—¡El director Teodoro estuvo aquí!
—Pues sí, estuvo y preguntó por ti. —Margarita se contempló una vez más en el espejo—. Apresúrate, aquí no toleran las tardanzas.
—¿Te dijo para qué me quería?
—No, no lo dijo.
Circe se quedó intrigada.
Algún motivo debió surgir para que Rabintoon fuera a verla, pues horas antes había estado con él. «¿Qué ocurriría?», se preguntó. Y de inmediato en su mente se agolparon varias razones:
«Quizás traía noticias del orfanato, después de todo no supo cómo quedaron las cosas por allá; pero no, esa causa no movería a Rabintoon con tal prontitud. Su temprana necesidad de buscarla sugería un motivo de mayor envergadura. Eso podría acuñarlo como seguro. O bien descubrió un artificio en su contra y venía a alertarla, o faltaron argumentos en su reciente charla. La verdad no se encontraba satisfecha con su conversación. Persistían las dudas y las cuestiones no abordadas».
Inmersa en estos pensamientos se arregló para bajar a desayunar.
Ya abajo, se halló en medio de un comedor de lujo. Suntuosas mesas de manteles dorados se esparcían distribuidas en armonía a lo largo del recinto; con sus bancos de cedro y sus cubiertos de plata. El piso era de granito pulido y las paredes exhibían un llamativo muestrario de una finísima vajilla irlandesa. La cubierta resultaba ser un fresco colmado de manjares.
Las tres jovencitas buscaron platos para comer algunas de aquellas delicias. Encontraron cestas con frutas, baguettes , croissants y pequeñas golosinas; además de neveras surtidas con variedad de jugos y helados. Circe no atinaba a qué comer ante aquella opulencia. Estaba acostumbrada a sus tostadas con mantequilla y su jarra de leche, pero ahora tantas opciones la hacían vacilar.
Finalmente se decidió por un tazón de helado y bizcochos.
—Mira al profesor Kroostand, ¡parece que no hubiera comido en años! —se burló Marina.
Ella lo miró con disimulo. El educador devoraba una lonja de melón como quien forcejea para no perder su botín.
—Es cierto, come como un cerdo.
Recreándose con su glotonería las tres comieron sus bocadillos. Restaban suficientes minutos para asistir puntuales a clases. Luego Circe se entretuvo viendo marcharse a varios profesores y, en el recorrido de sus ojos por la cuenca, su miramiento acabó por fundirse con la mirada de Daniel, uno de los chicos del grupo de cabellos erizados. Ninguno cambió la vista.
—¿A quién miras, Circe? ¿A Daniel?
—¿Qué? —Volvió en sí.
—¿Te gusta ese chico?
Por primera vez la asustó una pregunta.
—No, ¡cómo crees! Solo pensaba.
—¿Mirándolo a él?
—No… mirando… en esa dirección, pero no precisamente a él. —Por vergüenza mintió.
—¿Y en qué pensabas? —Margarita le siguió la corriente.
—En nuestra conversación de ayer. —Se le ocurrió—. ¿Por qué no terminas de contarme? Tus palabras me han tenido pensando.
—Está bien, tú ganas. Pero hablemos bajo. Nadie puede enterarse. No tengo pruebas.
—Te escucho.
—Hace años el padre de Katherine sirvió de abogado a Corvus. Mis padres me contaron que, aunque las evidencias eran indiscutibles en relación con el intento de homicidio contra su hermana Nélida, Enmendol Grousand lo defendió con cuanto argumento pudo. Por fortuna se hizo justicia y Corvus cayó en prisión, pero unos días después misteriosamente escapó. Precisamente el día de la visita de Enmendol… Se piensa que ya sabes quién fue el que lo ayudó en su fuga. —Tomó aliento—. Entonces, Circe, un hombre así no puede ser una buena persona, y si lo ayudó antes, también lo está ayudando ahora… —Margarita echó una ojeada a su alrededor—. No quiero asustarte, amiga. Corvus después de su fuga se ha fortalecido grandemente como líder del Ejército Oscuro. Hasta se rumorea que él hizo un pacto de sangre con una criatura desconocida…
—Sí, Nélida me comentó de ese pacto. Me dijo que solo se rompería con la muerte de Corvus.
