Su asesinato despierta manifestaciones populares en diferentes ciudades de Brasil y del continente, que se desplazan por las calles al grito de justicia para una de las referentes actuales de los derechos humanos.
Aunque su homicidio deja un vacío irreparable y permanece impune, esta mujer que se definió a sí misma como “feminista, negra e hija de la favela” y que practicó una “política con afecto”, ha de quedar para siempre en las leyes que pensó y promovió durante su gestión. Entre muchas cosas, se instauró el Día de la Mujer Negra, se llevaron adelante campañas de concientización contra el acoso callejero y la violencia en el espacio público, y se implementaron políticas de representatividad para mujeres, faveladas y sexualidades disidentes, y de protección legal para adolescentes y niños.
¿Quién diría que la niña del grupo maya quiché, nacida y criada en la pobreza, llegaría a ser referente internacional en la lucha contra la violencia y la injusticia social? Para lograrlo, Rigoberta Menchú debe atravesar un arduo trayecto y aprender la lengua del amo. Es hija de campesinos que viven en condiciones esclavistas en fincas de café, y conoce de cerca la represión que los terratenientes y el Ejército ejercen sobre su comunidad. Al principio, sigue un itinerario esperable: crece y va a la capital a trabajar en limpieza y cuidados en casas particulares. Sin embargo, su ímpetu de lucha le gana a lo previsible, y Rigoberta encabeza revueltas indígenas.
En los años 60 se desata una extensa guerra civil que hace de Guatemala una tierra minada por el terror. Es por entonces que miembros de su familia y su etnia son torturados y asesinados por las organizaciones paraestatales conocidas como Escuadrones de la Muerte. Su padre es quemado vivo. Frente a estos hechos, algunos de sus hermanos se alistan en la guerrilla; en cambio, Rigoberta propone una campaña pacífica, en la que las palabras tienen mayor peso y efecto que las armas. De todos modos, es perseguida y se exilia en México, donde cuenta su historia en Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia , denuncia el abuso sobre su pueblo y hace visible la situación de las mujeres indígenas en América Latina. Conquista repercusión mundial, adhesiones de los organismos de derechos humanos y protección para regresar a su país. En 1992, con poco más de 30 años, se convierte en la primera indígena en recibir el Premio Nobel de la Paz.
El activismo se combina con el partidismo y Rigoberta se presenta dos veces a la presidencia. Pese a no ganar, es de las que jamás abandona la batalla. Hasta el día de hoy pelea por un Estado inclusivo y por la construcción de una ética de paz universal. Ella sabe que no basta con la ausencia de guerra; ella afirma que solo un mundo amable, diverso, justo, ecológico y espiritual es un mundo de paz.
De niña, Ángela Restrepo pasaba las tardes en la farmacia de su abuelo, segundo médico de Colombia, donde él mismo preparaba los remedios que vendía. Ella no necesitaba juguetes, porque su mirada se posaba únicamente sobre un aparato que luego sabría que era un microscopio. La fascinación por ese instrumento y el libro Cazadores de microbios de Paul de Kruif abrieron su camino. La actual doctora en Microbiología y directora científica del Centro de Investigaciones Biológicas debió sortear muchas dificultades en su época de formación, pero llegó a convertirse en autoridad mundial del comportamiento de los hongos.
A mediados del siglo XX, lo más cercano a su vocación era la Facultad de Medicina en la Universidad de Antioquia de Medellín, donde en 1955 obtiene el título en Tecnología Médica. En los años 60 viaja a los Estados Unidos para realizar estudios de posgrado en la Universidad de Tulane, Nueva Orleans. De vuelta en su país, Ángela dedica su vida a desarrollar eficaces metodologías de diagnóstico y tratamiento de las enfermedades endémicas causadas por hongos, muy habituales en América Latina, sobre todo en poblaciones con estrecho contacto con la tierra. Su visión integral de la ciencia la lleva a formar nuevas generaciones de médicos y biólogos expertos en epidemiología.
En la década de los 90, recibe reconocimientos nacionales y extranjeros y ocupa cargos jerárquicos en la comunidad científica, como la Sociedad Americana de Microbiología y la Sociedad Internacional de Micología Humana y Animal. En 1994 es la única mujer que integra la Misión Sabios, que el gobierno de César Gaviria impulsa para trazar una ruta de educación general para el progreso de Colombia, y de la que también participa, entre otros, Gabriel García Márquez.
El interés por lo más pequeño, los microorganismos, hizo de la “doctora Angelita”, como la llaman sus discípulos, una gran referencia, que permanece fiel a sus convicciones: la ciencia siempre debe estar al servicio de la vida.
En la Buenos Aires de comienzos del siglo XX nace una niña que vive primero en un conventillo del sur de la ciudad y luego en un orfanato. Más adelante la envían a trabajar a un campo, donde la alfabetización se reemplaza por duros oficios rurales. Laura Ana Merello es el nombre que figura en los registros oficiales. Hacia 1920 se convierte en “Tita de Buenos Aires”. En un mundo de varones, se distingue como una de las primeras cantantes de tango y milonga, que revolucionó la escena musical popular. Muy pronto, pasa a la pantalla grande, protagonizando Tango (1933), el primer filme sonoro argentino, y un sinnúmero de películas que marcaron hitos en la historia del cine.
Su tono grave y su fraseo transgresor la distinguen de otras tangueras y le marcan un modo de decir, andar e increpar al público, sobre todo masculino. Esta mujer de pocas vueltas, experta en insolencias y humoradas, parece no temerle a nada. Así, reconvierte el mandato de la belleza en provocación; es quien camina a lo malevo con un aire compadrón y habla con tal o cual sin importarle qué dirán. De eso se trata el tango “Se dice de mí” que Tita canta bajo la piel de Paulina, trabajadora y madre soltera, en la película Mercado de Abasto (1955).
Si en su vida privada es la mujer fiel y desdichada del actor argentino Luis Sandrini, en sus intervenciones públicas sobresale la mujer arrolladora, premiada y venerada dentro y fuera del país, que deja huella en cada una de sus actuaciones profesionales: cine, tango, shows, radio, prensa escrita. En los años 70, su figura es ganada por la pantalla chica y crece notablemente en popularidad. En sus espacios televisivos, Tita es pionera en las campañas de concientización de estudios preventivos para la salud femenina. “Muchacha, hacete el Papanicolau” es otra de las frases populares y contundentes que supo acuñar.
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