Esta novela muestra que en todas partes existen nobles que los podemos equiparar a hombres y mujeres, de antes y de ahora. Es así que encontramos una equivalencia entre los personajes que describe Margarita de Navarra en 1558 y, por ejemplo, los de las novelas contemporáneas, entre ellas, las de Marguerite Duras. Si bien en el Heptamerón se trata de héroes y acá de hombres comunes, versión moderna del heroísmo sublimatorio amoroso, lo importante a resaltar es la valentía para arrojarse en los enredos del amor imposible de domesticar.
CARACTERÍSTICAS PRINCIPALES DEL HEPTAMERÓN
En el «Prólogo» de la “Primera Jornada” que inaugura la obra, asistimos a la reunión, en los baños de Cauterets, de tres gentiles hombres, Hircan, Dagoucin y Saffredent, que junto con otros personajes irán enhebrando los setenta y dos relatos que la componen. Son narraciones de temas y contenidos bastante desenfadados y, describen las prácticas amatorias de principios del Renacimiento. La autora no rehúye temas escabrosos, y, para comprobarlo, basta con consignar el título de la novela XXX: “Notable ejemplo de la fragilidad humana que, para encubrir su honor, incurre en algo peor”.
Trata de un gentilhombre, de catorce o quince años de edad, que al creer que se acostaba con una de las doncellas de su madre, sin embargo, se acostó con ella. Al cabo de nueve meses, de lo sucedido con su hijo, esta dio a luz a una niña, con la que él se casó doce o trece años después, ignorando que fuese su hija y hermana, y ella que él fuese su padre y hermano. La autora, va poniendo los cuentos en los labios de diferentes damas y caballeros, forzados a refugiarse en un monasterio, debido a una horrorosa tormenta. Deciden pasar las horas de encierro, alternando los oficios religiosos en la iglesia, con la cháchara en el refectorio. Sin demasiado respeto al lugar sagrado en donde se encuentran, los joviales refugiados, cuentan atrevidas historias galantes, y ponen de relieve la elasticidad de los conceptos morales dn la Francia renacentista.
Este es el contenido de las ocho jornadas del Heptaméron, (siete de ellas incluyen diez relatos y la octava tan solo dos). En la primera jornada, se hace una recopilación de lo que las mujeres hacen a los hombres y los hombres a estas. En la segunda, se conversa acerca de las ocurrencias que, súbitamente, se le vienen a la imaginación de cada uno. En la tercera, se trata de las damas que, en sus amores, no han buscado más que la honestidad. Pero, también, la hipocresía y perversidad de los frailes.
En la cuarta, se trata, principalmente, de la virtuosa paciencia y de la larga espera de las damas para ganar a sus maridos; y de la prudencia que utilizaron los hombres con las mujeres para conservar el honor de sus casas y de su estirpe. En la quinta, se trata de la virtud de las solteras y de las casadas, que han tenido en más su honor que su placer, y también de las que han hecho lo contrario y de la simpleza de alguna otra. En la sexta, se trata de los engaños entre hombre y mujer, entre mujer y hombre, o de mujer a mujer, por avaricia, venganza y malicia. En la séptima, se trata de quienes hacen todo lo contrario de lo que deben o desean. En la octava y última jornada, se trata de las más grandes y verdaderas locuras que pueden servir de aviso a todos.
Esta novela se encuentra dentro de la Primera Jornada, que es, como dijimos anteriormente, la que Lacan toma como referente y antecedente del amor cortés. Lleva por título: “Los amores de Amador y Florinda, donde se relatan muchas astucias y disimulos, junto a la muy loable castidad de Florinda”.
Este cuento narra cómo Amador, un hermoso y valiente noble sin herencia, se enamora de Florinda, de sólo doce años e hija del conde de esa región de Aragón, Navarra. Para estar cerca de esta dama se casa con una mujer rica que pertenece a la corte, Aventurada, que le proporciona un buen pretexto para verla a menudo ya que es la confidente de Florinda. Esta mujer funciona como una coartada ideal para su verdadera pasión.
