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Jo Walton: La Ciudad Justa

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Jo Walton La Ciudad Justa

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Atenea, diosa griega de la sabiduría, ha dado vida a la República de Platón en una isla perdida del Mediterráneo. Allí reúne a filósofos de todas las épocas, niños que fueron esclavos y robots encargados del trabajo duro.
En La Ciudad Justa, Simmea, una niña brillante, demostrará todo su potencial; Maia, una antigua dama victoriana, deberá encontrar su verdadero lugar y Apolo comprenderá por fin el valor de la vida humana.
En esta ciudad de las ideas y el conocimiento todos se esforzarán por alcanzar la excelencia siguiendo al pie de la letra las palabras de Platón… Todo, menos Sócrates, que hará las preguntas que nadie quiere responder.
Traducido por Blanca Rodríguez.
La edición cuenta con un prefacio para dar contexto a la obra y detalles ilustrados.

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Asoman en la piedad que reclama Apolo algunos valores que, con el tiempo, transitarán por la semántica griega y constituirán la esencia de la polis ideal planteada por Platón: Díke (Justicia), Agathón (Bien), Areté (Virtud o Excelencia). Todas ellas llaman a lo colectivo, al comportamiento ético que subordina el egoísmo del individuo a los intereses de la comunidad.

Como tantas utopías, lo que tiene de ideal y perfecto la República como marco teórico, se diluye en las mil y un decisiones mundanas que conlleva y los incontables compromisos a los que hay que llegar para llevarla a cabo. La brillantez de Jo Walton reside en llevar esta idea hasta las últimas consecuencias, ponerla en práctica con precisión mecánica, y ver qué puede ocurrir, como buena discípula del filósofo. En La Ciudad Justa , en uno de los diálogos entre Sócrates y Maya, esta dice refiriéndose a Platón: «Creo que la encontró con frecuencia [la verdad] y, lo que es más importante, creo que nos invitó a todos a la búsqueda.»

De la misma manera, la autora nos hace partícipes de la búsqueda.

Rebeca Cardeñoso Viña

Editora

*Traducción, prólogo y notas de Emilio Crespo Güemes (2001). Biblioteca Clásica Gredos, Madrid 2001.

Vayas donde vayas, hay muchos lugares donde serás bienvenido. Y si eliges ir a Tesalia, tengo amigos allí que te tendrán en gran estima y te proporcionarán protección absoluta, para que nadie de Tesalia pueda estorbarte.

PLATÓN, CRITÓN

Los trirremes que defendieron Grecia en Salamis también defendieron Marte.

ADA PALMER, DOGS OF PEACE

Sí, conozco a Platón, pero si siempre subes los escalones de tres en tres, un día pasarás por alto uno astillado.

MARY RENAULT, EL ÚLTIMO VINO

Si pudieras dar ese primer paso,

podrías bailar con Artemisa

junto al Apolo 11.

JO WALTON, «SUBMERSIBLE MOONPHASE»

1 APOLO Se convirtió en árbol Fue un Misterio Así debió ser Era lo único - фото 3

1. APOLO

Se convirtió en árbol. Fue un Misterio. Así debió ser. Era lo único que tenía sentido, porque no lo entendí. Odio no entender algo. Me metí en todo esto porque no entendí por qué se convirtió en árbol… por qué decidió convertirse en árbol. Se llamaba Dafne, igual que el árbol en que se convirtió, mi laurel sagrado con el que se coronan los poetas y los héroes victoriosos.

Primero pregunté a mi hermana Artemisa:

—¿Por qué convertiste a Dafne en árbol?

Artemisa se limitó a mirarme con los ojos llenos de luz de luna. Es mi hermana de sangre, sería lógico pensar que eso contaría para algo, pero no podríamos ser más distintos. Estaba fría como el hielo, con una ceja levantada, reclinada sobre un argénteo paisaje lunar helado.

—Me lo suplicó. Lo deseaba muchísimo. Y tú estabas encima, tenía que hacer algo drástico.

—Su hijo habría sido un héroe, tal vez incluso un Dios.

—Tú lo de la virginidad no lo entiendes en absoluto —dijo, desdoblando una pierna fría como el hielo y extendiéndola.

La virginidad es una de las cosas que más le importan a Artemisa, junto con los arcos, la caza y la luna.

—No había hecho voto de castidad. No se había dedicado a ti, no era sacerdotisa. Yo jamás habría…

—De verdad que no te enteras. Creo que sería mejor que hablases con Hera —interrumpió, mirándome por encima del hombro.

—¡Pero Hera me odia! Nos odia a los dos.

—Ya lo sé. —Ya estaba preparada para largarse—. Pero lo que no entiendes entra más en su campo. Si no, pregúntale a Atenea.

