Observemos a continuación la relación del Espíritu Santo con la nación de Israel. Nehemías hizo una declaración muy llamativa y completa, cuando repasó el trato del Señor con Su pueblo de la antigüedad: «Y enviaste tu buen Espíritu para enseñarles» (Nehemías 9:20). Él estuvo, hasta que fue apagado, sobre los miembros del Sanedrín (Números 11:16-17). Vino sobre los jueces (Jueces 3:10; 6:34; 11:29; 15:14), sobre los reyes (1 Samuel 11:6; 16:13) y los Profetas. Pero note que es un gran error decir, como muchos han hecho, que el Espíritu Santo nunca estuvo en ningún creyente antes de Pentecostés: Números 27:18, Nehemías 9:30, 1 Pedro 1:11 claramente prueban lo contrario. Pero, ay, Israel «Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su santo espíritu» (Isaías 63:10), como declaró Esteban: «Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros» (Hechos 7:51).
Que el Espíritu Santo habitó en los santos bajo la economía Legal se desprende de muchas consideraciones: ¿de qué otra manera podrían haber sido regenerados, si la fe hubiera podido realizar obras aceptables a Dios? El Espíritu impulsó la oración verdadera, la adoración espiritual inspirada, produjo Su fruto en la vida de los creyentes de entonces (cf. Zacarías 4:6) tanto como lo hace ahora. Tenemos «el mismo espíritu de fe» (2 Corintios 4:13) que ellos tuvieron. Todo el bien espiritual que alguna vez se ha realizado en los hombres y por medio de ellos, debe ser atribuido al Espíritu Santo. El Espíritu fue dado a los santos del Antiguo Testamento de manera prospectiva, como el perdón de los pecados fue dado en vista de la satisfacción que Cristo daría a Dios.

Tememos que nuestra atención al aspecto particular de este tema multifacético que ahora tenemos ante nosotros sea demasiado abstruso para que algunos de nuestros lectores lo sigan, sin embargo, confiamos en que tendrán la amabilidad de soportarnos mientras nos esforzamos por escribir para aquellos que están ansiosos por recibir ayuda en las cosas más profundas de Dios.
Como se dijo anteriormente, estamos tratando de ministrar a clases muy diferentes, a aquellas con capacidades diferentes, y por lo tanto deseamos proporcionar un menú espiritual variado. El que tiene hambre no se levantará de la mesa con disgusto porque un plato no le guste. Les pedimos paciencia, mientras buscamos tratar nuestro tema como un todo.
«Como la humanidad de Cristo fue asumida en la unión hipostática, podemos decir correctamente, que la Persona de Cristo fue ungida en lo que concierne al llamamiento al oficio; mientras a su vez, tenemos que considerar que es la humanidad la que fue ungida para recibir los dones, gracias, ayudas y dotes necesarios para la ejecución del oficio. Pero para que no nos quedemos con una perspectiva limitada, tenemos que añadir que la medida del Espíritu Santo (Quien según el orden de la Trinidad, interpone Su poder para ejecutar la voluntad del Hijo) dada al Hijo en Su unción, difiere conforme a tres grados de impartición sucesiva. Primero en Su encarnación, después en Su bautismo, y posteriormente en Su ascensión cuando Se sentó en Su trono mediador, y recibió del Padre al Espíritu para darlo a Su Iglesia en abundante medida» (George Smeaton).
Ya hemos contemplado la primera unción del Señor Jesús cuando, en el vientre de Su madre, Su humanidad fue dotada de todas las gracias espirituales, y cuando desde la infancia y hasta los 30 años fue iluminado, guiado y preservado por las operaciones inmediatas de la Tercera Persona en la Deidad. Llegamos ahora a considerar brevemente Su segunda unción, cuando fue consagrado formalmente a Su ministerio público y divinamente investido para Su obra oficial. Esto sucedió en el río Jordán, cuando fue bautizado por Su precursor. Entonces fue, al emerger de las aguas, que se abrieron los cielos, el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma de paloma, y se escuchó la voz del Padre dando testimonio de Su infinito placer en Su Hijo encarnado (Mateo 3:16-17). Todas las referencias a esa transacción única exigen un examen detenido y un estudio en oración.
Lo primero que se registra después de esto es: «Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto» (Lucas 4:1). La razón por la que se nos dice esto parece ser con el propósito de mostrarnos que la humanidad de Cristo fue confirmada por el Espíritu y victoriosa sobre el diablo por Su poder. Por eso leemos, justo después de la tentación, «Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea» (Lucas 4:14). A continuación se nos dice que entró en la sinagoga de Nazaret y leyó Isaías 61: «El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor», y declaró: «Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros» (Lucas 4:18-19, 21).
Aquí entonces podemos ver la distinción principal entre el primer y segundo «grado» de la «unción» Espiritual de Cristo. El primero fue para formar Su naturaleza humana y dotarla de perfecta sabiduría y santidad sin mancha. El segundo fue para dotarlo de poderes sobrenaturales para Su gran obra. Así, el primero fue personal y privado; el segundo oficial y público; uno le estaba otorgando gracias espirituales, el otro le impartía dones ministeriales. Su necesidad de esta doble «unción» residía en la naturaleza como criatura que había asumido y el lugar de siervo que Él había tomado; y también como una certificación pública del Padre de Su aceptación de la Persona de Cristo y Su inducción a Su oficio de mediador. Así se cumplió ese antiguo oráculo: «Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová. Y le hará entender diligente en el temor de Jehová» (Isaías 11:2-3).
«Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida» (Juan 3:34). Esto inmediatamente resalta la preeminencia de Cristo, porque Él recibe el Espíritu como ningún simple hombre podría hacerlo. Observe el contraste señalado por Efesios 4:7, «Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo». En nadie sino en el Mediador habitó «corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (Colosenses 2:9). La singularidad de la relación del Espíritu con nuestro Señor se manifiesta de nuevo en Romanos 8:2, «Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte». Note cuidadosamente las palabras que hemos puesto en cursiva: esta declaración no solo nos revela la fuente de todas las acciones de Cristo, sino que da a entender que en Él mora más gracia habitual que en todos los seres creados.
El tercer grado de la unción de Cristo estaba reservado para Su exaltación, y así se describe: «Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís» (Hechos 2:33). Esta unción suprema, cuando Cristo fue ungido «con óleo de alegría más que a sus compañeros» (Salmo 45:7), la cual llegó a ser evidente en Pentecostés, fue un don de la ascensión. La declaración que Pedro dio al respecto no fue más que una paráfrasis del Salmo 68:18: «Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad, Tomaste dones para los hombres, Y también para los rebeldes, para que habite entre ellos JAH Dios». Ese abundante suministro del Espíritu fue diseñado para erigir y equipar a la iglesia del Nuevo Testamento, y fue debidamente otorgado después de la ascensión sobre aquellos para quienes el Espíritu fue comprado.
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