En tercer lugar, una de las respuestas más contundentes al estructuralismo proviene de los académicos británicos de la Escuela de Birmingham, quienes inauguraron los “estudios culturales” con la intención de elaborar una comprensión más matizada de la cultura sin minimizar el poder de la agencia humana. El camino elegido es revisar la obra del filósofo italiano Antonio Gramsci y su concepto de hegemonía, entendida no como la imposición de una clase dominante sino como la capacidad que tiene un grupo social de ejercer la dirección cultural sobre la sociedad en la medida en que representa intereses que las clases subalternas también reconocen como suyos. La hegemonía es un proceso dinámico y multidireccional (no de “arriba” hacia “abajo”) que implica compromisos entre el Estado y otros grupos mediante negociaciones que pueden resultar en victorias tácticas para las clases subalternas. El concepto de hegemonía rechaza la asimilación mecánica y automatizada de la cultura de masas. En lugar de considerarla como una desviación de la consciencia de clase, estos autores enfatizan las posibilidades de resistencia que se encuentran en los medios de comunicación masivos. Un autor pionero en esta dirección es Richard Hoggart, quien traza la forma en que la clase obrera inglesa conservó gustos, creencias y cierta independencia de la influencia de la prensa. Hoggart concluye que, pese a que los editores periodísticos recurren a valores tradicionales para atraer públicos masivos, la clase obrera no asimila de un modo mecánico los productos culturales, y en ocasiones, responde con indiferencia o apatía hacia ellos; no en el sentido de pasividad, sino que en base a “una capacidad de absorber lo que se quiere dejando que el resto siga su curso”44. Advirtiendo el impacto de los medios en la cotidianeidad popular, Hoggart no se ocupa de la producción cultural sino más bien de sus efectos en la experiencia de las masas. En la misma línea, Raymond Williams analiza la recepción del mensaje mediático en las audiencias. Si bien Williams considera que la noción de masas es limitada por su asociación con lógicas de manipulación, reconoce que la cultura masiva es una combinación compleja de elementos arcaicos (lo que sobrevive del pasado como rememoración); residuales (lo formado en el pasado, pero activo en el presente); y emergentes (lo nuevo, aparecido en instituciones y prácticas)45.
El enfoque de los estudios culturales permite concebir el deporte en la prensa como un terreno en disputa por la hegemonía46. La historia del deporte moderno, como otras áreas de la cultura de masas, es una historia de lucha cultural; y esa lucha se dio simultáneamente en clubes, estadios, gimnasios, y fundamentalmente, en los medios. El deporte, como elemento novedoso a fines del siglo XIX y más claramente visible en las primeras décadas del siglo XX, se consolidó como un espacio de confrontación simbólica relevante para la configuración moderna del periodismo chileno. Más importante aún, las revistas lograron conciliar elementos residuales de la cultura popular (imaginarios colectivos, costumbres locales, aspiraciones sociales) con elementos de la emergente cultura de masas e incorporar dichos elementos dentro de la cultura política chilena que edificó el Estado a mediados del siglo XX. Gracias a su mediación cultural, las revistas deportivas no fueron simples retratos de la cultura deportiva en desarrollo, sino que se constituyeron como actores colectivos relevantes para mediar las diferencias entre grupos de interés y reconciliar los gustos por una u otra práctica deportiva; una mediación que aseguró el consentimiento activo entre clases dirigentes y subalternas. La transformación histórica del deporte en espectáculo masivo, en el cual diversos grupos sociales experimentaron nuevas formas de ocio (comprar, leer o simplemente hojear una revista deportiva), requirió de una serie de resignificaciones semánticas por parte de productores y consumidores culturales. Ajustes que pueden describirse adecuadamente como operaciones hegemónicas y relaciones de poder en las cuales las revistas no impusieron visiones dominantes, sino que más bien, desplegaron una inédita capacidad polisémica para diversas audiencias. Al evitar el rígido mecanicismo que caracteriza las posturas pesimistas y sin caer en el optimismo de las corrientes liberales, el objetivo de esta historia cultural es el de analizar tanto la especificidad de las prácticas culturales como la forma en que dichas prácticas generaron efectos en el Estado y la sociedad civil.
