Su cuarto daba al patio y, desde la ventana, sentado con la cara al cielo podía verlas cada noche dejándose acariciar por la tenue luz que el universo le regalaba. Mirando sin mirar, omnipresente en su universo, pero ausente de sí mismo. Sentía la rara sensación de que estaba de prestado en este mundo, como en una eterna plegaria deseando salir de sí mismo, añorando algo que jamás podría tener.
¿Tristeza profunda? ¿Deseo desmedido? ¿Angustia desde tan pequeño? ¿Cómo podía ser?
¿Qué sería aquello tan ansiado y tan inalcanzable a la vez? ¿Sería tal vez el hecho de haber salido tan abruptamente a este mundo lo que lo había angustiado tan profundamente? ¿Traía acaso una asignatura pendiente desde el vientre de su madre? ¿Habría quedado algún aspecto por aprender antes de asomarse a la tierra de los mortales? ¿Adónde estaría esa cabeza? ¿Tratando de alcanzar lo inalcanzable? ¿Adónde se proyectaban sus sueños? ¿A quién se dirigía esa mirada que a veces quedaba empañada por algunas lágrimas de euforia al sentirse volar o de tristeza por descubrirse humano? Era un viaje eterno a un lugar sin fin que podría estar tan lejos como en la misma profundidad de su ser, o tan intensamente dentro como en el mismo abismo insondable de su tristeza.
El lugar ideal estaba muy lejos, era inalcanzable, pero el lugar real estaba cerca en la propia vida, en cada día, en cada rincón, en cada espacio, en cada persona de la familia, en los compañeros de escuela. El tema sería hacer de su lugar real, el lugar ideal, y se seguían sumando los desafíos.
Gael: –Esta vida es cada vez menos relajada, y lo peor de todo es que tengo que portarme bien y ser feliz, según me dicen, ¿pero cómo ser feliz si es todo tan complicado? Si mis compañeros se ríen de mí y ni siquiera me eligen para jugar al futbol, quizás no les importa tener amigos, solo les importa ganar. Está bueno ganar, pero, ¿y la amistad? ¡Ufa!, estoy confundido”.
Pasó el tiempo, cayeron muchas hojas de los árboles de otoño. En la escuela se seguía portando bien, tan bien que siempre era el mejor alumno.
—“Felicitaciones, Joan querido”, era el discurso permanente.
—“Aaaayy, es el mejor del grado”, decían las maestras.
—“Señora, su hijo es un amor. Tan correcto, tan educado, tan estudioso, taaaaan aplicado. Felicitaciones, señora.
La maestra de música lo eligió para el coro porque, encima de ser tan bueno y responsable, ¡canta mooooooy bien!
Otra forma nueva de encontrarse a sí mismo: dibujar todo lo que quería, y ahora también cantar.
Aparentemente, todo lo hacía bien, era un hijo modelo, pero a pesar de eso, había algo que no lo dejaba sentirse pleno y ubicado en esta vida, su vida. Siempre, de fondo, una constante sensación de que algo le faltaba, pero lo mejor de todo era que Gael jamás perdía las esperanzas de llegar: siempre dispuesto a ser y hacer lo mejor, siempre listo, como un boy scout. Tenía la sonrisa como bandera y las ganas de hacer cosas lindas para ser feliz y hacer felices a sus padres.
Gael: –¡Wow, ya van cuatro cosas que hago bien: soy buen hijo, soy buen alumno, dibujo bien y ahora canto! Seguro que mis padres están felices conmigo.
Así fue que don Rocco, en su enorme bondad, les ofreció a Tony y a Gael ir a la academia de la señorita Elsa para aprender a tocar la guitarra y bailar folklore.
Gael: –¡Qué buenooooo, ahora puedo aprender a tocar la guitarra y podré cantar hermosas canciones!
Es así que tuvo clases y más clases de guitarra y canto, y los buenos comentarios estuvieron siempre presentes.
—¡Qué lindo que canta!
—¡Qué hermosa voz!
—¡Qué buen dúo los hermanitos!
