Tras unos segundos, escucha unos pasos que se acercan a él, y luego las risas vuelven. Alcanza a ver una desfigurada silueta al momento que esta lo empuja escaleras abajo. Cae con brusquedad y justo cuando piensa que el suelo detendría su caída, algo se quiebra, siente cómo lo atraviesa, rueda un poco y choca contra una dureza. Se queda un momento en el piso quejándose, por suerte no se ha lastimado gravemente. Cuando se incorpora, descubre que se encuentra en un cuarto y la brillante luz de la luna llena entra por las ventanas. Se incorpora y mira hacia adelante. Hay una puerta cerrada. Se acerca exaltado, la abre y se sorprende todavía más cuando ve la escalera por la que había caído al revés; está de tal manera que ahora él puede descender por ella. Se toma de los cabellos y se pregunta qué está sucediendo. Después de un momento, decide descender. Ahora su deseo es otro: llegar hasta la entrada de esa casa y salir de ahí para regresar a su auto. Mientras lo hace, saca su celular del bolsillo y se da cuenta que está dañado por la caída y de alguna manera se ha quedado tildado en el número de Megan. De nada le vale presionar las demás teclas. Al llegar al último escalón, solo alcanza a divisar un largo pasillo, pero este también está diferente a como lo había visto la ultima vez. Usa las barandas del pasillo como una escalera para descender hasta que sus pies se apoyan en suelo firme. Avanza en la oscuridad, saca su celular para alumbrar el camino, pero aún así no es suficiente. Al caminar, divisa una silueta delante de él. Se acerca lentamente y ve que es un viejo muñeco de porcelana sentado en el suelo, con un traje negro y despeinados cabellos, sus ojos miran hacia arriba y de su cuello cuelga una llave. Pero en su mano izquierda tiene una nota. Tómas la toma suplicando a Dios y lee: “Lo que podría haber sido sin tu familia, ¡recupérala!”. Retira la llave del cuello del muñeco. Por un momento, la observa en su mano, cierra los ojos mientras se toma de la cabeza y empieza a rogarle a Dios que lo saque de ahí. El miedo lo descontrola, ya no puede pensar con claridad. Y ahí se queda, en el suelo, alejando al silencio con sus recuerdos.
Después de un momento, ve otra luz al final del pasillo, en lo que parece ser un cuarto. Esperando encontrar que todo ha vuelto a la normalidad, se levanta y se dirige hacia allí. Si bien es una luz fuerte y amarilla, no parece tener origen. Al cruzar el umbral, todo a su alrededor está sumido en tinieblas, pero esa luz frente a él crece y, justo en ese momento, escucha un sonido que le resulta familiar. Tómas queda confundido, aquel sonido no es otro que el de un vehículo que se acerca a él rápidamente. Ante la sorpresa, cubre su rostro con el brazo derecho y salta hacia la izquierda mientras siente un fuerte golpe en la cadera. Sale despedido con violencia y cae estrepitosamente al suelo. Después de un momento, se reincorpora con dificultad y observa a lo lejos, con toda la oscuridad apoderándose de él, un haz de luz tan diminuto, tan tenue que no llega casi a distinguirlo. Al cabo de unos segundos, se mueve de un lado al otro, como escrutando lo desconocido y se apaga. Tómas queda nuevamente sumido en las tinieblas. Grita una vez. Descarga su ira y sigue gritando.
De repente, la luz se prende, siente otros sonidos. “¿¡Quién demonios eres!?”, grita desaforadamente y oye una respuesta a lo lejos: “¿¡sere soinomed neiuq!?” Tómas no lo entiende y sale de aquel cuarto para encontrarse en el pasillo que antes descendía y ahora cuenta con cientos de puertas, una tras otra. Aunque recorre el lugar de un lado al otro, solo halla más puertas, y todas cerradas. Cuando está al borde de la desesperación, recuerda la llave que tenía y la prueba en todas las cerraduras, pero cada una que abre solo deja paso a la oscuridad. Tómas no se arriesga, sigue probando hasta que por fin da con una puerta que proyecta una luz tan blanca y pura que lo enceguece. Cuando entra, todo se aclara: se encuentra en un cuarto celeste y a su lado hay una ventana con blancas cortinas. Se acerca para ver qué hay del otro lado y descubre con sorpresa que es de día y que la vista da hacia una calle con autos estacionados del lado de las veredas. No comprende qué sucede, pero entonces una mano se posa en su hombro. Se voltea y ve a una mujer que parece una enfermera y le dice que todo va a estar bien. Quiere hablarle, pero de repente no puede abrir la boca; desesperado intenta llevarse la mano a ella pero tampoco puede, ni siquiera el cuerpo. Logra desplazar sus ojos para descubrir horrorizado que está en una camilla. Indudablemente, se halla hospitalizado en algún lugar.
