Alberto Alexis Martínez - Vidas - Relatos y emociones

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Los relatos presentados en esta obra, tanto los inspirados en hechos reales como los meramente ficticios, tienen en común que son producto de la inspiración y la emoción del autor.
De rápida lectura, cada uno de los relatos es producto de la experiencia del autor no solo como escritor, sino como analista e investigador del comportamiento humano.
Vidas – Relatos y emociones es para lectores de todas las edades con conceptos y valores para la vida.

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Como en toda plaza, a un lado del camino estaban los canastos que son para depositar basura donde la gente tira sus residuos, como latas de bebidas o restos de alimentos, en fin... De pronto, Ana ve a un hombre, un vagabundo, que evidentemente lo intentaba disimular, pero revolvía el cesto de la basura en busca de algo, seguramente de alguna cosa para comer… ‘Este tipo de individuos a veces son ladrones y hasta pueden querer atacar a una mujer sola’ fue lo primero que pensó ella, pero sería muy improbable porque había mucha gente en el lugar, así que sin ningún temor ella pasó a su lado sin dejar de mirarlo de reojo por cualquier eventualidad, pero cuando ella disimuladamente le observa, ve que el hombre no tenía el aspecto o la cara clásica de un delincuente, es más, era un individuo de unos cuarenta años, de finos rasgos aunque algo sucio pero que tenía una mirada más bien limpia y triste pero que no denotaba ninguna maldad.

Ella sigue caminando, y tras pensarlo por un momento, siente algo de piedad, se detiene y volviendo su cabeza para atrás, se dice a sí misma:

—Tal vez me arrepienta por esto, pero... —Entonces se da vuelta y regresa hasta donde se encuentra el individuo a quien se le acerca, le mira y le dice en voz baja:

—Disculpe, pero ¿está usted buscando algo para comer?

Él, obviamente avergonzado, baja la cabeza y entre sollozos, sin saber lo qué responder, dice:

—No señorita, no, yo solo estoy mirando…

Ella sin pensarlo, impulsivamente, extiende la mano con la bolsa de las hamburguesas que había comprado y le dice:

—Vamos, tome hombre, creo que usted necesita de esto más que yo… Acéptelo por favor.

—Oh, no señorita, no puedo aceptarlo, se lo agradezco mucho, ¿pero y usted? esta es su comida.

—Bueno, no se preocupe, yo me compraré otra más adelante.

—Se lo agradezco de todo corazón señorita, que Dios se lo pague...

Esta expresión, y su forma de hablar, obviamente no era algo que suela ser frecuente en los vagabundos o delincuentes de la calle...

Siguiendo su camino, Ana compra nuevamente hamburguesas en otro local y llega a su casa, donde enseguida, llega su amiga Katy que vivía a dos cuadras, y mientras ambas preparan todo para sentarse a ver juntas el desfile de modas en la televisión, Katy hace un comentario sobre lo deliciosas que se ven esas hamburguesas que no eran las que habitualmente ellas siempre compraban, y entonces Ana le cuenta el episodio ocurrido en la plaza con el vagabundo...

—¿Cómo pudiste hacer eso? —replica Katy— No puedes guiarte solo porque un hombre tenga una buena mirada, para conocer a una persona se requiere mucho más que eso, a veces puede hasta tener las manos manchadas de sangre, Bob siempre me lo dice.

—¿Sabes una cosa?, ahora que lo mencionas noté algo muy especial en ese hombre que, en definitiva, no parecía ser un vagabundo común, era un hombre de unos cuarenta años que no solo tenía una mirada sincera, sino su forma de hablar, de gesticular, y como tú dices, por sus manos, porque sin darme cuenta en el momento, recuerdo que tenía unas manos suaves, manos propias de alguien que no eran las de un hombre rústico de la calle o de un vulgar trabajador... Eso fue lo que sentí sin pensarlo conscientemente… ¡Había algo especial en él, no sé lo qué!

—Bueno, las manos a veces dicen mucho de la persona, pero siempre hay que ver todos los detalles, recuerda, todo debe ser evaluado según Bob —dice Katy.

Ana quedó muy intrigada con ese hombre, así que al otro día, ella volvió a pasar por el mismo lugar dos o tres veces hasta que lo volvió a ver pero esta vez a un par de calles de la plaza sentado en el piso, con las piernas arrolladas, pensativo, asegurando su cabeza entre sus brazos, así que sin contenerse, ella fue hasta donde él estaba y llegando a su lado le dijo:

—Hola, ¿Cómo está, comió usted algo hoy...? —Él, nuevamente avergonzado, no llegó a responder, solo la miró y bajó la cabeza moviéndola en sentido negativo…

—Bien —dice ella— Vamos levántese y venga conmigo, yo también estoy con hambre, así que vamos a comer alguna cosa.

