Osvaldo Jesús Zarandón - Bichos Irracionales

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Bichos irracionales conviviendo con los humanos. Compartiendo un mundo gobernado por los humanos, y organizado según sus propios intereses. O, en el mejor de los casos, habitando un mundo paralelo, pero siempre a merced del hombre, sufriendo sus agresiones. Bichos irracionales, (según ese hombre), pero que aman, luchan y viven situaciones similares a las vividas por él, y todo lo que ello implica. Es así como su lectura nos introduce, (fantasía mediante), en una realidad en la que, tal como ocurre con la nuestra, están presentes la aventura, el amor, las ambiciones, el desarraigo, los sueños imposibles, la solidaridad, y la violencia inducida por los racionales que los domestican. Bichos irracionales, en una tierra luminosa y bella, donde aún existen selvas misteriosas, ríos rumorosos, y las ciudades del hombre que los aterra.

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soñar no es vida perdida.

Y así sea oscura y mustia

no te rindas a la angustia,

y piensa con alegría

que mañana es otro día.

Pues Dios que todo lo ve,

es quien dispone el después—.

LA SERENATA

Allá en los campos de Ampata,

en una charla de bichos,

el zorro dijo al quirquincho:

—¡Salgamos de serenata! —.

El quirquinchito, asombrado,

le respondió con recelo:

—Dígame, ¿me toma el pelo,

o temprano se ha machado?

Sabiendo muy bien, compadre,

cual es su reputación,

de pendenciero y ladrón

¡que Dios me libre y me guarde! —.

El zorro, muy dolorido

dijo: —Compadre, me ofende,

quiero ser bueno y, por ende,

Dios sabe me he corregido.

Regenerarme me lleva

la mayor parte del día.

Me siento ¿quién lo diría?,

como una criatura nueva.

Mas mi suerte ya está echada

y nada puedo esperar,

nadie me ha de respetar,

ni ha de hacerme una gauchada.

Pero el amor me ha llegado,

y en el amor tengo fe,

compadre, acompáñeme,

que por amor he cambiado —.

No convencido el mulita,

aceptó a regañadientes;

y a pesar de sus parientes,

con el zorro fue a la cita.

Y allá fueron los dos bichos

cruzando el campo sombrío,

el zorro lleno de bríos,

muy taciturno el quirquincho.

Tan sólo se oía el canto

de los sapos y los grillos,

era un responso sencillo

por el día, en su quebranto.

Como un pájaro del cielo

que abandonaba su nido,

sobre el campo anochecido

la luna extendió su vuelo.

El zorro y el armadillo,

llegaron sin hacer ruido

hasta un puesto ya dormido

entre ceibos y espinillos.

—Nada hay más desafinado

que un zorro de serenata,

mi canto es ruido que mata —,

argumentó el muy taimado.

—Por eso, ya que ha venido,

con su bella voz de bajo,

cante que yo haré el trabajo

de estar siempre prevenido —.

Ya el quirquincho vanidoso

fue componiendo el garguero,

y soltó como un jilguero

su trova, lleno de gozo.

Y el astuto carnicero

para nada perezoso,

miró con ojos golosos

hacia el amplio gallinero.

Muy pronto llegó al corral,

que en santa calma dormía,

y cuanta gallina había

fue a parar a su morral.

No quedó bicho emplumado

parado sobre sus patas,

al son de una serenata,

por el zorro fue embolsado.

Mas dicen que la avaricia

nunca es buena compañía,

y quien obra así, un buen día:

pagará por su codicia.

Y aunque hubo quien logró,

con música aplacar fieras,

tan grande el barullo era

cuando el cantor concluyó,

Que en el patio desvelado

el patrón se hizo presente,

con perros de fieros dientes

y un trabuco recortado.

El quirquinchito, ignorante

de lo que allí acontecía,

saludó con cortesía

al ver llegar tanta gente.

Hizo un gesto reverente,

apoyado en su guitarra,

cuando el patrón que no yerra,

centró la mira en su frente.

La gloria caro se paga

aunque uno tenga talento,

mas un público violento

a ningún artista halaga.

Pero gloria y vanidad,

a veces van de la mano,

no sólo entre los humanos,

en todo bicho se da.