Y, dicho esto, se fue, como una flecha que sale de un arco o un ciervo blanco de su refugio, impulsándose por las polvorientas llanuras de la luna para caer en picado en algún lugar de las solo algo menos polvorientas llanuras de Escitia. Jamás me ha perdonado que las misiones lunares se llamasen Programa Apolo cuando deberían haber llevado su nombre.

Mis dominios son amplios, tanto en poder como en conocimiento. Soy patrón de la inspiración, la creatividad, la poesía y la música. También me encargo del sol y de la luz. Y soy señor de la sanación, los ratones, los delfines y otras especialidades diversas que he ido adquiriendo, algunas de las cuales he transferido a mi descendencia y demás, aunque siempre mantengo un ojo atento a todas ellas. Sin embargo, una de mis características más importantes, al menos para mí, siempre ha sido el saber. Y ahí es donde coincido con Atenea, que siempre va con su lechuza y es la Diosa de la sabiduría, el conocimiento y el aprendizaje. Si yo soy la intuición, el salto lógico; ella es la trabajadora constante que no se salta ni un solo paso del camino. Juntos formamos un gran equipo, en lo que a conocimiento se refiere. Yo soy un cazador, como mi hermana Artemisa. La caza es lo que me emociona, y esto ocurre tanto con la persecución del conocimiento como con la de un animal o de una ninfa. (¿Por qué habrá preferido convertirse en árbol?). Atenea es distinta: le encanta pasar una tarde en la biblioteca, escudriñando notas al pie y relacionando dos pequeñas inferencias. Yo soy más del rollo «¡Eureka!» y ella, de desplazar y medir pesas de oro y plata.

La admiro. De verdad. Somos medio hermanos. Todos los olímpicos somos parientes de un modo u otro. Ella también es una Diosa virginal, pero a diferencia de Artemisa, no ha convertido su virginidad en un fetiche. Siempre he pensado que está demasiado ocupada trabajándose la sabiduría para meterse en todo ese jaleo del amor y el sexo. Tal vez dentro de unos milenios acabe entrando en el tema, si llegado el momento le resulta interesante. O tal vez no debería. Es muy independiente. Artemisa siempre está bañándose desnuda en las pozas del bosque y luego castigando a los cazadores que la ven sin querer. Atenea no es así para nada. Ni siquiera estoy seguro de que haya estado desnuda alguna vez o se lo haya planteado siquiera. Y tampoco nadie piensa en eso en su presencia. Cuando estás con Atenea solo piensas en nuevas formas de parir ideas fascinantes que resulta que ya tenías y que ahora tal vez logres encajar para crear nuevos conocimientos asombrosos. Y todo es tan interesante que lo del sexo parece un poco una tontería irrisoria en comparación. Así que tenía un montón de razones para no querer tocar el incidente de Dafne con ella.

Sin embargo, me escocía la necesidad de saber por qué Dafne había preferido transformarse en árbol antes que copular conmigo.

Fui a ver a Atenea, que estaba justo donde suponía que estaría, haciendo justo lo que suponía que estaría haciendo. También lucha si es necesario, claro está, y, cuando lucha, es mortal de necesidad: tiene la lanza y el escudo de la gorgona, y lo sabe todo sobre estrategia. Sin embargo, pasa casi todo el tiempo en alguna biblioteca, tanto mortales como olímpicas. De hecho, vive en una biblioteca. Por fuera es igual que el Partenón de Atenas, pero por dentro es como… una inmensa guarida de libros. No se puede describir de otra forma.

Justo al entrar hay una columna my corta, como un tocón, donde se echa la siesta la lechuza, con la cabeza recogida bajo el ala. Por regla general, la lanza, el escudo y el casco están apoyados en esa columna. También hay un escritorio, donde se sienta, abarrotado de pergaminos y códices y teclados y cables y pantallas. Entre dos de las columnas exteriores entra un único rayo de sol que cae en el punto exacto del escritorio e ilumina lo que esté usando mi hermana en ese momento. El resto de la estancia es todo libros. Las paredes están forradas de estanterías, y en el suelo hay pilas de libros, del techo cuelgan redes de pergaminos. Lo peor es que todo está ordenado: alfabetizado, archivado, organizado e incluso etiquetado, pero nada está bien apilado y el aspecto general es un caos absoluto. Siempre que paso por allí me entran ganas de ordenar. Me molesta. Con frecuencia, cuando tengo que quedar con ella le pido que nos veamos en un sitio que sea cómodo para los dos, como la Biblioteca de Alejandría, la Biblioteca Laurenciana o la de la Universidad Widener.

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