—Pero no señorita, muchas gracias, yo no puedo... —dice él.

—Yo insisto, no se haga problema hombre, déjeme que yo me encargo, vamos… —Y entonces poniéndose de pie, él, cabizbajo, la acompañó y ambos cruzaron la calle hasta un local de comidas, pero al entrar, en la puerta les detienen y le dicen a ella:

—Lo siento señorita usted puede pasar, pero vagabundos aquí tienen la entrada prohibida —dice el hombre mirándolo a él.

El vagabundo, sin poder contenerse, se cubrió la cara, se dio media vuelta y salió llorando mientras decía:

—¿Por qué Dios me haces esto?, ¿por qué, por qué…?

Ella comprendió que él estaba pasando por un inmenso sufrimiento que no era algo normal en un hombre de la calle, así que se dio media vuelta y salió detrás de él…

—Vamos, no se aflija, ya resolveremos esto —dice Ana, y enseguida entra sola a otro local donde compra comida y refrigerantes...

—Ahora, vamos a sentarnos en la plaza… —le dice con una mirada de compasión, así es que juntos van y se sientan en un banco, donde el hombre visiblemente avergonzado se resistía a decir nada.

Ana recuerda entonces lo que le dijo Katy, —hay que ver todos los detalles—, así que al sentarse juntos, ella reparte la comida con él, mientras le observa los detalles… Nuevamente le mira las manos que, por su textura y sus uñas prolijamente recortadas, en efecto, eran las de alguien tipo ejecutivo, de buena vida, sus ropas y zapatos, aunque sucios, no eran viejos y eran de evidente buena calidad, esto significaba que este no era un hombre vulgar, era alguien que estaba pasando muy mal, pero que no era propiamente un vagabundo ni alguien de la calle.

—¿Cómo se llama usted? —pregunta Ana.

—Mi nombre es James, James Kinley —responde él.

—¿De dónde es usted James?

—Yo soy de Nueva York, llegué aquí a California hace pocos días.

—Bueno, entonces usted hizo un largo viaje desde Nueva York.

—Sí, así es, recientemente había llegado de Alemania...

Ahí Ana abre los ojos sorprendida y se queda sin respiración, porque ningún vagabundo viaja a Europa.

—¿Y qué es lo que fue a hacer a Alemania?

—¿Yo fui a visitar la Feria Industrial de Dusseldorf... Es que yo, soy Ingeniero.

Esto puso a Ana más en estado de alerta, pues esto le aclaraba muchas cosas y le abría otras tantas interrogantes.

—¿Es usted Ingeniero...?, pero ¿qué es lo que le pasó...?

—Bueno, es una larga historia —responde él, y viendo que era el único apoyo que tenía decide contarle.

—Le explicaré... Yo tengo o tenía una empresa de equipamientos de electrónica e informática en Nueva York, donde mi esposa era mi socia y mi contador se encargaba del área financiera, un día, tomando conocimiento de esta Feria en Alemania, ambos sugirieron que sería una excelente oportunidad para investigar el mercado y conseguir nuevos productos de alta tecnología y así adquirir más material, por lo tanto concordé y me marché por unos veinte días, si bien periódicamente llamaba para ver cómo estaba todo y me decían que estaba todo bien, así que no me preocupé... Terminado el evento, cuando fui a pagar el hotel con la tarjeta de la empresa, me indican que no tenía saldo, lo que era algo imposible, saqué entonces mi tarjeta personal que era compartida con mi esposa y tampoco tenía saldo, afortunadamente yo tenía bastante dinero en efectivo conmigo, así que aboné el hotel, y enseguida llamé a mi esposa y a mi contador, pero nadie respondió el teléfono, esto ya me dio una mala espina. Por suerte tenía el pasaje de regreso pago, pero al llegar, nadie me esperaba en el aeropuerto, entonces fui a mi casa en taxi y me encontré con que estaba toda vacía, fui a mi empresa y también estaba solo el local vacío, fui a lo del contador y lo mismo, ellos habían vaciado las cuentas y se habían llevado o vendido toda la mercadería, también ellos habían desaparecido, solo supe por vecinos que habían visto a dos camiones de California cargando todo en esas semanas.

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