“¡Ey! Ahí está hablando la parte de mí que teme, que no quiere que nada cambie y que prefiere que me quede en casa. Genial, ¿qué sugiere? Oh sí, sugiere que es mejor mirar tele hasta que me duerma en lugar de conectarme con mi propósito personal. Perfecto, ahora puedo decidir”.
Bienvenidos al “despertar de la conciencia”. Que no es ni más ni menos que darnos cuenta cada vez que tenemos la oportunidad de hacerlo. Darnos cuenta cuando estamos felices, darnos cuenta cuando estamos tristes, darnos cuenta cuando sentimos una pizca de curiosidad por algo, darnos cuenta cuando generamos excusas, darnos cuenta cuando sentimos fatiga de ponernos a estudiar, darnos cuenta cuando nos enamoramos, darnos cuenta cuando tenemos ilusiones, darnos cuenta cuando destruimos esas ilusiones…
Darnos cuenta cuando actuamos desde el amor propio y darnos cuenta cuando actuamos desde el miedo.
Darnos cuenta de que estamos leyendo un libro porque estamos seguros de que hay algo más ahí esperándonos, algo que se oculta tras el velo de lo misterioso y que nos genera un montón de miedo, pero que definitivamente por alguna razón está allí.
Darnos cuenta nos empodera, nos pone en el asiento del conductor y nos habilita a decidir. Nos aporta perspectiva y algo de tiempo también. Muchas veces el miedo actúa a gran velocidad. Darnos cuenta le pone un freno a esa ansiedad que nos lleva a actuar temerosamente por impulso para responder: “Ey, tranquilos, veamos qué hay acá”. Darnos cuenta aporta una enorme cantidad de responsabilidad a nuestra vida, pero también una enorme cantidad de libertad. A partir de que nos damos cuenta, ya no somos presa de nuestros pensamientos. Ellos pueden estar, nosotros los podemos observar y, desde un lugar más honesto y sincero con nosotros mismos, decidir a cuáles de ellos les creeremos y a cuáles no.
Porque no todos nuestros pensamientos merecen nuestra confianza. Nuestra mente muchas veces piensa cosas absolutamente inútiles y destructivas. ¡Vamos, que a todos nos pasa! Se llaman “pensamientos intrusivos” y para explicarlos mejor voy a contarles una pequeña anécdota:
Siempre tuve una historia con los viajes largos, y con historia me refiero a que me generan nerviosismo, ansiedad, miedo a alejarme de las cosas conocidas… en fin, una serie de sensaciones y emociones que hacen que las semanas previas a un viaje duerma poco y piense demasiado. Por suerte, en la medida en que fui viajando a pesar de mis miedos, la situación se fue haciendo mucho menos molesta. La cuestión es que hace varios años tenía yo uno de esos viajes junto a mi mujer que me venía generando muchísima ansiedad. Pensaba en todo lo malo que podía suceder estando lejos de casa y lejos de aquellas variables que suelo poder controlar en el día a día. La noche anterior al viaje terminé de hacer las valijas y me dispuse a irme a dormir cuando en mi mundo interior se me cruza el siguiente pensamiento:
“No viajes”.
¿¡!? ¿Justo en este momento?, pensé para mis adentros. ¿Qué significa esto? ¿Alguien me está intentando prevenir de algo? Inmediatamente comencé a pensar lo peor: el avión se estrellaría y ese sería el fin del asunto. O tendría un accidente en el medio de la montaña y nadie podría socorrerme. O iría en un auto y chocaría contra un camión en la ruta y me arrepentiría toda la vida de haber hecho ese viaje a pesar de que una voz en mi cabeza la noche anterior me lo había advertido.
En ese instante todo se oscureció. Ese viaje, que había sido planificado para ser una experiencia hermosa y disfrutable junto a la persona amada, se convertía en una amenaza (imaginaria). La noche, súbitamente, se volvió más oscura.
Vi que había empacado prácticamente todo lo que necesitaba para vivir, incluyendo mi guitarra y pensé para mis adentros “ya está todo empacado, no voy a deshacer todo esto y vivir con el remordimiento de no haberme animado el resto de mi vida”. Esa noche dormí pocas horas. Para empeorar las cosas, al otro día nos dirigimos al aeropuerto, era un día nublado y de lluvia, y al cabo de algunas horas de espera nos avisan que el vuelo había sido cancelado por malas condiciones climáticas. ¡Mi presagio estaba comenzando a hacerse realidad!
