En tercer lugar, la segunda crisis de la modernidad se caracteriza por la utilización de la razón contra sí misma. La modernidad, el proyecto ilustrado, la razón y la ciencia son vistas como elementos que generan riesgos y efectos secundarios (Beck, 1998), o incluso llevan en su propia esencia la necesidad de producir horrores como las dos guerras mundiales o el holocausto (Bauman, 1997). No se pueden soslayar por más tiempo, según Beck, además de los problemas epistemológicos que presenta el concepto de verdad, los efectos secundarios y las consecuencias no previstas de la ciencia. La crisis de la razón en este nuevo malestar en la cultura también es perceptible mediante lo que Lash ha llamado la «problematización de lo real». En el posmodernismo lo que percibimos son fundamentalmente imágenes. Nuestra percepción se dirige casi con tanta frecuencia a las representaciones como a la «realidad». Estamos, por tanto, acostumbrados a asistir como público a formas culturales que experimentan con la naturaleza problemática de la realidad y la relación de la realidad con la representación (Lash, 1997). La nueva sociedad del espectáculo (Debord, 2003) es la sociedad de los simulacros, de los medios de comunicación de masas, de la hiperrealidad en la que los mapas han sustituido a lo representado, es el crimen perfecto de la realidad, la desaparición de lo real (Baudrillard, 1997).
En cuarto y último lugar, se da un proceso de «desdiferenciación» en todos los niveles (Lash, 1997). Hasta donde nos interesa, la desdiferenciación posmoderna se puede resumir en la reagrupación de las disciplinas y géneros modernos. Al existir problemas con la razón científico-técnica, al problematizarse la realidad, se buscan nuevas formas de conocimiento que sobrepasan los estrechos límites de la diferenciación disciplinar moderna. De igual modo, la categorización y la taxonomización de la realidad se vuelve una quimera; la Gran Teoría, algo imposible. La nueva estrategia para conocer se basa en los fragmentos, la ambivalencia, lo complejo, las paradojas (Pinillos, 1997). Hay un nuevo giro literario y un desbordamiento de las vallas modernas impuestas al conocimiento. Y hay también una obligación de autoanálisis por parte del investigador, del científico social, del intelectual, que deja de hablar como si fuera un dios (Latour, 1992), mediante la inevitable introducción de la reflexividad en el contexto de sociedades cada vez más reflexivas (Gouldner, 1973; Lamo, 1990b), mediante la observación de la observación (observación de segundo grado) (Luhmann, 1996) o, en el caso de los sociólogos, a través de una obligatoria sociología de la propia y ajena sociología (Friedrichs, 1977; Torres, 1994 y 2002; Ribes, 2004b).
4. POSTRIMERÍAS DE LA MODERNIDAD: LA SEGUNDA CRISIS DE LA MODERNIDAD Y LA SOCIOLOGÍA DE AYALA
De nuevo la idea de crisis había irrumpido con fuerza en la escena intelectual: la razón en crisis, la ciencia en crisis, el mundo contemporáneo en crisis ante las transformaciones sociales que traían como resultado más atomización social, más desestructuración, el fin de las certezas, un planeta global izado y con graves riesgos, una cierta confusión entre realidad y ficción o una problematización de lo real. Al tiempo, las producciones intelectuales se desdiferencian, disolviendo disciplinas y géneros tradicionales. La razón moderna es puesta en entredicho por su afán totalizador, por sus excesos universalistas y sus consecuencias uniformadoras y totalizantes, y mueren los metarrelatos, dejando al mundo sin la posibilidad de encontrar un relato que haga inteligible el presente, indague en el pasado (más allá de la parodia y el pastiche) o anticipe una imagen ideal del futuro. El nuevo modo de pensar es paradójico, más complejo, repleto de incertidumbres, fragmentario.