—¡Ya ves! Él a todas quiere apoderarse de Rimbaut, y no lo ha hecho, porque sabe que la profecía es verdadera. Por esa razón tú estás en su mira.
—Ni me lo recuerdes. Tuve que enfrentarlo en el orfanato. Es un hombre aterrador.
—Katherine está aquí como su espía. Te lo repito, eso es seguro —le recalcó con fervor—. Debes mantenerte a mil leguas de ella, no sabemos lo que trama esa cobra. Tienes que cuidarte, Circe. Eres la única persona capaz de destruir el imperio de Corvus. ¿Entiendes cuánto significas para nosotros?
—Empiezo a entenderlo —reflexionó—. Aunque al mismo tiempo empiezo a entender también que para cumplir mi propósito en este lugar, debo antes conocer a fondo la historia de esta ciudad, sus costumbres, sus linderos, las características de su pueblo. Sin mencionar al Señor Oscuro y a ese nombrado profeta. Él es la llave para descifrar el acertijo.
—Estoy de acuerdo contigo. No te preocupes, esa parte te la enseñaremos nosotras. ¿No es así, Marina?
—Así es. Cuenta con nuestro apoyo.
—También tú debes ayudarnos, Circe. Quitémosle la máscara a ya sabes quién. Vamos a demostrarles a los demás el lastre que son ella y su familia…
De pronto, Margarita cayó. El brillo de sus ojos menguó a lo opaco de la preocupación.
—¿A quién pretende desenmascarar, señorita? —preguntó el profesor Kroostand a las espaldas de Circe y Marina.
Ambas reconocieron la voz, mas no se atrevieron a voltear la mirada. El nerviosismo llevó a Marina a rellenarse la boca con un racimo de uvas.
—Este… ehhmm… nosotras… —balbuceó Margarita sin dejar de mirar al profesor.
—A nadie, profesor. Son simples anécdotas de chicas. —Circe pisó el zapato de su compañera por debajo de la mesa.
—Sí, profesor, solo les contaba una historia —respondió Margarita cuando al fin pudo reaccionar.
—¡Una historia! —exclamó con extrañeza.
—Pues sí, qué otra cosa podría ser —reafirmó—. Bueno, si nos disculpa, tenemos que irnos. Casi vamos retrasadas. Con su permiso.
Las tres abandonaron el comedor.
El profesor Kroostand aguardó dubitativo, inseguro de que le hubieran dicho la verdad.
Unos minutos más tarde, «trank», se oyó el cierre de la puerta. Al momento, el silencio reinó a lo largo y ancho de la sala.
—Disculpen la tardanza. Tenía ciertos asuntillos pendientes.
—Sí, claro, con la comida —murmuró Marina y las otras dos sonrieron.
Esta primera lección fue bastante tediosa. Kroostand no era dado a las explicaciones; nada más a la comida. Por su parte, el profesor Kraker orientó también transcribir varias cuartillas. Fue aburridísimo. En el horario de recreo las tres comentaron sobre el susto llevado en el comedor. Si el educador hubiera descubierto de quién hablaban, lo más probable era que sus sospechas se filtraran y entonces sí se les haría difícil desenmascarar a Katherine. Resolvieron evitar hablar del asunto frente a otros.
En la clase de Conocimientos Básicos de Defensa se encontraba Nélida haciendo apuntes en el pizarrón.
—Buen día tengan todos. Como ven, iniciaremos este tiempo con una pregunta. A ver, señor Raberly, ¿qué significa el término defensa?
—Defensa, profesora, proviene del verbo defender, que no es más que hacerle frente a todo lo que sea contrario a cuanto creemos o somos.
—¡Excelente definición, señor Raberly! Tiene un diez… En cualquier parte, en todo momento y bajo las circunstancias que sean, debemos asumir una adecuada postura de defensa. Sea bien entendido, tanto en palabras como en acciones. Por esta razón mis lecciones se centran en los principios básicos de la defensa. —La educadora de blanco repartió un folleto por mesa—. Analicemos las primeras estrofas de la página veinte…
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