Historias del deporte en América Latina y Chile
Las primeras historias del deporte latinoamericano fueron escritas por periodistas deportivos a mediados del siglo XX. Construidas en base a crónicas publicadas en la prensa periódica de cada país, estas historias se enfocan principalmente en estadísticas o anécdotas del fútbol más que en interpretaciones críticas de los deportes, con la excepción del cronista Mario Rodrigues Filho, quien tempranamente advirtió las tensiones raciales del fútbol brasileño47. Durante la segunda mitad del siglo XX, la historia del deporte no constituyó una preocupación seria para las instituciones académicas. La “frivolidad” típicamente asignada al deporte y la “ligereza” de los relatos periodísticos influyeron en este sesgo. Mientras algunos cientistas sociales e historiadores en Norteamérica y Europa comenzaban a desarrollar un interés en los deportes modernos alrededor de 1970, la actividad académica en gran parte de América Latina se encontraba interrumpida por las dictaduras cívico-militares. Los estudios de Norbert Elias y Eric Dunning en el Reino Unido o Allen Guttmann y Michael Oriard en Estados Unidos demostraron que el proceso de “deportivización” de los juegos populares, lejos de ser un fenómeno trivial en las sociedades modernas, se consolidó como un fenómeno histórico tan importante como el capitalismo, digno de ser estudiado a nivel global48. Solamente a comienzos de 1980, los deportes comenzaron a capturar el interés de investigadores argentinos y brasileños a medida que esos países comenzaban a transitar gradualmente a regímenes democráticos.
Inspirados principalmente por la antropología simbólica de Geertz, los cientistas sociales latinoamericanos pusieron atención al rol que jugó el fútbol en el proceso de construcción nacional e identidad local. Visto como un ritual colectivo, los primeros estudiosos del deporte vieron en el fútbol un reflejo de identidades masculinas, carnavalescas y patrióticas. La colección de ensayos de 1982 O Universo do futebol editada por el brasileño Roberto Da Matta es considerada el primer trabajo crítico de fútbol en la región. Le siguió el antropólogo argentino Eduardo Archetti con una serie de artículos publicados en la década de 1990 sobre el deporte argentino y su celebrado libro Masculinidades: fútbol, polo y tango en Argentina donde analiza la forma en que varias prácticas deportivas construyeron nociones de virilidad y argentinidad49. Archetti también explora la centralidad de revistas deportivas como El Gráfico de Buenos Aires, la publicación más prestigiosa del continente fundada en 1919 y recientemente finalizada en 201850. Tanto para Da Matta como para Archetti, el deporte es una arena dramática donde varios actores sociales despliegan y defienden sus identidades. Da Matta y Archetti legitimaron el estudio del deporte motivando a otros investigadores latinoamericanos a explorar dinámicas de imperialismo, dependencia y modernización en el deporte, especialmente a partir de una mirada interdisciplinaria, aunque predominantemente sociológica, antropológica e histórica51.
Paralelamente, un grupo de académicos anglo-parlantes contribuyeron a la investigación histórica del deporte desde 1980. La mayoría de estos trabajos se presentan como estudios latinoamericanos pese a que mayoritariamente revisan Brasil y Argentina. Trabajos como el de Tony Mason y David Goldblatt se sustentan en base al concepto de “imperio informal”, el cual describe la potente influencia económica y cultural británica en los puertos sudamericanos, ejemplificada con la publicación de periódicos ingleses52. El problema de estos estudios es su sesgo con respecto a la evidencia escogida (periódicos angloparlantes como el Buenos Aires Herald) así como también un excesivo énfasis en los “padres-fundadores” del fútbol sudamericano: agentes imperiales o locales conectados con el mundo británico, tales como Alexander Watson en Argentina y Charles Miller en Brasil. Una de las críticas a esta literatura apunta a que el énfasis en la dominación cultural británica ignora una serie de dinámicas locales que explican porqué otros deportes como el bádminton o el críquet no fueron exitosamente propagados en el continente53.
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