre navegación del Río de la Plata, otorgaron tratamiento preferencial a los Robertson. Sin embargo, en 1815, después de un incidente que afectó la representación de los comerciantes escoceses ante el gobierno porteño, el cual puso de manifiesto que Inglaterra no garantizaría el libre paso de buques por el río controlado por Buenos Aires, Francia los expulsó, poniendo fin a su lucrativo negocio.
Es típico de la propaganda anti-Francia que se lanzaba sin pausa desde Buenos Aires durante los años del Dictador como jefe de estado, el panfleto de Fray Mariano Velazco, Proclamation of a Paraguayan to His Countrymen (Proclama de un Paraguayo a sus Paisanos). Esta publicación del gobierno de Buenos Aires caracterizó a Francia por su “genio hipocóndrico y atrabiliado, corazón lleno de amargura y de hiel, espíritu egoísta, pensamientos caníbales, ideas tortuosas, engreimiento sin ejemplar, audacia insufrible [y] operaciones maquiavelísticas”.7
De mayor significación en la formación de la opinión pública anti-Francia que estos pocos panfletos, fue la campaña emprendida en diarios de Buenos Aires, tales como El Tribuno, de donde se toma la siguiente cita del 15 de octubre de 1826:
Si el Dictador Francia merece algún perdón, es por la vigilancia con que tiene encerrado al Protector Don José Artigas –el anterior líder de la causa federal contra los porteños–. Sin embargo, la humanidad ganaría mucho, si algún ángel exterminador purgase la tierra, libertándola de estos dos monstruos.8
Además, periódicamente corrían por Europa las más increíbles e infundadas versiones concernientes a Francia. El primer libro publicado sobre los eventos de la revolución paraguaya, de acuerdo a su título, fue escrito “por una persona que fue testigo de muchos de ellos y obtuvo información auténtica con respecto al resto”. Este informe ‘auténtico’ omitía incluso indicar correctamente el nombre de Francia, refiriéndose al Dictador como “Dr. Tomás Francia”.9 La prensa europea gustaba de entretener a sus lectores con relatos sensacionalistas sobre Francia y el exótico Paraguay. En un ejemplo típico de 1835, periódicos en todo el continente, incluyendo el Memorial Bordelais y L’Echo du Midi, publicaron este artículo falso:
“La joven Reina del Paraguay”: El muy conocido Dr. Francia, a la edad de 65 [en realidad, Francia en esta época tenía 69 años], el excéntrico anciano que ha gobernado despóticamente el Paraguay desde la emancipación de América, acaba de casarse con una joven francesa, la hija de Monsieur Durand, un comerciante de Bayona. Se estipula en el contrato matrimonial que la joven esposa sería la sucesora de la autoridad política de su marido en caso de muerte de este, sin dejar un heredero directo o legítimo. Es muy probable, por consiguiente, que una francesa algún día llegara a gobernar una de las provincias más ricas y hermosas de América del Sur.10
Hacia fines de la década de 1830, Francia se había vuelto tan conocido para el público lector europeo que Charles Darwin, en sus comentarios sobre la historia geológica y natural del Río de la Plata, se sintió obligado a censurar al villano. Pese a que jamás había visitado el Paraguay, el joven Darwin no pudo resistir la oportunidad de incluir medio párrafo en su obra The Voyage of the Beagle, prediciendo sin acierto que “cuando el viejo tirano sanguinario se haya ido después de su larga trayectoria, el Paraguay se desgarrará en revoluciones, violentas en proporción a la calma innatural anterior”.11
Debe señalarse que incluso los volúmenes mejor substanciados de Rengger y los hermanos Robertson, no son obras históricas propiamente dichas; más bien son relatos personales, orientados sobre todo a captar el interés del público lector europeo.12 Lamentablemente, los historiadores han aceptado sin críticas estas obras como fuentes primarias de la historia paraguaya. No obstante, si se leen con precaución Rengger y los Robertson proporcionan un gran volumen de información valiosa.
La obra de Enrique Wisner de Morgenstern, El Dictador del Paraguay: Doctor José Gaspar Rodríguez de Francia,13 también merece mención como fuente importante de información. Comisionado por el Presidente Francisco Solano López en 1863 para escribir una historia de la era de Francia, Wisner realizó extensas entrevistas y completó un borrador al año siguiente. Sin embargo, debido a su muerte y al caos de la Guerra de la Triple Alianza (1864-70), el manuscrito no fue corregido hasta 1876 y no fue publicado sino en 1923. A pesar de que la de Wisner es con creces la más objetiva de las primeras obras, contiene errores de hecho de menor cuantía y refleja la airada polémica que estalló poco después de la muerte de Francia.
Reflejando el masivo apoyo a Francia, poemas populares, canciones y escritos alababan al Dictador y su régimen.14 La obra de más amplia circulación de la literatura francista, la oración fúnebre del Padre Manuel Antonio Pérez,15 fue publicada en todos los diarios del Plata y traducida para lectores europeos. Mientras los francistas alababan al Dictador como “el salvador que suscitó el Señor para liberar al pueblo paraguayo de sus enemigos”,16no igualó en intensidad o eficacia la campaña anti-francista conducida por la vieja oligarquía paraguaya. En apariencia, algunos miembros de la oligarquía no estaban contentos con los ataques histéricos a la memoria de su archienemigo; algunos meses después de la muerte de Francia, su cuerpo fue robado de la Catedral de Asunción y desde entonces no ha sido encontrado.17
Los enemigos de Francia creyeron incluso necesario anotar sus ataques en registros oficiales universitarios. En una letra desconocida, sin fecha ni firma, los siguientes comentarios fueron agregados a su asiento:
Francia: fue después presidente de la República del Paraguay y muy atroz tirano que ha ensangrentado la historia de aquel país con escándalo del mundo entero. Ha sido un monstruo que ha desgarrado las entrañas de su patria.18
El odio de la oligarquía a Francia pasó a través de las generaciones y permanece siendo el objeto de encendidas discusiones emocionales. Hasta la fecha es imposible sostener un debate racional sobre Francia con muchos de los descendientes de la antigua clase superior del Paraguay.
Una figura tan dinámica como la de Francia también atrajo a algunos defensores. En un ensayo escrito a mediados de la década de 1840, Thomas Carlyle lo alabó como hombre fuerte y determinado de América Latina, que impuso orden a una era tumultuosa, repleta de violentas contradicciones sociales.19 En la siguiente década, Auguste Comte, colocándolo junto a otros grandes revolucionarios americanos como Benjamín Franklin, Bolívar y Toussaint-L’Ouverture, dedicó un día en su calendario positivista a Francia.20
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