Infancias, cultura y poder
Biblioteca Universitaria
Ciencias Sociales y Humanidades
Editores académicos
Juan Carlos Amador Baquiro
Carlos Iván García Suárez
Infancias, cultura y poder
Juan Carlos Amador Baquiro
Carlos Iván García Suárez
Editores
Infancias, cultura y poder / editores académicos, Juan Carlos Amador Baquiro, Carlos Iván García Suárez. -- 1a ed. -- Bogotá: Siglo del Hombre Editores; Manizales: Universidad de Manizales, 2021.
p. -- (Biblioteca universitaria. Ciencias sociales y humanidades. Serie latinoamericana de niñez y juventud)
Incluye datos de los autores. -- Contiene referencias bibliográficas al final de cada capítulo.
ISBN 978-958-665-654-2 -- 978-958-665-655-9 (e-pub)
1. Niños - Aspectos socioculturales I. Amador Baquiro, Juan Carlos, ed. II. García Suárez, Carlos Iván, ed. III. Serie
CDD: 305.23 ed. 23 |
CO-BoBN- a1067963 |
Primera edición, 2021
© Juan Carlos Amador Baquiro
© Carlos Iván García Suárez
© Andrés Klaus Runge Peña
© Leidy Bibiana Camacho Ordóñez
© Carlos Iván García Suárez
© María Rosa Estupiñán Aponte
© Jhoanna Rivillas Díaz
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ISBN PDF: 978-958-665-654-2
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Diseño y diagramación
Gloria Diazgranados
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Hecho en Colombia
Made in Colombia
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Índice
Infancias, cultura y poder: puntos de partida
Juan Carlos Amador Baquiro y Carlos Iván García Suárez
Estudios de infancia: la emergencia de un campo que asume a los niños como agentes sociales
Juan Carlos Amador Baquiro
Orden generacional
Andrés Klaus Runge Peña
Educación sexual en Colombia: ¿niños y niñas como sujetos de derechos o como objetos de protección?
Leidy Bibiana Camacho Ordóñez y Carlos Iván García Suárez
Investigar con niños y niñas sin cuidado parental
María Rosa Estupiñán Aponte
Infancia, familia y socialización en el contexto de la cultura mediática
Jhoanna Rivillas Díaz
Los autores
Infancias, cultura y poder: puntos de partida
Juan Carlos Amador Baquiro *Carlos Iván García Suárez **
A lo largo de los últimos cuatro siglos, los niños 1han sido asumidos como sujetos de prescripción y como objetos de estudio. A partir de un lento proceso de objetivación e individualización ocurrido durante este periodo de tiempo 2, las prescripciones han pretendido que las conductas de los niños se adapten a los patrones morales predominantes. Así mismo, los conocimientos y los discursos sociales sobre ellos, particularmente producidos por expertos, gobiernos, figuras religiosas y medios de comunicación, se han dirigido principalmente hacia aspectos como los límites etarios que los caracterizan conforme a condiciones psicobiológicas y grupos de edad, los modos como deben actuar física y mentalmente, las acciones que se deben implementar en caso de eventuales alteraciones, y complejas interpretaciones acerca de procesos vitales que los involucran, como la crianza, la socialización y la educación.
Estas dos formas de hacer inteligibles a los niños han tenido como contexto explicativo el mundo natural y el mundo social-simbólico. Las prescripciones y las teorías que toman como referencia el mundo natural suelen entender a los niños como entidades esenciales, algo así como piezas biológicas que deben encajar en el orden natural de la vida humana (Varela, 1995). En consecuencia, utilizan explicaciones relacionadas con las edades de la vida, la estructuración psicobiológica del individuo, la regulación de las conductas y el seguimiento a una serie de etapas en las que se han de integrar la maduración y el desempeño 3. Por su parte, las prescripciones y las teorías enmarcadas en el mundo social-simbólico comprenden que la infancia es parte de una construcción social, situada histórica y culturalmente, cuyos fundamentos ontológicos guardan estrechas relaciones con prácticas sociales y determinadas formas de funcionamiento de la estructura social. Esta segunda perspectiva ha dado lugar a la definición de la infancia como fenómeno social, hecho social y producto social, e igualmente ha permitido comprender que se trata también de proyecciones e idealizaciones de los recién llegados al mundo hechas por los adultos (James y Prout, 1997; Mayall, 2002).
Los trabajos pioneros de Freud (2011), Piaget (1994), Erikson (2009) y Bowlby (1979), desde distintos ángulos, coinciden en explicar al niño como una especie de entidad en tránsito, un organismo procesual que, en la medida en que atraviese adecuadamente las primeras etapas de la vida, podrá desempeñarse de manera acertada en la vida adulta conforme a los valores y prácticas culturales predominantes, así como a las exigencias sociales vigentes. Sigmund Freud (2011), por ejemplo, entendía que los niños debían ser tratados de cierta manera con el fin de alcanzar unos rasgos de personalidad duraderos. Por esta razón, consideró que, frente a posibles alteraciones o aspectos críticos del desarrollo psicosexual, específicamente en las fases que denominó oral y anal, estas solo podrían ser superadas “volviendo a vivir” las experiencias más tempranas de la infancia, específicamente a través de la psicoterapia. En una perspectiva más relacionada con las capacidades intelectuales que con lo psicosexual, Jean Piaget (1994) aseguró que durante los primeros años de la vida los niños viven un proceso de transformación mental a través de una serie de fases cualitativamente distintas entre sí. Por esta razón, los modos como los niños actúan, perciben y sienten indican que sus procesos mentales se encuentran en un estadio específico, con unas reglas de juego diferentes, aunque coherentes y cohesionadas entre sí.
Por su parte, Eric Erikson (2009) planteó que la identidad (el yo) de los seres humanos se desarrolla a través de su interacción con el ambiente. Estas interacciones, a las que llamó “fisiología del vivir”, comprenden un complejo proceso que hace posible, a partir de ciertos intercambios y transacciones interindividuales, el desarrollo de la personalidad para el resto de la vida. En lugar de un desarrollo psicosexual o cognitivo, Erikson (2009) se inclinó por un desarrollo epigenético de la personalidad, el cual se va consolidando a lo largo de la vida, pero adquiere especial valor en las cuatro primeras etapas, las cuales corresponden a lo que denominó infancia, edad temprana, edad de juego y adolescencia. Por último, John Bowlby (1979), aunque no produjo una teoría del desarrollo en sentido estricto, sí encontró que los niños desde los primeros meses de vida generan un vínculo especial con sus padres con el propósito de alcanzar cierta seguridad emocional, la cual es fundamental para la estructuración de la personalidad. Alcanzar dicho estado de seguridad o, por el contrario, padecer la ansiedad y el temor son procesos determinados por la capacidad de respuesta de la principal figura de afecto hacia el niño.
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