El viaje se pospuso para dos días después. No hace falta que te cuente como viví en mi interior esas 48 horas que estuvieron plagadas de pensamientos catastróficos y películas de ciencia ficción dignas de Hollywood. Pero, para ayudarme, al regresar del aeropuerto luego del vuelo cancelado decidí dejar todo mi equipaje al lado de la puerta, de forma tal que quedara listo para cuando tuviera que volver a salir.
En el segundo intento pudimos viajar y, oh, sorpresa, tuvimos una aventura increíble durante dos semanas en la que nos conectamos profundamente con la naturaleza y también con nosotros mismos. Un viaje que no olvidaré jamás y del que siento que volví renovado, fortalecido y evolucionado.
Cuando regresé, abrí la puerta de mi habitación y me encontré con un enorme símbolo de pregunta que todo lo ocupaba: ¿Por qué había escuchado una voz en mi cabeza que decía “No viajes”? ¿De dónde venía ese mensaje? ¿Cuál era su función? ¿Qué hubiera sido de mí si no hubiera viajado y me hubiera perdido de todas esas experiencias tan fantásticas? El haber tenido la experiencia de avanzar a pesar de un muy explícito mensaje interno que me decía que no debía hacerlo me dejó en una situación de profunda incomprensión de mí mismo, al mismo tiempo que demostraba el enorme poder superador de avanzar hacia lo misterioso, hacia lo que nos genera temor e incertidumbre. Desde ese entonces, supe que ya no podía confiar en mis propios pensamientos, al menos no en todos ellos… y si no podía confiar en “mi voz interior”… ¿en qué podía confiar? Todo mi sistema de creencias comenzaba a derrumbarse.
Hoy, muchos años después de este relato, puedo comprender que la parte de mí “que no quería” había apelado a todos sus trucos para intentar hacerme quedar en casa y evitar la experiencia. Por su parte, la parte de mí que sí quería había apelado a mi instinto y a mi intuición. A una sensación que no puedo explicar en palabras, pero que simplemente me movió a avanzar a pesar del miedo. Una parte de mi confiaba en que lo desconocido podía estar ocultando algo bueno. Pero había atravesado todo ello aún sin sentarme en el asiento del conductor. Simplemente viví todo el asunto sin ser demasiado consciente. Aún me faltaba descubrir el poder del “darme cuenta”, y para eso, tuve que recorrer un camino de autoconocimiento en el que comprender cómo funciona mi propio cerebro fue una parte fundamental.
Anatomía del miedo
En todos los aspectos de la vida precisamos de la información para poder decidir y posteriormente actuar con inteligencia y criterio. Por esta razón, a la hora de encarar nuestro camino hacia “el robo del fuego” toda información que nos ayude a comprender cómo funciona nuestro sistema interno para poder luego utilizarlo al servicio de nuestra aventura será de muchísimo valor. Comenzaremos por el miedo. Esa emoción que sentimos absolutamente todos los seres humanos en mayor o menor medida, pero que no todos comprendemos su función y mecanismos de acción.
Lo primero que debemos entender es que el miedo es una emoción natural del ser humano. Una parte importante de nuestro cerebro está especialmente diseñada para generar y gestionar nuestros niveles de miedo. Además, este funcionamiento viene codificado en nuestros genes desde hace millones de años, por una muy buena razón: El miedo es el mecanismo por medio del cual nuestro cerebro se asegura de mantener la supervivencia de la especie y así lo hace desde el principio de los tiempos.
Antes de continuar, una breve aclaración: la explicación que se brinda a continuación está intencionalmente simplificada para no perder al lector en la infinidad de detalles que hacen a la complejidad del funcionamiento del cerebro humano. A los fines prácticos de este libro, solo nos concentraremos en algunos conceptos básicos que nos servirán para comprender el funcionamiento general del cerebro en relación al miedo. Si el tema te interesa, desde ya que te invito a que investiges en bibliografía especializada.
Читать дальше