Después de que la enfermera se va, entran su mujer y sus hijos. Lo saludan, le hablan un momento cada uno, pasan un tiempo con él y se marchan. Todo ese tiempo Tómas quiere gritar, pero no puede. Quiere moverse, pero una fuerza invisible se lo impide. Cae la noche y con ella, lágrimas de sus ojos. De repente, un delgado haz de luz acompañado de un sonido de goznes viene de su izquierda. Mueve los ojos y con dificultad, nota que la puerta del cuarto se abre tan solo un poco: alguien entra, lo escucha aunque no sabe quién es hasta que al fin, un niño se le acerca. Lo conoce muy bien… es él mismo cuando era pequeño. Se horroriza. La criatura lo mira un momento, posa la mano en su aterrada frente en un gesto de cariño y sobre el estómago, deja sentado un muñeco de porcelana, el mismo que había hallado en el pasillo. Después de eso, el niño se marcha. Tómas se lo queda observando. De repente, el muñeco, que aún tenía sus ojos hacia arriba, dirige su vista hacia él, saca un gran alfiler de su espalda, se incorpora y se lo clava en la frente. Tómas salta profiriendo un grito y el muñeco sale despedido hacia el suelo. Se levanta enfurecido y lo pisotea hasta destruirlo por completo. Rápidamente, se dirige hacia la puerta, pero está cerrada. Busca en sus bolsillos pero tenía el pijama del hospital. Siente frio en el pecho y nota que de su cuello cuelga la llave que había encontrado. Abre la puerta, pero enseguida escucha el grito más horripilante y sombrío que se hubiera podido imaginar alguna vez. Se vuelve hacia ese lamento funesto y descubre que el muñeco que había destruido está otra vez entero y sentado en el suelo. Una nueva nota descansa en su mano izquierda: “¡No lo hagas! Busca otra manera…”. Tómas no entiende, aprieta con fuerza el arrugado papel y se dirige hacia la puerta, ya ciego por el desconcierto que lo invade, a un paso de la locura inexorable, ahogándose más y más en la irracionalidad. Cruza el umbral, esta vez de un suave dorado, el dorado de una luz que alumbra tenue un cuarto, más bien un gran comedor, con sillones, una mesa y un televisor. Tómas sonríe. Es su hogar.
Después de mirar a su alrededor, oye unas voces que provienen desde la cocina, una conversación casi alegre que disputan dos niños, y una carcajada femenina. Tómas se dirige al lugar desde donde le llega lo que es música para su alma, y observa a su familia almorzando. Él, desconcertado pero lleno de una alegría absurda, toma su lugar en la mesa y al instante siente su pecho destrozarse en mil pedazos. Unas garras de hierro salen de las patas de la silla y del borde de la mesa; lo aprisionan, siente sus labios metiéndose dentro de su boca, como tragándoselos, y comienza a gemir de dolor. En ese momento, su esposa lo atiende y trata de tranquilizarlo, sin embargo Tómas no entiende lo que sucede. Una vez más, se encuentra paralizado.
Al fin mira el reflejo de la ventana delante de la mesa y, con tremendo horror, es testigo de una imagen pesadillesca donde él está en silla de ruedas y con un cuello ortopédico, totalmente paralizado. No puede ser real. Megan manda a dormir a los niños mientras preparaba su propio cuarto. De pronto, la pequeña Elizabeth se acerca y mira fijamente a su padre.
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