En este contexto, Ayala sigue fiel a la imagen de un mundo en crisis que venía describiendo desde los años treinta y cuarenta. En el período de tiempo que se extiende a partir de la Segunda Guerra Mundial y los años cincuenta y sesenta, Ayala continúa viendo al mundo occidental inmerso en una crisis, en la crisis que había arrancado tras la Primera Guerra Mundial. En sus obras de ficción narrativa de esta época son destacados los elementos propios de: la descripción ayaliana del mundo crítico: la desestructuración de las sociedades, la amoralidad, el vacío espiritual, el auge de la propaganda y la manipulación, etc. Por tanto, no hay aparentemente en el paisaje que dibuja de esos años un hiato, un cambio hacia una situación de «época normal», por decirlo con su propio esquema del cambio histórico-social. Es evidente que no todos los autores lo percibieron así. Muy al contrario, numerosos intelectuales de esta época comprendida entre 1945 y 1975, en los llamados «años dorados de la sociología» (Picó, 2003), quisieron ver el mundo social desde otros puntos de vista, desde la contemplación más sosegada y optimista de una «época normal».
Prestemos ahora atención a la importante obra de Ayala El jardín de las delicias . El tiempo y yo , que presentamos más arriba. El objetivo declarado de Ayala en este libro es «usar la prensa diaria como espejo del mundo en que vivimos, y portuario de una vida cuya futilidad grotesca queda apuntada en la taquigrafía de ese destino tan desastrado» (Ayala, 1978: 44). La confusión realidad/ficción es empleada por Ayala de diversas maneras, pero especialmente cuando introduce de manera parcial sus experiencias en los textos y juega con su memoria, que impregna numerosas piezas. Ayala vuelve, en esta obra, a dibujar el paisaje de un mundo que ha ido caminando hacia la disolución moral, en el que los sucesos más crueles (asesinatos, infanticidios) suceden sin razón ninguna, como el caso del adolescente que asesina a un niño y que, al ser «interrogado acerca de los motivos que había tenido para tirar a Paquito al estanque, el joven G. V., que se confesó autor de la fechoría, se remangó como respuesta un pernil del pantalón y mostró, indignado, en su pantorrilla las marcas de un mordisco» (Ayala, 1978: 48). Otro personaje hace una reflexión muy esclarecedora con respecto al vacío moral y la incapacidad para juzgar las acciones que los propios hombres hacen. No importa tanto lo que se ha hecho como las consecuencias egoístas que los actos pueden comportar; no hay lugar para el remordimiento en esta sociedad en crisis: «No, no nos abruma el peso de haberte asesinado; nos abruma la necesidad de hacer desaparecer tus huellas» (Ayala, 1978: 123).
En último término, el propósito de El jardín de las delicias. El tiempo y yo es describir las «condiciones de la sociedad en que vivimos, de ciudades inmensas pobladas por una masa humana sin cohesión, sin controles internos, sin una articulación orgánica» (Ayala, 1978: 335). Es, por tanto, un intento de llevar a cabo un análisis más radical, en cuanto a la forma y algunos de los argumentos, de una realidad que se ha radicalizado en su forma crítica. La segunda crisis de la modernidad viene a confirmar y a agravar la situación que la primera crisis de la modernidad del siglo XX había puesto de manifiesto. De hecho, en la reedición de 1984 del Tratado de sociología , Ayala considera sus análisis de entonces actuales, en el sentido de válidos, casi cuarenta años después de haber sido escritos. Es cierto, en 1984, en plena segunda crisis de la modernidad, los argumentos escritos desde la primera crisis de la modernidad vuelven a tener un valor y una actualidad indiscutibles. De hecho, en una recensión a esta reedición del Tratado dirá un asombrado crítico que le parece una obra profética, puesto que acierta a describir el mundo presente (Gurméndez, 1984). Sin embargo, lo que sucede, más allá de las profecías y el pensamiento mágico, es que Ayala estaba hablando en 1947 de un mundo crítico que guarda numerosas similitudes con el mundo crítico de mediados de los años ochenta del pasado siglo XX.
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