—¡El más chiquito canta como un angelito!, comentario para el cual no faltó el remate cariñoso de algún alma que continuó diciendo:
—Sí, como un angelito negro.
Gael: –Oh, dioooos, otra vez se dieron cuenta de que soy negrito. Y si se enteran también que fui encontrado en un baldío? Tengo que cantar mejor y nunca dejar de sonreír, capaz que así no le presten tanta atención al color de mi piel y me quieran porque canto bien y sonrío todo el tiempo. Todo el mundo quiere a alguien que sonríe.
Con el paso de los días, Gaelito y Tony perfilaban un futuro promisorio: eran la atracción de la academia. La señorita Elsa los llevaba a todos los festivales, peñas y hasta en el teatro actuaron. Fue una hermosa experiencia, luces y aplausos, la gente los felicitaba todo el tiempo:
—¡Tan chiquititos y cómo arrasan!
—¡Qué vozarrón!
Gael –¡Qué lindo es poder expresarse a través del canto!
Todo muy lindo, algo mágico para contar, pero como siempre sucedía en la vida de Gael, lo bueno no duraba para siempre. Capaz que se cansaba del hecho de tener que cumplir con esa fama o con ese prestigio que lo tenía tan ocupado. O de pronto extrañaba los momentos de privilegio desde la panza de su madre.
Cada día que pasaba se cerraba más, pero esa cerrazón, más allá de darle seguridad, lo iba dejando verdaderamente solo, pero con la ardua tarea de mantenerse siempre bien, feliz y sonriente, con la idea de no lastimar ni a papá ni a mamá.
Luego de pasar mañanas de escuela y tardes de juegos consigo mismo, Gael pasaba de refugio en refugio, su mundo era tan único, tan privado, tan suyo…
EMPEZANDO A CONOCER A DIOS
Los papas le habían inculcado el amor a Dios, siempre le hablaban de lo bueno que Él era, de que gracias a Dios, él estaba vivo. Gracias a Dios tenía una familia hermosa. El mismo Dios le había designado un angelito (o sea yo) para que lo cuidara siempre. Dios era lo más parecido a sus padres, por lo tanto Dios era bueno y quería su felicidad.
Dios era tan bueno que hasta había hecho de su hermanito fallecido un ángel. Ya se había ido al cielo y ahora estaba siempre con él, pero además tenía unas hermosas alas.
Gael: –¡Qué hermoso sería ser un ángel como mi hermanito: viviría siempre feliz y yo también tendría alas, ¡wow! Me enseñaron que Dios todo lo escucha y todo lo concede, por ahí tendría que pedírselo y me lo concedería, ¿pero cómo hago para hablar con Dios? Él está en todos lados, pero no puedo verlo, mmm… ¿o será que al ser Dios puede escucharme de todas formas? Es algo raro, pero sin conocerlo lo siento cerca y me hace sentir bien. Está lleno de amor, como me contaron. ¡Me contaron también que sí, se puede hablar con Él, así que me pongo en campaña y desde ahora voy todos los domingos a misa para escuchar lo que me quiere decir y para ser más bueno aún!
Fue entonces que Gael, en su búsqueda de Dios o del amor que lo hiciera cada vez mejor hijo, comenzó a ir a misa todos los domingos. Era hermoso despertarse muy temprano para ir y, al regresar, poder preparar el mate para despertar a sus padres con el desayuno en la cama. Ellos eran tan buenos que merecían este pequeño agasajo.
¡Qué lindo era ir a misa los domingos bien tempranito con las primeras luces de la mañana y el canto de los pájaros! Había poca gente a esa hora, como que la paz se hacía más abundante para las pocas almas que iban a rezar a esa hora. Gael tenía el alma tan pura, tan abierta a recibir y a dar amor, era un hermoso canal por donde podía pasar el amor más puro. Todo lo de Dios lo entusiasmaba, le llenaba el corazón, le daban ganas de ser cada vez más bueno. ¡Qué hermoso regalo estar cerca de Dios. Y la gente de Dios, ¡qué buena era!
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