Juan Pablo Pino Posada - Aurelio Arturo y la poesía colombiana del siglo XX

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Aurelio Arturo y la poesía colombiana del siglo XX: краткое содержание, описание и аннотация

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Echando mano de un basamento teórico-conceptual que bebe de la filosofía, la teoría literaria, la sociología y la historia, Juan Pablo Pino Posada se adentra en los pliegues de la obra del poeta colombiano Aurelio Arturo (La Unión, 1906-Bogotá, 1974) con el propósito de estudiar las maneras en que las nociones de «espacio» y «subjetividad» se trenzan y ponen de manifiesto las tensiones propias de la modernidad tardía. Lo verdaderamente singular de este libro estriba en que su aproximación, al ser de carácter histórico-narrativo, permite pensar los tres periodos creativos de la lírica arturiana -el de su juventud, su adultez y su vejez–, y las espacialidades (sean estas vividas, imaginarias o metafóricas) en torno a las cuales dichos periodos se forjan, como ejes constitutivos de un todo, de una unidad, de un «relato» (aristotélicamente hablando) que ofrece posibles respuestas a la pregunta tardomoderna por la interacción de la subjetividad consigo misma y con el lenguaje. Dejando de lado a José Eustasio Rivera (1888-1928), cuya producción lírica continúa siendo esquiva a rotulaciones generacionales, en el transcurso de esta travesía el autor logra entroncar a Arturo con Los Nuevos (1925), Piedra y Cielo (1939-c. 1944), la revista Mito (1955-1962), el Nadaísmo (1958-1974) y la Generación desencantada (1974-c. 1990), vistos de manera sinecdótica en poetas como Rafael Maya (1897-1980), Eduardo Carranza (1913-1985), Jorge Gaitán Du- rán (1924-1962), Jaime Jaramillo Escobar (1932) y José Manuel Arango (1937-2002), respectivamente. Lo anterior, pese a estar ceñido al siempre canonizante método generacional (hoy tan cuestionado al interior del campo de los Estudios Literarios), revela el interés de Pino Posada por desterrar el vicio que ha hecho que cierto sector de la crítica siga viendo a Arturo como una figura «insular», ajena a los múltiples y diversos senderos poéticos del país. Estamos ante un trabajo riguroso, sensible y necesario para los estudios poetológicos en Colombia.

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El segundo bloque (estrofas VIII-XI) mantiene la referencia constante a la tierra, pero con dos significativas variaciones: por un lado, el narrador plural da paso a un narrador singular; por otro, los sucesos relatados entran a formar parte de una secuencia temporal que desborda los márgenes de la vida de la generación actual. Esta secuencia temporal involucra a los antepasados (VIII), la infancia (XI), la adolescencia (X), pasa por el presente de un amor a la tierra –“Ésta es la tierra oscura que ama mi corazón” (v. 48)– y se prolonga hasta el anuncio de la muerte por venir (v. 49). Mientras que en las primeras estrofas aparece el recuerdo de los sucesos que nutren apenas una porción de la vida del colectivo –días o, a lo sumo, años, ajenos por demás a una sucesión cronológica o a la participación en un proceso–, en el segundo bloque es la historia del colectivo en su totalidad temporal la que transcurre situada en el mismo espacio. La continuidad entre uno y otro bloque la da la invariante espacial, la cual, lejos de desempeñar la función del telón de fondo, es objeto explícito de denotación.

El cronotopo idílico

Precisamente la unidad de lugar , entendida como “la vinculación de la vida de las generaciones a un determinado lugar” es, según Mijaíl Bajtín, uno de los rasgos comunes a los diferentes tipos de idilio que han aparecido desde la Antigüedad (1991: 376). A esta unidad, que, como tal, exige la sujeción del tiempo a una estructura cíclica, se suman como segundo y tercer rasgo la circunscripción a realidades fundamentales de la vida –“el amor, el nacimiento, la muerte, el matrimonio, el trabajo, la comida y la bebida, las edades”, sin referencia a los acontecimientos cotidianos que dotan de singularidad la existencia histórica– y la combinación de estas realidades con las de la naturaleza mediante la asimilación de los ritmos propios de unas y otras (1991: 377).

Bajtín propone esta caracterización en un estudio sobre el cronotopo idílico en la novela, donde el cronotopo es la conceptualización de “la conexión esencial de relaciones temporales y espaciales asimiladas artísticamente en la literatura” (1991: 237), y la variante idílica es la materialización de dicha conexión en el subgénero del idilio. Aunque el campo de interés de Bajtín es la narrativa, los rasgos mencionados describen también el poema de Aurelio Arturo (poema que, a fin de cuentas, analizo con un enfoque narratológico). Otros rasgos definitorios son la autorreferencialidad del género –perceptible en el relato de las competiciones pastorales de canto– y la motivación crítica respecto de la civilización (cf. Kühnel & Holmes, 2007: 340).

