Las protestas no solo fueron «en redes», ni tampoco solo callejeras. Los cacerolazos, acción común pero habitualmente limitada en su adopción, poco a poco fueron volviéndose contundentes. La incapacidad política del presidente en funciones fue acompañada por la necedad ancestral del designado primer ministro, Ántero Flores Aráoz, alguien que aparte de representar a las clases privilegiadas limeñas más arcaicas, jamás fue un político especialmente hábil, y que ahora no parecía tener idea de por qué alguien habría de oponerse al golpe palaciego. Su designación el martes 10 inició un proceso de búsqueda de ministros para completar el gabinete, que serviría, en teoría, como señal de normalidad.
El escenario quedó claro muy rápido: el golpe palaciego no tenía capacidad alguna de convocatoria, y la indignación era masiva. No era la primera vez que el poder formal cedía ante las protestas luego de que la represión no alcanzara. Esto lo han aprendido todos los gobiernos desde el año 2000: su fragilidad y la carencia de legitimidad hacen fácil que las protestas masivas los hagan retroceder, en muchos casos sin que los gobernantes entiendan por qué ocurre tal cosa. Tales fueron los casos, por ejemplo, de Conga, los llamados «Arequipazo», y «Moqueguazo», Bagua, Pomac o la ley pulpín. Pero siempre se había tratado de problemas distantes de Lima o de relativa pequeña escala, y la combinación de retroceso y represión bastaba para que el gobierno de turno continuara, con mucho menos poder, pero continuara al fin. Además, no existía un elemento reivindicativo claro, sino que se expresaba indignación de manera más general, ante la acción y ante la clase política misma.
A lo largo de estas crisis se fueron revelando múltiples instancias de corrupción en diversas escalas. Hay que recordar que todos los presidentes electos del Perú desde 1990 están encarcelados, procesados o han huido de la justicia de distintas maneras3. En un país así, no es que sorprenda un político corrupto, y se puede esperar cierta indolencia frente a denuncias por corrupción; pero tampoco es que exista alguien que pueda reclamarse como incorruptible, y que los grupos ya mencionados promovieran un golpe palaciego con el pretexto de la corrupción era casi una broma. Las protestas entonces pueden ser entendidas no como defensa del presidente vacado, sino contra el pastiche de legalidad usado para justificar lo que se veía como mera angurria de poder; la debilidad consuetudinaria de los gobiernos peruanos también era un factor a considerar.
Tras dos días de protestas relativamente pequeñas, la escala cambió. El jueves 12 juramentó el gabinete de ministros, pero lo más importante fue la protesta masiva a nivel nacional, que fue reprimida con brutalidad innecesaria por parte de la policía, especialmente en Lima (figura 1). En memorables declaraciones, Flores Aráoz dijo: «Quiero comprender que algo les fastidia, pero no sé qué», respecto a los jóvenes, los más visibles en los espacios callejeros. Eso demostró que el gobierno no tenía claro qué hacer, y que salvo la represión carecía de alternativas, pues tampoco lograba articular una agenda, mostrar ideas o liderazgo. La mediocridad de Merino de Lama era una tara difícil de disimular, pues no mostraba iniciativa alguna ni parecía saber qué estaba haciendo. El nuevo gabinete no ofrecía nada, ni siquiera la impresión de control sobre el Estado. Compuesto por una variedad de figuras genéricamente de derecha, contaba entre sus miembros con personas sin duda honorables, pero que evidentemente no tenían idea de las consecuencias políticas del golpe palaciego. Es posible que pensaran que tenían un deber público primordial al aceptar el encargo, pero mostraron que no sabían qué estaba pasando en el país.
Figura 1. Primera plana del diario La República, 13 de noviembre de 2020 (https://impreso.larepublica.pe/impresa/larepublica-lima/13-11-2020#lr_impreso32)
Las protestas tuvieron varios escenarios. El digital, sin duda, donde mucha gente utilizó distintos medios para diseminar su opinión —favorable o desfavorable— sobre las protestas. Los intentos de manipulación o las opiniones progolpistas tuvieron contendores intensos y dedicados en estos espacios, y el debate fue sin duda un facilitador de la victoria del contragolpe. Desde sus hogares, muchos peruanos protestaron con los ya mencionados cacerolazos. En la calle, marchas de todo tipo, desde tranquilas y ordenadas en distritos acomodados hasta turbulentas e intensas en las zonas céntricas, fueron acometidas por una masa que, como nos nuestra la evidencia existente, estaba compuesta fundamentalmente de jóvenes. Estos además podían ser divididos en tres grupos, conectados entre sí por cercanías varias: los activistas dedicados, no siempre políticos sino de causas sociales; los grupos no políticos pero igual movilizados esta vez, como barras de equipos de fútbol; y los espontáneos, desde los periféricos o simpatizantes de los grupos anteriores, hasta amigos de barrio o estudios que optaron por «ir a ver» y terminaron en medio de todo4. Clave para entender lo sucedido es la ausencia, para efectos prácticos, de militantes políticos explícitos.
En la madrugada del 13, luego de la masiva manifestación que fue apenas la versión limeña de la misma protesta en todo el país, aparecieron «pintas senderistas» en el centro de la ciudad, supuestas pruebas de la infiltración terrorista. Lástima que fueran, digamos, versiones libres de la hoz y el martillo (figura 2). La velocidad con la que ese y otros montajes de estilo tradicional, incluyendo el argumento de que se trataba de manifestantes pagados o de una intervención externa —desde Soros para abajo— fueron desbaratados, y demostraron que el gobierno y las fuerzas represivas no sabían ya que hacer y que el viejo repertorio no funcionaba, por la torpeza de los ejecutantes, pero también porque una maniobra así dura lo que un charco de lluvia limeño: minutos. A través de sus cuentas de medios sociales o redes, como se les conoce coloquialmente, los manifestantes demostraron que era evidentemente falso que esas mal trazadas versiones libres fueran la prueba pretendida. El apoyo bien poco disimulado de algunos comentaristas en medios no servía de mucho tampoco, y poco a poco estos se fueron replegando para dejar en completa soledad al desavisado usurpador.
Con la misma intención viral, los protagonistas de las protestas, con la colaboración de algunos medios de prensa, difundían imágenes de brutalidad policial y consistentes reclamos sobre la ilegitimidad de los golpistas. Las protestas comenzaron a verse favorecidas por las demostraciones de absoluta falta de imaginación del gobierno; con la ausencia del limitado Merino de Lama, falto completo de juego político; con discusiones que dejaban a varios de los nuevos ministros en pésima ubicación —el ex marino Fernando D’Alessio escribió antes de juramentar que la marcha convocada para el 12 de noviembre estaba siendo organizada por el MOVADEF, la organización
cuasi formal de Sendero Luminoso que aboga por la liberación de sus líderes en prisión5.
Figura 2. «Hoz y Martillo» falsos.
De otro lado, la oposición formal no existía. La izquierda parlamentaria protestaba, sin eco alguno, respecto a ciertas medidas, luego de haber perdido credibilidad por facilitar el golpe. Las organizaciones sindicales no respondían, solo se reunían para evaluar la situación. Los defensores de intereses propios, aliados a los reaccionarios, no decían nada; algunos gobernadores regionales y candidatos presidenciales exigían medidas para el pueblo o respeto a los que protestaban, pero sin llamar a revertir la decisión del Congreso, y menos a un cambio de presidente.
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