1 ...7 8 9 11 12 13 ...17 A esto podemos agregar otro extracto de George Smeaton: «Las dos naturalezas de nuestro Señor concurrieron activamente en cada acto mediador. Si asumió la naturaleza humana en el sentido verdadero y propio del término en unión con Su Persona Divina, esa posición debe ser mantenida. La objeción sociniana de que no podría haber más necesidad de la agencia del Espíritu y, de hecho, no hay lugar para ella, si la naturaleza Divina estuvo activa en todo el rango de la mediación de Cristo, tiene la intención de dejar perpleja la cuestión, porque estos hombres niegan la existencia de cualquier naturaleza Divina en la Persona de Cristo. Ese estilo de razonamiento es inútil, porque la pregunta simplemente es: ¿Qué enseñan las Escrituras? ¿Afirman que Cristo fue ungido por el Espíritu (Hechos 10:38)? ¿fue llevado por el Espíritu al desierto por el Espíritu? ¿regresó en el poder del Espíritu para comenzar Su ministerio público? ¿realizó Sus milagros por el Espíritu? ¿dio Él antes de Su ascensión mandamientos por el Espíritu a Sus discípulos a quienes había elegido (Hechos 1:2)?
«No existe ninguna garantía para nada parecido a la teoría kenótica que lo despoja de los atributos esenciales de Su Deidad y pone Su humanidad en un mero nivel con la de otros hombres. Y existen pocas garantías para negar la obra del Espíritu en la humanidad de Cristo en todo acto mediador que Él realizó en la tierra o en el cielo. La unción del Espíritu debe trazarse en todos Sus dones personales y oficiales. En Cristo coinciden la Persona y el oficio. En Su Persona Divina, Él era la sustancia de todos los oficios para los cuales fue designado, y en éstos Él fue capacitado por el Espíritu para desempeñar. Los oficios no serían nada separados de Él mismo, y no podrían tener coherencia ni validez sin la Persona subyacente».
Si lo anterior todavía parece derogar la gloria de la Persona de nuestro Señor, lo más probable es que la dificultad se deba a que el objetor no se da cuenta de la realidad de la humanidad del Hijo. El misterio es realmente grande, y nuestra única salvaguardia es adherirnos estrictamente a las diversas declaraciones de las Escrituras al respecto. Tres cosas deben tenerse constantemente en cuenta. Primero, en todas las cosas (excepto el pecado) el Verbo eterno fue «en todo semejante a sus hermanos» (Hebreos 2:17): todas Sus facultades humanas se desarrollaron normalmente a medida que pasaba por la infancia, la niñez y la juventud. Segundo, Su naturaleza Divina no sufrió ningún cambio o modificación cuando se encarnó, sin embargo no se fusionó con Su humanidad, sino que conservó su propia distinción. Tercero, fue «ungido con el Espíritu» (Hechos 10:38), es más, fue el receptor absoluto del Espíritu, derramado sobre Él en tal plenitud, que fue no por medida (Juan 3:34).

Es muy importante que observemos de cerca cómo cada uno de los Tres Eternos Se ha esforzado notablemente por honrar a las otras Personas Divinas (nosotros tenemos que hacer lo mismo de la misma manera particular). ¡Cuán cuidadoso fue el Padre en guardar debidamente la gloria inefable del Amado de Su seno cuando Se despojó de la insignia visible de Su Deidad, tomando forma de siervo: Su voz se escuchó entonces proclamando: «Este es mi Hijo amado». Cuán constantemente el Hijo encarnado desvió la atención de Sí mismo y la dirigió hacia Aquel que Lo había enviado. De la misma manera, el Espíritu Santo no está aquí para glorificarse a Sí mismo, sino más bien a Aquel de Quien es vicario y Abogado (Juan 16:14). Bendito es entonces señalar cuán celosos han sido el Padre y el Hijo por salvaguardar la gloria y proveer para el honor del Espíritu Santo.
«Porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros» (Juan 16:7); Él no hará estas obras mientras yo esté aquí, y yo Le he encomendado todo. Como mi Padre visiblemente «todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre» (Juan 5:22-23), así yo y mi Padre Lo enviaremos, habiéndole encomendado todas estas cosas, para que todos honren al Santo Espíritu, así como honran al Padre y al Hijo. Así, cada una de las Personas es cautelosa y cuidadosa en procurar la honra de las otras en nuestros corazones» (T. Goodwin, 1670).
El advenimiento público del Espíritu, con el propósito de marcar el comienzo y administrar el nuevo pacto, fue segundo en importancia solo hasta la encarnación de nuestro Señor, que sucedió para terminar con la antigua economía y sentar las bases de la nueva. Cuando Dios designó la salvación de Sus elegidos, estableció dos grandes medios: el don de Su Hijo y el don de Su Espíritu para ellos; de ese modo Se glorifica a cada una de las Personas de la Trinidad. Por lo tanto, desde la entrada del pecado, hubo dos grandes cosas que Dios prometió a Su pueblo: El enviar a Su Hijo para obedecer y morir; y el enviar a Su Espíritu para efectuar los frutos de ello. Cada uno de estos dones Divinos fue otorgado de una manera correspondiente al augusto Dador mismo, y a la naturaleza eminente de los dones. Muchos y marcados son los paralelos de correspondencia entre el advenimiento de Cristo y el advenimiento del Espíritu.
1. Dios dispuso que habría una señal acordada al descenso de cada uno de ellos del Cielo a la tierra para el desempeño de la obra que Se les asignó. Así como el Hijo estuvo presente con los israelitas redimidos mucho antes de Su encarnación (Hechos 7:37-38; 1 Corintios 10:4), Dios decretó para Él un advenimiento visible y más formal, que todo Su pueblo conocía —así aunque el Espíritu Santo fue dado para obrar la regeneración en los hombres durante toda la era del Antiguo Testamento (Nehemías 9:20, etc.) y movió a los Profetas a dar sus mensajes (2 Pedro 1:21), sin embargo, Dios ordenó que Él debería tener una llegada en estado, de manera solemne, acompañada de señales visibles y efectos gloriosos.
2. Tanto los advenimientos de Cristo como los del Espíritu fueron el tema de la predicción del Antiguo Testamento. Durante el siglo pasado se ha escrito mucho sobre las profecías mesiánicas, pero las promesas que Dios hizo acerca de la venida del Espíritu Santo constituyen un tema que generalmente es descuidado. Las siguientes son algunas de las principales promesas que Dios hizo para el Espíritu que habría de ser dado y derramado sobre Sus santos: Salmo 68:18; Proverbios 1:23; Isaías 32:15; Ezequiel 36:26, 39:29; Joel 2:28; Hageo 2:9: en ellos el descenso del Espíritu Santo fue anunciado tan definitivamente como lo fue la encarnación del Salvador en Isaías 7:14.
3. Así como Cristo tuvo a Juan el Bautista para anunciar Su encarnación y preparar Su camino, así el Espíritu Santo tuvo a Cristo mismo para predecir Su venida y preparar los corazones de los Suyos para Su advenimiento.
4. Así como no fue hasta que «vino el cumplimiento del tiempo» que Dios envió a Su Hijo (Gálatas 4:4), así no fue hasta que «llegó el día de Pentecostés» que Dios envió Su Espíritu (Hechos 2:1).
5. Así como el Hijo se encarnó en la tierra santa, Palestina, así el Espíritu descendió en Jerusalén.
6. Así como la venida del Hijo de Dios a este mundo fue auspiciosamente señalada por poderosas maravillas y señales, así el descenso de Dios en Espíritu fue asistido y atestiguado por conmovedoras demostraciones de poder Divino. El advenimiento de Cada uno estuvo marcado por fenómenos sobrenaturales: el coro de ángeles (Lucas 2:13) encontró su contraparte en el «sonido del cielo» (Hechos 2:1), y la «gloria» Shekinah (Lucas 2:9) en las «lenguas como de fuego» (Hechos 2:3).
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