Chase se define como de género fluído y si bien usa para sí mismo el pronombre masculino, se ha sometido a cirugías para afeminar los rasgos de su cara. Está casado con otro hombre y baila desde muy joven. Ganó el Premio Nacional de Danzas del Reino Unido al mejor bailarín por su desempeño en The Trocks, diminutivo con el que se nombra al Ballet Trocadero de Monte Carlo, un ballet íntegramente compuesto por hombres que bailan tanto los roles masculinos como los femeninos, siempre con un toque de comicidad. Allí fue aclamado por su esplendor y su delicadeza al bailar. Sin embargo, renunció al Trocadero con un escándalo mediático por el cual acusaba al ballet de haberlo discriminado por bailar de un modo demasiado femenino. Por supuesto, los directivos del ballet lo niegan. Pero efectivamente, si uno observa los vídeos del Trock, ve a hombres bailando papeles femeninos, incluso en zapatillas de puntas, pero claramente se nota y no tratan de disimular que son hombres bailando roles de mujeres; los vídeos más viejos incluso los muestran con pelos en las axilas y brazos musculosos cuando aún no se habían impuesto los parámetros de belleza de los metrosexuales.
El caso de Chase no es el de Nora Monsecour, que inspiró la película Girl , (3) ni el de Jin Xing, que en 1995 fue la primera mujer transexual que logró el reconocimiento del gobierno en China con su cambio de identidad, es decir, bailarinas trans.
Chase no aspira exactamente a un cambio de sexo. Simplemente quiere bailar los roles femeninos, ya desde su adolescencia cuando se subió por primera vez a sus zapatillas de puntas. Sin embargo, ha tenido que hacer cambios en su cuerpo: “Seré un tipo bajo y menudo pero soy hombre”, “tengo los hombros más anchos, las pantorrillas más grandes y la contextura de mis músculos es distinta. Tengo que canibalizar mi cuerpo, hacer circular la energía de los músculos y arreglármelas para perder masa muscular sin perder fuerza”. De hecho, desde que entró al English Ballet perdió 9 kilos y entrenó duramente para adiestrarse y modelar su cuerpo. Dice “a pesar de la solidez de su técnica, tenía una idea errónea acerca de lo que hace que una bailarina sea grácil y hermosa. En realidad, es la fuerza que se esconde debajo de la suavidad y la gracia. Me las tuve que ingeniar para encontrar eso dentro de mi contextura genética masculina”. Y agrega también “un varón interpretando roles femeninos es habitual en otras artes, el ballet no debería ser la excepción . Siempre preferí bailar con zapatillas de punta. Supongo que bailo naturalmente en forma femenina. También me gusta la intensidad emocional que requiere la interpretación femenina en la danza. Y me es más difícil identificarme con los roles masculinos porque no he desarrollado la técnica que se requiere para ello”. Posteriormente, Chase fundó el Ballet de Barcelona que dirige junto a Carlos Renedo, su esposo. Sube a su Facebook distintas presentaciones en roles femeninos, pues, tal como él mismo dice, “quiere que lo vean como una bailarina”.
Si me interesó este caso, además de por mi gusto por la danza, es porque ilustra dos cuestiones que son las que me gustaría destacar hoy. Por un lado, la relación con el propio cuerpo; por el otro, la cuestión del todo y la excepción, temas que fueron introducidos el año pasado en la clase que llevó por título “Cuerpos trans ”, en la que participaron Laura Baumarder, Alejandra Antuña y Patricio Álvarez. Alejandra, trabajando sobre la ley de identidad de género, ubicó el punto en el cual no hay transparencia en la relación entre sujeto, cuerpo y goce y el modo por el cual el transexual da testimonio de la extrañeza del sujeto respecto de su cuerpo, incluso del rechazo de su cuerpo.
