Eduard All - Circe

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Circe no imaginaba que el líder de una mafia aparecería esa noche en el orfanato, dispuesto a todo por impedir que se cumpliera una vieja profecía. Sin embargo, no fue el único en aparecer a aquellas horas. Un enano y una anciana se presentaron como la ayuda posible para su rescate. Ambos bandos se encontraron justo a la salida, en una atmósfera de fuerte hostilidad. Pero el destino tenía marcada la brecha por donde Circe huiría de las garras de su oponente. Así que la chica partió a refugiarse en la ciudad de Rimbaut, de donde provenían sus rescatadores. Allí conoció cuanto necesitaba para convertirse en la nueva profetisa. Sin embargo, un rival peor que aquel líder tenebroso y su mafia juntos, fue el propio rechazo de su gente a su revelación profética.
La historia se desarrolla de forma dinámica y emocionante, envuelta en misterios y aventuras, pero especialmente está orientada a solidificar la amistad y superar los miedos individuales. Hace un llamado continuo al perdón y a la fidelidad.

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Circe lucía pálida, pensativa.

—Sí, su primera orden fue que no revelara el contenido de esta carta. ¡Cómo si pudiera mandarme!

—Eso está sobradamente claro, pero la pregunta es, ¿lo ocultarás?

Ella se percibía aturdida, en la sensación de un espasmo interior.

—Circe, ¿qué te sucede? —se preocupó Rabintoon.

Ella no contestó.

—¿Qué decía para dejarte en ese estado?

La chica lo miró con ojos lagrimosos y el semblante abatido. Rabintoon, al verla en tales condiciones, se acercó para secarle las lágrimas, pero ella necesitaba más que eso. Se le arrojó a los brazos cual infante carente de consuelo y que va en busca de ello.

—Calma, calma, no te pongas así. —El anciano intentó consolarla, mas no parecía dado a estos menesteres.

Circe descubrió en el umbral a un grupo de profesores espiándolos. Apenada, trató de recobrar el control.

—Lo siento, pensará usted que esta chica de la profecía es bastante débil.

—Lo que sí pienso es que no debí dejarte leer esa carta.

—No, hizo lo correcto. Ahora he abierto mis ojos, y sé a qué me enfrento. —Se separó del banco.

—¿Me contarás o prefieres callarlo? —le inquirió—. No tomaría a mal si te lo quisieras reservar.

—No le seguiré el juego a Corvus, ningún trato que haga lo cumplirá.

—Son sabias tus palabras. —Rabintoon se ajustó los espejuelos una vez más.

—Proponía un intercambio, profesor. Mis servicios a cambio de la libertad de Rimbaut. Prometía proseguir con su expansión a otras ciudades y olvidar la nuestra, si, y tan solo si me unía a su ejército. ¡No sé por quién me toma, Corvus! ¡Quién confiaría en él y en su ridícula propuesta!... También me alertaba que, de no aliarme, iba a intervenir el colegio; la masacre sería tremenda. —Bajó el rostro—. Tengo miedo, profesor. No quiero que a ninguno de ustedes les suceda nada.

—Esa es su pretensión, Circe. Atemorizarte para que te rindas.

—Dijo cosas terribles, y lo peor, lo sabe todo de mí. Incluso tiene plena conciencia de que no sé absolutamente nada acerca del mensaje del profeta.

—Pero ¿aun así maquina tu captura? ¿Y por qué será? No te dejes engañar. Corvus está convencido de que tú le puedes estropear sus planes. Por eso de una forma u otra, procura tenerte junto a él.

—De todas las cosas dichas en la carta no deja de martillarme una frase: «La muerte te observa de cerca». ¿Qué le sugiere a usted?

—¡Estarás pensando lo mismo que yo, Circe!

—Mi olfato me dice que en el colegio hay un espía, dispuesto no solo a informarle a Corvus de todo cuanto aquí ocurre, sino también capaz de obedecer cualquier tipo de orden suya.

—La situación es más grave de lo que imaginé.

—Si me permite, profesor. Margarita coincidentemente en esta mañana tenía la misma percepción, al punto de que me comentó su desconfianza por alguien.

—Adelante, Circe. ¡Dime!

—Ella cree que Katherine es espía de nuestro enemigo. Bueno, usted conoce mejor que yo los rumores sobre su padre y, por ende, Margarita cree que su hija sea cómplice.

—Pudiera ser, aunque mis años me dicen que, si realmente existe un infiltrado, de cierto no es un estudiante.

