Yerleny Nuñez - Un fin de semana con la esposa de mi amante
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Leny tiene que vivir siendo esposa y amante, pero la vida le da la oportunidad de entrar a la casa con la esposa de su amante. Ahora, ella debe decidir cuál es su lugar y con quién se queda.
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—¡Sííí, disfrutemos! —dijo Yani—. ¿Qué tal si vamos al restaurante de la última noche? Es cerca del centro de la ciudad. Tomamos algo ligero y, como es lunes, podemos compartir hasta medianoche.
—¡Listo! —dijo Cami.
Allí estaba, a la vuelta de la esquina, en la avenida Winston Churchill, un hermoso bar resturante lleno de carros de lujo, con una hermosa terraza que podía deleitarte viendo tan hermosa ciudad y contemplando a su hermosa gente; la amabilidad de las personas se les notaba por encima de la ropa.
Decidimos entrar y allí nos esperaba el valet parking para darnos la bienvenida.
—Bienevenidas, señoritas. Buenas noches, es un placer tenerlas por aquí.
—Muchas gracias, señor. ¿Tendrá un sitio en la terraza para nosotras? Pregunté.
—No, lamentablemente está lleno, pero pueden pasar y preguntarle al camarero.
Desgraciadamente, el camarero nos confirmó que no había lugar afuera, pero aceptamos sentarnos dentro. Era un lugar hermoso, lleno de luces y un ambiente propicio para lo que en ese momento necesitábamos.
Nos sentiamos bellas, empoderadas, en ese lugar; todos los ojos de los comensales que estaban allí nos observaban deslumbrados por nuestra belleza.
—¿Qué desean tomar, señoritas?
—Tráete una botella de champagne, la más cara que tengas, hoy se celebra —proclamó Cami.
Llenas de alegría, recordando cómo había sido cada proceso de la compañía, llorabamos y a la vez reíamo de felicidad. Era una noche mágica. En aquel salón del resturante solo había tres mesas ocupadas, además de la de ellas, porque la mayoría de las personas amaban la hermosa terraza y ya era un poco tarde.
En aquel momento, observamos llegar a dos hombres que le preguntaron al camarero si había lugar en la terraza.
—No, señor —respondió el camarero—. Las señoritas también esperan.
Escuchamos desde la mesa y Yani le dijo al camarero:
—No, no hay problema por nosotras; nos quedamos aquí. Puede cederle a ellos la terraza. Estamos disfrutando de lo que realmente vale la pena: una buena conversación entre amigas.
Me paré camino al baño. Esa noche lucía un hermoso enterizo de color negro con escote; estaba muy atractiva, era como un mix de Cleopatra: seductora, encantadora y una voz que fascinaba; y de Marilyn Monroe, quien, a pesar de la sensualidad en mi ropa, mostraba a esa niña que llevaba dentro. Mientras dije: «Chicas, voy al baño», los ojos de aquellos desconocidos se quedaron pasmados en este arte de mujer. Palabras que escuché susurradas desde un lado del restaurante. Y fue cuando estos caballeros le dijeron al camarero: «Nos quedamos también aquí detrás». Regresé del baño y, entre risas y amigas, la noche estaba terminando.
—Mujeres, nos tomamos esta última copa y nos vamos —dije.
El camarero llegó con otra botella y dijo que alguien preguntaba si podíamos permanecer un rato más. Era muy típico que alguien les brindara a chicas lindas.
Ni siquiera preguntamos quién había enviado la champagne, pues indicaba compromiso y tener que hablar con un baboso, que no quisiéramos, pero la aceptamos. Cualquier cosa éramos muejeres independientes y se la regresábamos.
—Dígale que gracias —contesté—. Chicas, una tendrá que llamar un taxi.
Todas nos reímos.
Se levantaron Cami y Yani, y dijeron que iban al baño.
Me quedé sola en aquella mesa solo con unas cuantas personas; intentaba mirar mi cel, porque no había más nada que contemplar más que las luces y las personas que aún quedaban. Pero no resistí, al mirar hacia los lados.
De repente, una voz me atrapó:
—Señorita, es usted hermosa, dijo un chico alto y guapo.
—Gracias —respondí.
—¿Qué hace usted por aquí?
—De vacaciones con mis amigas.
—Muy bien, yo también. ¿Puedo pasar a su mesa?