El género se conforma en tres niveles que enumeró Patricio en su presentación de aquella vez: a nivel de las identificaciones ya sea como respuesta al deseo del Otro, ya sea por la vía de ser o tener el falo, es decir, las identificaciones que dan lo que Lacan llamaba “el tipo ideal del sexo”; (4) a nivel del objeto que estaría más del lado de lo fantasmático, lo que determina las condiciones de amor, deseo y goce de cada quien, y las condiciones de elección homosexual y heterosexual; y a nivel de la sexuación, de acuerdo al modo de satisfacción siempre singular. (5) Y estas tres dimensiones como vemos valen para todo ser hablante que, por su condición de tal, deberá hacer su propia invención. Sin embargo, hay que considerar también algo que es más bien nodal: la relación del ser hablante con su cuerpo. Para ello voy a trabajar del Seminario 23 capítulo IV “Joyce y el enigma del zorro” y el capítulo 10 “La escritura del ego” y de Eric Laurent El reverso de la biopolítica los capítulos “De la sublimación como goce” y “Una lógica de bolsas y de cuerdas”. (6)
En la relación del ser hablante con su cuerpo, a mi gusto, hay que situar dos cuestiones: la primera, que el ser hablante tiene un cuerpo; la segunda, es que adora ese cuerpo que cree tener, lo tiene porque lo adora. Estas dos cuestiones se desprenden de la siguiente cita del Seminario 23 : “El amor propio es el principio de la imaginación. El parlêtre adora su cuerpo porque cree que lo tiene. En realidad no lo tiene, pero su cuerpo es su única consistencia-consistencia mental”. (7)
Tener y adorar, o amor propio como diría Lacan.
Respecto del tener un cuerpo, Lacan dirá también que esa relación del hombre con su cuerpo depende de que el hombre dice que tiene el cuerpo, su cuerpo; es decir, su significa que posee ese cuerpo como se posee un mueble, es su posesión. Laurent, en El reverso de la biopolítica, subraya que este “el hombre dice” es el que permite dicha pertenencia. (8) De ese modo, a diferencia del estadio del espejo en donde se pone en juego una identificación con la imagen unificada con la garantía del Ideal (es decir, del amor al padre), (9) aquí el cuerpo es otorgado por un decir primero del ser hablante, decir que apunta al tener (tener un cuerpo) y no al ser (soy ese del espejo), como se podría deducir. Un tener, además, sin el amor al padre.
Se trata de tener un cuerpo antes del pasaje por el estadio del espejo, lo que nos permite afirmar con Laurent que para el Lacan de los finales de los 70, lo que es primero es el cuerpo y no la imagen. Insisto, es una relación al cuerpo de propiedad y no de identificación. Es un cuerpo afectado por el impacto de un decir, un cuerpo marcado por el trauma de su encuentro con lalengua ,
Este cuerpo que se tiene es diferente del sujeto como sujeto del significante, como sujeto del inconsciente. Es importante aclarar que para Lacan el verbo tener en la relación con el cuerpo implica que sea posible que se produzca una relación con el propio cuerpo como ajeno, (10) lo que nos permite deducir que la relación con el cuerpo es compleja para cualquier ser hablante, cada uno tendrá que encontrar la manera de arreglárselas con su propio cuerpo. Y si es algo que se tiene, quizás se trate de encontrar un saber hacer con eso, un poder manipularlo. Incluso me atrevería a decir que esos arreglos no se dan de una vez y para siempre; quizás un análisis ayude a arreglárselas un poco mejor, pero siempre puede haber la irrupción de un real que desacomode la relación al cuerpo. Creo que ese es uno de los problemas que esta pandemia con su aislamiento social preventivo obligatorio ha generado en todos nosotros: qué hacemos con nuestro cuerpo cuando no podemos ponerlo y sacarlo de los lugares donde habitualmente lo hacíamos….
¿Y la adoración? Volvamos a la cita de que el parlêtre adora su cuerpo porque cree que lo tiene. Un párrafo antes (11) Lacan había equiparado la mentalidad al amor propio, mentalidad que resuena con mentir en frances ( ment ) ‒en castellano podría equipararlo con decir senti miento , o mejor aun pensa miento , con lo que tiene de mentir…)‒, por lo cual cada quien con su amor propio o su mentalidad puede instaurar hechos falsos (quizás sea mejor decir ficciones, aunque allí Lacan hable de hechos falsos) o bien la imaginación, la imaginería. El ser hablante adora su cuerpo porque cree que lo tiene y es esa adoración, ese amor propio el que le da consistencia, pero es una consistencia mental. Sin embargo, el cuerpo no se evapora, es consistente por sí mismo, cosa que a la mentalidad le resulta antipática, como dice Lacan, porque lo que ella cree es que tiene un cuerpo para adorar.
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