No era a la regla excepción

aquel quirquincho cantor,

y así aprendió con dolor

lo que no fue con razón.

Del rabillo se vio izado

por las manos del patrón,

quien comentó socarrón:

—mañana, ¡quirquincho asado! —.

Para más humillación,

después de aquella sentencia,

lo arrojaron con violencia

hacia el fondo de un cajón.

Largas horas pasó allí

meditando el trovador,

viéndose en el asador,

adobado con ají.

—Mi compadre va a tratar

de liberarme —, imaginó,

mas el tiempo transcurrió

sin que lo viera llegar.

Pues el zorro traicionero

cuando todo se calmó,

sin mirar atrás huyó,

olvidando al compañero.

La noche cubría el monte

como un oscuro pañuelo;

la luna cruzaba el cielo,

buscando un nuevo horizonte.

Dormían hombres y perros

y en el fondo del cajón,

el preso no halló razón

a las causas de su encierro.

Todo giraba en su mente:

familia, amigos, amor,

el zorro y el asador,

los rostros de tanta gente.

Con amargura miró

cuando escuchó que lo hablaban;

las patitas le temblaban

y pensó: “Todo acabó”.

La extraña voz insistió

con intención de animarlo:

—amigo, vengo a salvarlo,

no ha de morir si estoy yo —.

Luego un ala le alargó

mientras dijo: —Agarre fuerte,

si nos ayuda la suerte

lo saco, como que hay Dios —,

Y fue el quirquincho subiendo,

prendido de uñas y dientes,

no quedó alma de pariente

en justa calma durmiendo.

—Despacio —, dijo el extraño

en las sombras recortado,

—debe bajar con cuidado

si no quiere hacerse daño —.

Ni bien el suelo alcanzó

el quirquincho trovador,

se abrazó a su salvador

y grato le preguntó:

—¿A quién deberé, señor,

por el resto de mi vida,

que ya contaba perdida

mi gratitud y mi honor? —.

—Yo soy el loro del patrón,

sólo así recuérdeme.

¿De dónde vine?, no sé,

¿me habrá traído algún peón?

Para todos, soy Arturo,

para usted, un fiel amigo.

Y puede contar conmigo

si se encuentra en otro apuro.

Y de esto, nada me debe,

olvídese compañero.

Nadie sabe en qué entrevero

nos veremos cuando vuele.

Lo ayudo porque es cantor

y hay una cuestión humana:

¡no quiero oírlo mañana

cantar en el asador!

Además, yo soy un bicho,

y no olvido a mis hermanos,

aunque crean los humanos

que he cambiado, Don Quirquincho.

Y aquí transcurren mis días,

en ese naranjo, don,

¡mimado por el patrón!,

¡viviendo de picardías!

A veces pasan bandadas

y las quisiera seguir.

Pero, ¿dónde podré ir

con las alas recortadas?

Y ahora, volvamos ya,

a su caso, compañero,

está brillando el lucero,

la oscura noche se va.

Las sombras serán su abrigo,

cruce el campo como un viento.

Vaya sin remordimientos

que aquí se queda un amigo.

El sol dejó el horizonte

entre nubes sonrosadas,

y en su tibia luz dorada

abrió sus ojos el monte.

Volaron todas las alas,

vibraron todos los trinos,

en el aire cristalino

el día lució sus galas.

Sobre tuscas y chañares

y en verdes algarrobales,

calandrias y cardenales

elevaron sus cantares.

Pesaroso y sin hablar;

seguido de sus parientes

(cada cual más impaciente),

entró el mulita a su hogar.

Y narró lo sucedido

entre risas y sollozos.

Y al fin dijo, sentencioso,

ante aquel grupo reunido:

—Quien desoye los consejos

de aquellos que bien lo quieren,

y antes del hogar prefiere

andar padeciendo lejos,

Ha de aprender con dolor,

créanme lo que aquí les digo,

cuánto vale un buen amigo,

la familia y el amor —.

Y así termina esta historia,

sencillas cosas de bichos.

Lo que sé, aquí lo he dicho,

según mi escasa memoria.

Talvez lo que sucedió,

es tan simple que no deja

una sabia moraleja,

pero, ¿qué ocurrió?... ¡ocurrió!

Ampata: localidad del sureste tucumano.

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