Bajtín identifica las relaciones espacio-temporales en el idilio de acuerdo con su posición respecto de lo que él denomina el tiempo folclórico . El tiempo folclórico es aquel que se corresponde con el “primitivo estadio agrícola de evolución de la sociedad humana” (1991: 357). Es un tiempo colectivo –donde la circunscripción a acontecimientos de la vida en comunidad no da aún cabida al “tiempo interior de la vida individual” (358)–; es un tiempo de labor –que como tal se mide de acuerdo con el trabajo agrícola y sus fases– y de crecimiento productivo –cuyo paso no es destrucción ni disminución, sino multiplicación y florecimiento–; es además un tiempo de máxima orientación hacia el futuro ; es un tiempo unitario –dentro del cual la esfera del individuo coincide con la de la historia–; es también un tiempo de dinámica adherente –en cuyo movimiento se integran todos los elementos con igual participación y sin la posterior desintegración entre temas y trasfondos–; es, asimismo, un tiempo “profundamente espacial y concreto” que “no está separado de la tierra y de la naturaleza” y que integra la vida humana a su misma condición terrestre; 44y es, por último –y aquí habla Bajtín de “rasgo decisivo”–, un tiempo cíclico: “El sello del carácter cíclico, y, por lo tanto, el de la repetitividad cíclica, se halla en todos los acontecimientos de ese tiempo. Su tendencia hacia adelante viene frenada por el ciclo” (1991: 361). El tiempo del idilio comparte este rasgo cíclico. El guion que se encuentra en la base de la secuencia narrativa en el poema de Aurelio Arturo es, pues, el del ciclo.

Tiempo cíclico y tiempo histórico

En ambos bloques del poema, en efecto, es posible advertir un tiempo cíclico. Ya la primera estrofa anticipa una estructura circular cuando a la dualidad /felicidad/ y /sufrimiento/ sucede la contrapuesta del /llanto/ y el /dulce sueño/. El ciclo de este primer bloque es, como recién se dijo, el del día y la noche. Los versos que lo cierran retoman ambos momentos, ya en un solo movimiento y después de cumplido el período: “Aquí los días fueron talleres, hachas y bosques. / Aquí huyeron los días como potros, / y se agotaron las noches como copas / llenas de néctares y estrellas” (vv. 27-30). El relato se ciñe a una secuencia en la que hechos y sucesos siguen sin mayores desviaciones el patrón idílico esperado, no solo por la ciclicidad misma –en todo caso tenue–, sino por lo que hay en ella: vida colectiva elemental e idealizada. El “buen afán en el corazón iluminado” (v. 10), los “alegres camaradas” (v. 11), los también “alegres vinos” (v. 14), las “gráciles mozas” (v. 15), los “fulgurantes caballos” (v. 18), entre otras presencias, perfilan sin ambigüedad una atmósfera de placidez. Por otra parte, una de las isotopías más presentes es la de la expresión lingüística: “cantar en los labios” (v. 8), “cordiales” y “fáciles” palabras (vv. 13, 17), “voces sensuales” (v. 15), gritos (v. 18). En ello, el poema sigue siendo fiel a la autorreferencialidad de la tradición idílica de pastores cantores.

El carácter cíclico del tiempo en el segundo bloque viene dado por la continuidad espacial de la vida de las generaciones. Realidades que en principio deberían resaltar el componente irreversible del paso del tiempo, como son la de la muerte de los antepasados y la del nacimiento de los descendientes, aparecen contiguas en virtud de la unidad de lugar y terminan contribuyendo a la cristalización de un tiempo unitario:

La unidad de lugar disminuye y debilita todas las fronteras temporales entre las vidas individuales y las diferentes fases de la vida misma. La unidad del tiempo acerca y une la cuna y la tumba (el mismo rinconcito, la misma tierra), la niñez y la vejez (el mismo boscaje, el mismo arroyo, los mismos tilos, la misma casa), la vida de las diferentes generaciones que han vivido en el mismo lugar, en las mismas condiciones, y han visto lo mismo (Bajtín, 1991: 376-377).

La unidad de este tiempo viene acentuada en el poema a partir de la pervivencia, a lo largo de las generaciones, de la esperanza en la realización de un ideal. La isotopía del anhelo es el recurso desplegado en las cuatro últimas estrofas. El hablante lírico apela en efecto al “ensueño” de su pueblo y de su raza (v. 34), al padre que “soñó” (v. 37) y a los hermanos que “ soñaron y amaron una misma ilusión ” (v. 39, énfasis mío); a su vez, dice de sí mismo: “aquí he sido iluso ” (v. 44, énfasis mío) y “Aquí aprendí a amar los sueños –los dulces sueños – / sobre todas las cosas de la tierra” (vv. 46-47, énfasis mío). Esta comunidad del sueño recuerda el verso contemporáneo “Yo he soñado en fundar una gran ciudad sin cúpulas” (“El grito de las antorchas”, v. 16). En efecto, la connotación ideológica asoma en el semema “alegres camaradas ” (v. 11, énfasis mío) y en la declaración “Aquí las noches fueron rojas ” (v. 24, énfasis mío). Puede afirmarse con cierta plausibilidad que el hablante lírico activa en el sema /sueño/ –registrado por Moliner como “Cosa en cuya realización se piensa con ilusión o deseo” (2007: 2782)– los anhelos históricos de emancipación del colectivo y los sitúa como antecedentes de su actual utopía socialista.

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