“Se dice de mí”, canta Tita Merello, maleva y compadrita. Y en ese tango Tita inaugura la literatura de ping pong que salva a las mujeres –como en un truco de magia– de decir lo que dicen de ellas (de manera prejuiciosa y despectiva) para que al decirlo se rompa el hechizo despectivo y las palabras se vuelvan orgullo. Tita defendía en la película Mercado de Abasto a Paulina, una madre soltera que era atacada por la maternidad como pecado sexual expuesto sin tener marido.
“Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis” es el verso de sor Juana Inés de la Cruz que mejor dispara contra el sexo usado para juzgar a las mujeres por su deseo, pero también para apropiarse del deseo como una potestad masculina. Sor Juana encontró en un convento, el único refugio para huir del matrimonio en 1669. La Iglesia le pidió mayor devoción divina y menos deseo. Pero ella contestó con más literatura y se nombró maldita. En 1692 se autodefinió frente a sus críticos: “Yo, la peor del mundo”.
Hoy sería un tuit. Pero eso somos. Las que fueron. Las que no fuimos. Las que se animaron a no ser lo que querían que sean. Las que no quieren ser madres y las que redoblan su dolor por serlo, como Mama Dulú o Dolores Cacuango, que fue hija de indios gañanes, en Ecuador, y tuvo que ver morir a ocho de sus nueve hijos por la falta de condiciones de higiene en Cayambe. Por eso lideró, en 1926, los primeros levantamientos indígenas contra los latifundios. Por supuesto, le dijeron que estaba loca y mucho más cuando pidió la reforma agraria, en 1964. Locas son todas las desobedientes sobre las que vale la pena leer.
Locas estuvieron todas las mujeres que se pusieron los pantalones. Pero Luisa Capetillo fue la primera puertorriqueña –periodista, escritora y anarquista– en hacerlo y terminó presa por esquivar el aire entre sus piernas. Mucho más por practicar el amor libre y despotricar contra el matrimonio como sujeción al Estado. Pero ir en contra del amor convencional no es no ir por el amor. Así Chavela Vargas, tan macha, tan otra forma de ser ella, es la voz del desgarro amoroso, desde Costa Rica hasta los conciertos como ícono de Pedro Almodóvar. A Flora Tristán la sociedad francesa le hizo burla por hija ilegítima y la maltrató porque no aguantó la violencia de su marido. Pero la liberación se volvió libros y ella escribió Peregrinaciones de una paria . Si ser parias era quedarse solas, las mujeres que se reescriben en la escritura ya no lo son. La historia no se borra, se burla de sus dolores y se sana con las medicinas nacidas de las llagas abiertas por ser mujeres y de los antídotos para que el veneno vuelva a las lenguas más fuertes.
La historia ya no es solo de los que ganan, pero tampoco de las únicas que logran quedar en la historia, sino de las que perdieron para que otras pudieran ganar y de las que nos recuerdan los lugares que todavía falta que las mujeres puedan ocupar, como Shirley Chisolm, la primera afroamericana que se postuló a la Presidencia de los Estados Unidos.
De las mujeres no se hablaba, ni podían hablar con nombre propio. Y si se decía algo sobre ellas, era para difamarlas. Por eso, el primero logro es defenderse de lo que se dice, el segundo es decir con voz propia y el tercero, el más importante, es decir para que el eco retumbe a favor de muchas.
Tita Merello fue la protagonista de Tango , el primer filme sonoro hecho en la Argentina. Fue la primera mujer con voz propia. Y la que alzó la voz para que las mujeres no murieran de cáncer de cuello de útero, porque abrir las piernas –y la boca– siempre fue una condena que ella rompió al pregonar en la televisión “Muchacha, hacete el Papanicolau”.
El espíritu del libro se multiplica en cada biografía y enciende a las que leen para que no les importe lo que digan de ellas. Que sean las mujeres quienes puedan escribir su propia historia e iluminar a muchas más para que los faros no se pierdan entre islas desiertas, sino que logren generar un nuevo mapa de valientes que nos iluminan a salir a la luz y a nunca más escondernos.
Gracias a las mujeres faro que se convierten en nuestras luciérnagas mientras las leemos.
Desde muy joven, Berta Rojas da muestras de una extrema sensibilidad para la música. Estimulada por su familia y educada por destacados compositores en su país y en Uruguay, emprende su carrera musical. Obtiene el título de profesora superior de Guitarra y Piano, Premios Grammy y menciones académicas, como el doctorado honoris causa por universidades de Paraguay.
La docente y guitarrista, especializada en música clásica y tango, consolida su formación cuando es distinguida en 1996 como “Fellow of the Americans” del Kennedy Center. Así cuenta con los medios para continuar su perfeccionamiento musical en el Instituto Peabody de los Estados Unidos y sobresale internacionalmente por su labor docente y como concertista clásica en los grandes escenarios de América y Europa. Integra el equipo pedagógico del Berklee College of Music y es conocida por abrir la Cumbre de las Primeras Damas de las Américas, a la que asistió Hillary Clinton cuando fue primera dama de los Estados Unidos.
Desde 1992 hasta 2017 graba catorce discos y en tres ocasiones es nominada al Grammy Latino: con el álbum Día y medio, que realiza en 2012 con Paquito D’Rivera, con Salsa Roja en 2014 y con Historia del tango , grabado con la Camerata Bariloche, en 2015. Entretanto, emprende la gira “Tras las huellas de Mangoré”, con la que da a conocer melodías paraguayas y latinoamericanas, y celebra las enseñanzas de Agustín Barrios, pionero en guitarra clásica de origen parcialmente guaraní.
Por la difusión de la música de su país y de la guitarra clásica entre público no experto es condecorada en 2015 por el Senado y el Congreso paraguayos, como Ilustre Embajadora del Arte Musical y con la Orden Nacional al Mérito Comuneros. En su último disco, Felicidade (2017), rinde homenaje a la música brasileña con Toquinho, Ivan Lins, Gilberto Gil y la Sinfónica de Paraguay como invitados. En el medio, la enfermedad la acecha y recibe un tratamiento médico que resulta exitoso. Desde entonces, se dedica también a la concientización para la detección temprana del cáncer de mama.
Una noche calurosa de 2018, cuatro tiros en la cabeza terminan en Río de Janeiro con la vida de una joven política y militante en derechos humanos. Proveniente de una familia nordestina llegada a la gran ciudad para dejar atrás la pobreza, Marielle Franco tuerce el itinerario que parecía esperarle a quien nace en una favela.
Desde muy joven trabaja, cría una hija y consigue finalizar sus estudios universitarios de grado y posgrado. Como socióloga y activista feminista hace del conocimiento una herramienta para entablar vínculos con la comunidad, y de este modo intervenir con políticas públicas en los abusos policiales contra los habitantes de las favelas.
Su carrera política dentro del socialismo comienza como asesora parlamentaria, y en 2016 llega al cargo de concejala de la ciudad, con gran consenso del electorado. Su vida es una lucha incansable por destronar toda desigualdad en los sectores más vulnerables y por defender los derechos de las mujeres, la población negra y las disidencias sexuales. Con la lucidez de quien conoce el terreno y trabaja por la justicia social, se ocupa de denunciar las violencias militares y paraestatales, y de amparar a las familias de policías caídos en los enfrentamientos con el narcotráfico.
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