Amador se pasa algunos años lejos, librando batalla en la guerra. Regresa con frecuencia y descubre que no puede esconder lo suficientemente bien la pasión que siente por Florinda; no puede simular el amor hacia ella, quien, por su parte, no tiene la menor sospecha de esa atracción. A fin de intentar ocultar lo que le pasa de la mejor manera posible, trata de tener una amante, una dama atractiva llamada Paulina. Ella, no obstante, sí sospecha que es utilizada como una coartada. Un día él le confiesa su amor a Florinda, y le aclara que no espera nada a cambio por su invariable devoción:
Solo una cosa pretendo como fin y galardón de mi servicio: que seáis para mi tan fiel señora que nunca me alejéis de vuestra gracia, y que me mantengáis en el estado en que me hallo, confiando en mi más que en ningún otro; y os puedo asegurar que si vuestro honor u otra cosa que os afecte necesita de la vida de un caballero, os ofrezco la mía de todo corazón, y de la misma manera, que cuantas empresas honestas y virtuosas pueda acometer, les haré solamente por amor a vos. (De Navarra, 1991, pp. 143-144).
Destaquemos que galardón es una palabra clave en el amor cortés que designa el premio que la dama concede al caballero. Florinda responde que no comprende y le dice: “… si ya tenéis lo que pedís, ¿Qué os mueve a hablar tan apasionadamente?” (1991, p. 144).
Amador expresa que ella no debe temer un designio maligno, que él simplemente ha descubierto que no puede esconder lo que siente por ella a Paulina. Esto tiene un efecto importante en Florinda, quien ante estas palabras, se llenó de un ilimitado deleite. En lo profundo de su corazón, comenzó a sentir una agitación que no había sentido antes.
Florinda se casa con el hombre elegido por la madre, aunque amaba a otro; mientras que Amador es tomado prisionero por el rey de Túnez pasando dos años en cautiverio. A su regreso, Florinda estaba lista para tomarlo, ya no como servidor (que es el enamorado cortés que pretende el buen trato de la dama, los dones o favores de la conversación), sino como a un “amigo”. Desafortunadamente se le ordena volver a partir. Aventurada, ya enferma, tiene una recaída y muere.
La noche previa a su partida, Florinda va a verlo. El está desesperado, en cama, y toma esto como una oportunidad de avanzar brutalmente sobre su virtud: “…trató de alcanzar lo que prohíbe el honor de las damas” (1991, p. 153). Acosado por ese amor, resolvió jugarse el todo por el todo, para perderla o ganarla, ya que, un amor extremo no conoce razones.
Florinda queda sorprendida, lo reprende con severidad y le recuerda todas sus palabras acerca de su honor. Presa de una lucha interior, entre la razón que le dictaba que no tenía que amarlo nunca más, y el corazón que no se sujeta a nada, no quería conformarse con ello. Decide amarlo con toda su alma para satisfacer al amor sin declarárselo, sin darlo nunca a entender, ni a él ni a nadie, sin rendirse a sus demandas sexuales para cumplir con su honor.
Al día siguiente Amador parte; transcurren entre cuatro o cinco años durante los cuales está en duelo. No tanto por su esposa muerta, como todos creen, sino por la pérdida del amor de Florinda. Durante ese tiempo, su reputación como guerrero crece. A su regreso, decide apostarlo todo en un intento final, lo ayuda la madre de Florinda, quien se ha convertido en su aliada. Al percibir esto, temiendo un nuevo asalto, ella trata de desfigurarse golpeando su boca y sus ojos con una piedra, esto no desanima a Amador. Ambos vuelven a encontrarse a solas en una habitación. Él exhibe toda la violencia de su amor reclamando lo que cree que le corresponde. Así lo expresa: “¡Si he de morir, antes me veré libre de mi tormento! Pero la deformidad de vuestro rostro, que pienso se debe a vuestra propia voluntad, no me impedirá cumplir la mía; pues ¡Aunque no lograra de vos más que los huesos, quisiera tenerlos para mí!” (1991, p. 159).
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