Si bien las exigencias eran mucho mayores, Joan tenía la suficiente determinación y disciplina para no caer en la vagancia: era muy responsable y siempre cumplía con todo y con todos.
Sin mayores novedades iba pasando el tiempo. Amaba su colegio, pero no tenía grupo de pertenencia, solo Joan y Gael, pero nunca dejaba de lado a su ángel guardián (o sea yo).
Paralelamente a las actividades del colegio hubo un alma similar que, al verlo solo y tímido, se le acercó y comenzaron a charlar. Esa alma era la de Álvaro, un chico tranquilo con el que se podía tener una conversación y charlar de todo un poco. Muchos momentos compartidos dieron como resultado una hermosa amistad.
Un día, Álvaro invitó a Joan a asistir a reuniones de un grupo juvenil en una parroquia. Era un grupo de chicos que hablaban de temas interesantes, rezaban, cantaban y se preparaban para salir a hacer obras de bien a las familias llevando un mensaje de amor.
Un enorme signo de pregunta para Joan. Por primera vez se conectaría con chicos y chicas de su edad. ¡Y lo mejor de todo es que estarían haciendo actividades para Dios! ¿Cómo sería esta nueva experiencia?
Joan: –Por fin voy a tener amigos, ojalá sea como siempre soñé: poder compartir, charlar, reír, o sea ser feliz. Como vienen a mi vida de parte de Dios, capaz que no se rían de mí: tengo miedo, pero también tengo muchas ganas de conocer y tener amigos.
El corazón de Joan estaba desatado de la alegría y de nervios. Ansiosamente ensayaba el saludo y la manera de agradar: era la primera vez que iría a un grupo con gente de la misma edad.
Y fue así como llegó el ansiado momento. Sábado a la tarde. Grupo reunido en un salón. A Joan lo invadió la timidez, lo que hizo que no pudiera expresar ni media palabra. Paradójicamente estaba feliz, se sentía eufórico, pero solo por dentro: no podía hablar, ni sonreír, ni mirar a nadie. Sintió el pánico que lo había inhabilitado desde chico. Prefería estar serio y mudo antes de que se burlaran de su voz.
Hizo un silencio sepulcral durante toda la reunión, Los chicos y chicas se mostraron muy amables, se los veía felices. Eran todos amigos entre sí: era todo lo que Joan había buscado y soñado siempre. No había terminado la reunión y ya estaba esperando la próxima.
Joan: –Por fin tengo un grupo de amigos, ¡qué bueno! Gracias, Dios, por este regalo. Capaz que no caí tan bien porque me quedé mudo, pero estoy feliz y creo que con el tiempo me voy a integrar y voy a ser uno de ellos. ¡Qué felicidad!
El día a día tenía otros colores, y como de verdad Joan estaba feliz por estar en el grupo, se puso las pilas y comenzó a integrarse. Los sábados a la tarde eran sagrados: ir al grupo, hablar de Dios, tocar la guitarra, visitar a sus nuevos amigos y amigas, ya tenía actividades fuera de lo que era estudiar. Casi todas las tardes encontraban la excusa para juntarse a merendar y compartir con todos.
El hecho de cantar y tocar la guitarra abría otras puertas para él: podía llegar a todos con sus canciones. De a poco, Joan llegó a ser uno más: era parte del grupo.
Muy entusiasmado por cada actividad que se presentaba y por las vivencias que podía cosechar para enriquecer su corazón, Joan se fue metiendo cada vez más en las actividades de la parroquia. Había comenzado un camino de formación espiritual y, en la medida que aumentaba su conocimiento, aumentaba también su ímpetu por las cosas de Dios y el compromiso con la gente.
BONJOUR, JOAN, AU REVOIR, GAEL
De a poco, sin querer y sin darse cuenta, Joan fue ganando territorio en la vida de Gael, dejándolo postergado solo para su casa, su barrio y sus familiares.
Definitivamente, Joan había encontrado su lugar en el mundo: su sentido de pertenencia estaba arraigado a la Parroquia y todo de lo que ella surgiese.
Entusiasta de las cosas de Dios, con su guitarra en mano, abriéndose camino en la vida que a partir de ahora sería maravillosa vivirla.
A partir de ahí, mucha gente nueva fue ingresando a su vida. Nuevas luces, nuevos corazones, nuevos caminos que se abrían para Joan, mientras Gael se quedaba en su casa, relegado, resurgiendo solo en los momentos de la más absoluta soledad e intimidad. Se hacía notar, por ejemplo, a las noches, evocando al niño que se sentaba en la ventana, se asomaba a dialogar con el infinito en un idioma que solo de lágrimas silenciosas comprendía, guardando desde siempre ese vacío, ese anhelo de algo que muy íntimamente sabía que jamás iba a lograr alcanzar.
El Joan de la parroquia fue logrando confiar en sí mismo. Los afectos que iba sumando a su juventud eran genuinos. Esta gente era de la que tantas veces Dios le había hablado aquellos domingos de niñez, cuando iba a misa.
Un día se animó a avanzar otro paso más y se comprometió a ser formador de los chicos más chicos. A partir de entonces sería delegado del grupo de niños de entre diez y doce años. La Acción Católica era una gran responsabilidad que llevaba de la mano un gran compromiso con los niños, sus padres, consigo mismo, pero fundamentalmente con Dios, ese Dios que lo estaba permitía hacer tantas cosas por los demás.
Sentía la necesidad de hacer mucho más, y fue entonces que formó un pequeño coro para hacer las canciones de la misa. De paso, podía expresar su amor y agradecimiento por tantas bendiciones recibidas.
Joan ya tenía su identidad bien fundada. Era importante entre la gente de la parroquia, no tanto por lo que él era, sino por lo que hacía. El coro le daba otro tono a las misas, la gente participaba con más entusiasmo. Los grupos empezaron a cobrar vida, se organizaron misiones para Navidad, para visitar ancianos. Comenzaron los campamentos de verano y también de invierno. Mucho trabajo, mucha siembra y cosecha de cosas buenas. Florecieron muchos grupos. La parroquia se había levantado para ser luz. Joan seguía dando y recibiendo. El amor era una simbiosis que alimentaba el corazón y las ganas de seguir indagando en este mundo tan intangible y a la vez concreto de la entrega incondicional.
Mientras tanto, Joan ganaba terreno en el campo de la fe sintiéndose seguro y animado entre la gente de la parroquia.
En la escuela seguía siendo casi un ente, ya que su amigo Álvaro se había ido a terminar el secundario en otra institución y sus pares estaban en otra cosa. Si bien era un colegio religioso, los chicos salían, se emborrachaban, frecuentaban lugares bastante oscuros con esa soltura y desparpajo que bajo ningún punto de vista tenía lugar en la cabeza de Joan. Definitivamente, la vida nocturna no era lo suyo. Si bien intelectualmente no era el mejor alumno del curso, siempre fue un excelente alumno. Jamás se llevó materias a rendir y eso lo tranquilizaba un poco. El rótulo de inteligente ya no era tal. La idea de no ser el mejor del curso ya no masajeaba su ego, al menos de manera consciente, aunque muy íntimamente se sentía en falta con su orgullo. Sin embargo, esa falencia encontraba consuelo en aquellas actividades que le hacían llegar el alma al cielo.
Paralelamente y en un rincón de su misma existencia, Gael se iba diluyendo entre las actividades de Joan hasta que solo llegó a existir en el seno familiar y con algunas personas no tan frecuentes en las páginas de su historia, la cual aparentemente y según los acontecimientos venideros, lo dejaría ser tan solo un recuerdo o un mero referente de aquel que fue o pudo llegar a ser.
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