Ese desinterés estaba en sintonía con la Unidad de Proyección Social de la USTA y con otras iniciativas, que fueron tejiendo una red de amigos que día a día se esfuerzan por aportar a la generación de las condiciones en las que la paz trascienda el concepto y aterrice en las prácticas concretas: instituciones educativas, fundaciones, redes, profesionales, organizaciones sociales. De esta manera, se teje al mismo tiempo pedagogías — así, en plural—diversas y ricas en sus formas de llegar a la escuela.
La condición de trabajar con niños, niñas y jóvenes obligó a crear códigos de fácil recordación, que a su vez pudieran impactar en la construcción de un discurso de paz, en prácticas concretas, y que se conjugaron con la vivencia propia de quienes participaron de los espacios. Al mismo tiempo, era necesario justificar —en términos positivos—la asistencia a las instituciones por parte de la USTA. Quizás esta necesidad fue la más fácil de sortear, pues la impronta de proyección social que tiene la institución abría el horizonte para diseñar estrategias capaces de articular el compromiso con la transformación social. Lo mejor apenas comenzaba, pues se reconocía la necesidad y la importancia de hablar de paz, se tejían redes, se cambiaban los códigos tradicionales, pero era necesario mantener el rumbo.
La idea fundamental de aplicar ejercicios, talleres y programas que respondan a la necesidad de educar desde la paz para la obtención de un mundo diferente es que este reto sea aceptado con entusiasmo, al descubrir que hay múltiples apuestas que creen en la educación como un escenario privilegiado para la construcción de la paz, a partir de la generación de las condiciones en las que realmente se pueda ser consciente del momento histórico que vive Colombia. Esto traerá como consecuencia una distinción social en el entorno que favorecerá a muchos, mediante el inicio desde temprana edad de estas actividades, de modo que se produzca en ellos esa transformación intrínseca y sean partícipes o conductores de una nueva generación, capaz de experimentar un mundo con menos violencia, discriminación, daños y flagelaciones, con más posibilidad de una vida digna.
La esperanza está puesta en la red que se ha venido tejiendo poco a poco; espacios en los que coinciden las apuestas de investigación educativa con el Semillero Educación y Política de la Facultad de Sociología; la Red de Estudios Críticos (REC) Latinoamérica, que ha acogido la iniciativa y aporta en la difusión de los talleres, instituciones educativas públicas y privadas de Bogotá; instituciones de educación superior como la Corporación Universitaria Minuto de Dios, desde donde se han desarrollado los talleres como herramientas que se puedan replicar en otros lugares donde sus profesionales en formación tienen incidencia. Así, la red va creciendo, alimentándose de los aportes de las comunidades con las que se vienen creando vínculos y que permitirán medir los impactos cuando una sociedad más justa, equitativa y en paz se materialice con las nuevas generaciones.
La tarea es permanente. No podrá cerrarse un proyecto de esta magnitud. Por el contrario, será necesario seguir rastreando las diferentes iniciativas en torno a la construcción de paz desde la escuela y visibilizarlas, aprovechando el enfoque tan propio de Proyección Social que tiene la USTA. Es preciso reconocer que hay múltiples formas de pensar el contexto, maneras diversas que potencian las habilidades de una generación que ha asumido la construcción de un nuevo país, y que no desea repetir las prácticas bélicas violentas. Para finalizar, la convocatoria para articular todos los procesos posibles debe mantenerse abierta, continuar visitando, conociendo y rediseñando constantemente cada ejercicio; esta debe ser una caja de herramientas que viaje y se ajuste a las necesidades de cada realidad concreta.
La escuela se convierte en un escenario fundamental para la creación de iniciativas en construcción de paz, pues permite que sea un espacio para la reflexión crítica, en el que estudiantes, docentes y padres de familia construyan comunidad. La educación en sus diferentes vertientes —formal, no formal o informal—va a permitir que surjan lugares comunes frente a la verdad, la justicia y la reconciliación, siendo escenario de encuentro, diálogo y transformación de las relaciones sociales, rompiendo con muchos imaginarios que se han tenido históricamente sobre el conflicto.
Las pedagogías se convierten en un lugar común de enunciación en el que se ponen en juego múltiples perspectivas para comprender el conflicto. Pero sobre todo se entiende allí cómo concebir el papel subjetivo en la construcción de paz: una pluralidad de voces, relatos y contextos que se encuentran desde sus necesidades e intereses locales (territoriales). El impacto de este texto resulta en las propuestas que surgen de las propias dinámicas locales, de los propios jóvenes; un espacio de diálogo y encuentro entre quienes han vivido la violencia o se han visto afectados por ella.
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