—¿Desconfía entonces de algún profesor? —preguntó la joven sin dejar de mirarlo.

—En este instante ya ni sé en quién creer. La mera verdad es que los educadores de este colegio fueron seleccionados con el más alto cuidado.

—¿Pero el personal de limpieza, los custodios y el jardinero? ¿También ellos son personas totalmente confiables?

—Me has sembrado la duda… Por ahora calla, no reveles a fondo el contenido de la carta ni comentes tu incertidumbre en relación a la lealtad de Katherine. Evítate problemas.

—Seguiré su consejo, profesor.

—Me he enterado de que has congeniado muy bien con la señorita McCrouss. Me alegra mucho. Necesitas el apoyo y la amistad de estudiantes como ella. Conozco a su padre hace años. Con estos truenos, sería prudente que procuraras en todo tiempo su compañía. Evita andar tarde por los corredores o en el patio. No le facilites el trabajo al adversario. Céntrate en tus estudios y tu propósito en esta ciudad. ¡Ah!, y, sobre todo, si notas que alguien te vigila, no tardes en llamarme. Es crucial en estos casos anticiparse a males mayores.

—Así lo haré, profesor.

El director cambió la mirada, como quien supiera desde hacía rato que varias personas estuvieran fichando los pormenores de su charla. Hallton y Nélida fueron las primeras en entrar.

—¿Profesor…?

—Sí, Circe, ¿qué pasa?

—¿Vino usted a verme ayer?

—Circe, Circe, ¡qué oportuno que me lo recordaras! —Hurgó en los bolsillos de su túnica—. ¡Los años, querida, los años no pasan en vano! Lo olvidé por completo.

—¿Trajo algo para mí?

—Parece que lo dejé en la oficina, pero no te preocupes. Espera a Gudy al amanecer en la sala de ceremonias, con él te enviaré unas impresiones.

—¿Qué es exactamente?

—Es el trabajo de años, la información recopilada sobre el primer portador del mensaje. Como supondrás, Corvus ha desaparecido de la faz de la Tierra los escritos en relación con la profecía y el origen del profeta. A pesar de ello, he podido rescatar algunas minucias.

—¡Qué noticia, profesor! Esa información me será más que útil.

—Entonces no se hable más. Entremos. Y recuerda, boca cerrada.

Rabintoon tomó del brazo a Circe y regresaron adentro. A su aparición, el cuchicheo cesó.

—¿Y bien? ¿Qué decía la carta? —se apresuró Hallton en preguntar.

—Sube, Circe. Yo me encargo.

Ella asintió antes de pasar entre el gentío. Las expectativas se centraron en Rabintoon.

—Me disculpas, Teodoro, ¡pero lo que has consentido es una completa locura! ¿Qué tal si la chica le cuenta a sus compañeros? El pánico cundiría en el colegio... —la voz de Hallton se percibía exaltada.

—No lo hará, Aurora. Ya de eso me he encargado —respondió Rabintoon con su habitual serenidad.

—¡Aun así, Teodoro! ¡Es una adolescente! ¡No sabemos cómo va a reaccionar!

—Es cierto, Aurora. Pero considerando que Circe lleva una inmensa responsabilidad, creo que no debemos ocultarle ninguna información, por terrible que sea. Si siendo una adolescente, como bien dices, ha tenido que enfrentar con madurez el desafío que le fue impuesto, entonces también podrá tener control de sí misma ante eventos como este, que bien sabemos no será el último.

—Pero, a fin de cuentas, amigo mío, ¿qué noticias traía esa dichosa carta? ¡Nos tienes en ascuas! —habló Kraker.

—Nada que no hayamos intuido. Era una amenaza de Corvus.

—¡Sé más específico! —intervino Kroostand—. El asunto se torna cada vez más serio.

—Los detalles solo los conoce la señorita Grimell. Debemos respetar su silencio.

—¡Me asombras, Teodoro! Una ciudad desmoronándose y tú consintiendo su falta de juicio. ¡Quiénes mejores que nosotros para conocer el contenido de esa carta! —Se escandalizó Hallton—. ¡Has perdido la noción del peligro!

—No, mi querida Aurora, todo lo opuesto. Sé bien lo que hago… Ahora regresen a las aulas. El alumnado está sin supervisión allá arriba.

Hallton otra vez intentó disentir, pero la mirada de Rabintoon fue más que clara, expresaba todo cuanto le quería decir.

—Acompáñame a la salida, Nélida. Mi labor aquí ha terminado.

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