Luego de su entrevista con el búho, el caracol que deseaba conocer los motivos de la lentitud regresó lentamente, muy lentamente hasta la planta de calicanto y encontró a los otros caracoles entregados a lo que llamaban «la costumbre».
Alguna vez, y ninguno recordaba con precisión cuándo había ocurrido, el viento llevó hasta el prado unas hojas de colores, de formas regulares, de bordes tan lisos como jamás habían visto entre los árboles y las plantas conocidas. Esas hojas planearon, danzaron con ligereza en el aire, hasta que finalmente aterrizaron sobre la hierba húmeda. En esas hojas había extraños signos negros y unos seres humanos tan quietos, tan pequeños y ajenos al peligro que representaban para los habitantes del prado, que todos los caracoles se asombraron.
Lentamente, muy lentamente recorrieron las hojas caídas examinando con atención a los seres humanos inmóviles que hacían fila frente a una gran superficie [20] llena de alimentos al parecer muy sabrosos, pues al final de las hojas se les veía con caras alegres y portando comida entre las manos.
– Alguien, y no recuerdo quién, me dijo que los humanos dedican sus vidas a repetir cosas, movimientos y conductas que ellos llaman costumbres – señaló un caracol viejo.
– No me parece mal esta costumbre de comer – opinó otro caracol, y los demás movieron sus cuernitos indicando que estaban de acuerdo, esa costumbre de comer en grupo les parecía estupenda.
A partir de ese día abandonaron el hábito de comer solos y a cualquier hora, impelidos nada más que por el hambre, y decidieron hacerlo juntos y al ocaso, reunidos bajo las gruesas hojas del calicanto. Para hacer más grata la costumbre, se turnaban entre los que, susurrando, hacían las preguntas, y los que, también entre susurros, daban las respuestas.
– ¿Qué tenemos para comer? – preguntaba uno.
– Diente de león. Sabrosas hojas de diente de león – respondía otro.
– Quisiera comer algo muy sabroso – decía uno.
[22] – Te recomiendo el diente de león – contestaba otro.
Gracias a «la costumbre» cada tarde bajo las hojas del calicanto se juntaban los caracoles a comer hojitas de diente de león y susurraban acerca del infatigable trabajo de las hormigas, de la altanería de las langostas que cruzaban el prado a largos saltos sin detenerse a saludar a ninguno, y también de los peligros que los acechaban. Temían sobre todo a las orugas, capaces de vencer la fuerza con que se aferraban a las hojas del calicanto, y a los escarabajos, cuyas poderosas mandíbulas eran capaces de romper sus conchas. Pero a lo que más temían era a los seres humanos. Cuando un caracol susurraba ¡plash!, y otro, y otro más, y todos repetían el susurro de alarma sabían que, por culpa de esa manera descuidada de moverse que tenían los humanos, posando sus grandes y pesados pies en cualquier parte, muchos de ellos no llegarían a la placentera costumbre del ocaso.
[23] El caracol que deseaba conocer los motivos de la lentitud participaba cada tarde de la costumbre de comer y susurrar los hechos del día bajo el calicanto, y no cesaba de hacer preguntas acerca del por qué de la lentitud, y de por qué no tenían nombres.
– Vamos a ver – le respondió una tarde un caracol de los más viejos y que ya estaba bastante cansado de sus preguntas – somos lentos porque no sabemos dar los saltos de la langosta ni volar como las mariposas. Y en cuanto a lo de tener nombres, debes saber que sólo los humanos son capaces de dar nombres a las cosas y a los seres del prado. Basta ya de preguntas insensatas pues si insistes te expulsaremos del prado.
Al caracol que deseaba conocer los motivos de la lentitud y quería tener un nombre le dolió esa amenaza. Y también le dolió que ninguno de los otros caracoles lo apoyara o defendiera. Y más todavía le dolió que algunos susurraran «sí, sí, que se vaya, queremos vivir tranquilos».
Entonces estiró su cuello todo lo que pudo, movió los cuernitos con sus ojos hasta mirarlos a todos uno a [24] uno, y elevando el tono del susurro todo lo que le permitía su diminuta boca, dijo:
– Pues me iré, y regresaré solamente cuando sepa por qué somos tan lentos, y cuando tenga un nombre.
entregarse a algo:einer Sache huldigen. el borde:Rand. liso/a:glatt. planear:schweben. la ligereza:Leichtigkeit. aterrizar:landen. el ser humano:menschliches Wesen. quieto/a:ruhig. ajeno/a a:frei von, ohne. asombrarse:sich wundern, staunen. recorrer:durchqueren. hacer fila:sich anstellen (la fila: Reihe). al parecer:dem Anschein nach. portar:tragen. la conducta:Verhaltensweise. señalar:signalisieren, melden. el hábito:Gewohnheit. impelido/a:angetrieben. el ocaso:Sonnenuntergang. grueso/a:dick. grato/a:angenehm. turnarse:sich abwechseln. juntarse:sich treffen, zusammenkommen. acerca de:bezüglich, hinsichtlich. infatigable:unermüdlich. la hormiga:Ameise. la altanería:Hochmut, Überheblichkeit. la langosta:Grashüpfer, Heuschrecke. detenerse:stehenbleiben, anhalten. acechar:(auf)lauern. la oruga:Raupe. aferrarse a:sich festhalten, klammern an. el escarabajo:Käfer. la mandíbula:Kiefer. descuidado/a:unachtsam, unbekümmert. posar:absetzen. cesar de(+ inf.): aufhören zu. en cuanto a:bezüglich. insensato/a:unvernünftig, unsinnig. expulsar de:vertreiben von, ausstoßen aus. la amenaza:Drohung. apoyar:unterstützen. elevar:anheben. diminuto/a:klein, winzig.
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