—Muy rápido, niño —respondí.
No le llamaba niño porque aparentase tener menos de dieciocho años, sino porque acostumbraban a llamarme la atención los hombres mayores. Pero el niño era un guapetón de 1,8 m, unos ojos marrones claros y un pelo hermoso. Realmente el hombre que cualquier chica, a la que le gusten los hombres jóvenes, deasearía. Lucía una hermosa camisa verde estampada y se veía muy humilde. Le respondí:
—Sí, caballero, puede pasar a nuestra mesa. Disculpe, ¿fue usted quién brindó la champagne?
—¡No! Señorita, soy Ernesto Díaz, un joven empresario .
-—Mucho gusto, señor Díaz.
—Ese es mi hermano, Frank Díaz.
—Un gusto para ambos.
Llegaron mis amigas un poco asombradas ante los nuevos integrantes de la mesa y exclamaron: «¡Ah!, pero ¿qué nos perdimos?».
—Chicas, ellos son empresarios, como nosotras.
Acababa la noche y terminamos hablando con dos interesantes desconocidos, aunque para mí no eran tan interesantes.
—Buenas noches, chicos, nos tenemos que ir. Ha sido un largo día.
Intercambiamos tarjetas.
—Chicas, ¿tienen tiempo para mañana para ir a cenar? —dijo Ernesto.
Este hombre había quedado profundamente fascinado, pues luego de la belleza física que lo atrajo de mi , pudo parpar esa chica llena de sueños y aunque con una figura provocativa y sensual, mis ojos gritaban «ámame». Y a la vez sobresalía esa inocencia que insinuaba no solo un «ámame», sino también un «protégeme».
—Mañana en la mañana te avisamos, chao. Buenas noches —dije rápidamente y con voz desinteresada.
Antes de salir al parqueo, teníamos la curiosidad de saber quién había enviado la botella de champagne.
—Señor, ¿quiénes nos brindaron la botella? Pregunté
—Justamente los que estaban sentados con ustedes en la mesa —respondió.
—Puta mierda, me cago en la madre, me tomaron el pelo. Gracias.
—Chicas, ¿pueden creer que nos mintieron? Dijeron que no habían brindado la botella, y sí fueron.
—¿En serio, Leny? Pero se comportaron como dos cabelleros. Y, además, le gustaste a Ernesto, no te dejaba de mirar durante toda la noche —rió Cami.
—¡Claro que no! ¿Qué dicen? Saben que no soy niñera —contesté.
—Sí, señora de las cuatro décadas... —sarcasticamente dijo cami.
—¿Por qué me dices así, si solo tengo veintiséis?
—Sí, pero te encantan los mayores y debes entender que la edad son números, porque Ernesto se portó como más que un caballero teniendo solo treinta años. Y, además, está guapísimo. Sería el hombre que cualquier mujer desearía tener. Joven, guapo, caballero, empresario…, en conclusión: el hombre diez. Continuó cami.
—Chicas, no es mi tipo y, recuerden, soy casada.
—Sí, casada pero no capada —exclamó Yani.
Todas nos reímos.
Decíamos esa frase popular para permitirnos, en cierta forma, la infidelidad que, en estos tiempos, es cien por cien.
Al llegar al apartameto me quedé profundamente dormida hasta el día siguiente. Tomé mi cel y vi un mensaje de la noche anterior de Ernesto: Deseo que hayan llegado bien.
Y otro de hoy en la mañana: Buen día princesa. Espero tu respuesta para salir a cenar hoy.
«Ummmm», pensé, «salir a comer nuevamente con un desconocido; le preguntaré a las chicas».
—¡Ey! ¡Vamos, despierten! —Con la almohada les pegaba—. Chicas, Ernesto pregunta si la cita sigue en pie.
—¿Qué Ernesto? —respondió Cami.
—¿Es en serio, Cami? Anoche me decías que estaba guapo, ¿y hoy ni recuerdas?
—¡Ay, amigas! ¡Ya! —dijo Yani—. Vamos a esa cena; total, solo tenemos como diez días disponibles en Santo Domingo. Vamos a ir para vivir una aventura.
Le respondí en un texto a Ernesto: Acepto. Nos vemos hoy a las 7.00 de la tarde.
Y volvió ese perfecto caballero que toda chica desea y preguntó: ¿Prefieres que te busque o te envío la dirección del restaurante?
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