El enigma del código de las Favas
Descubrimiento y Doctrina del Culto de los Sapientes
Alberto Alexis Martínez
© Alberto Alexis Martínez
© El Enigma del Código de las Favas. Descubrimiento y Doctrina del Culto de los Sapientes
Junio 2021
ISBN ePub: 978-84-685-5921-6
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Dedicado a la memoria de, Iris Nelly Suárez
Especial agradecimiento a la Sra. Soledad Galarza
Índice
PARTE 1. LA EXPEDICIÓN Y EL DESCUBRIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE LAS FAVAS PARTE 1. LA EXPEDICIÓN Y EL DESCUBRIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE LAS FAVAS
CAPITULO 1. “El pasajero inesperado”
CAPITULO 2. El primer encuentro con Helder Malden y Ali
CAPITULO 3. La revelación de las investigaciones
CAPITULO 4. La entrada oculta
CAPITULO 5. El hallazgo de la biblioteca perdida
CAPITULO 6. El rescate del tesoro oculto
CAPITULO 7. La traducción de los manuscritos
CAPITULO 8. Las revelaciones secretas
CAPITULO 9. La copia de las Favas originales.
PARTE 2. LA INICIACIÓN Y LA DOCTRINA DEL CULTO FAVAR
CAPITULO 10. La Iniciación de Candar.
CAPITULO 11. La Doctrina Filosófica de las Favas
CAPITULO 12. La Lectura de las Favas
CAPITULO 13. La Iniciación como Partum
CAPITULO 14. La Iniciación de Berkana Minor (Caballero Blanco - Lancero)
CAPITULO 15. La Iniciación de Berkana Altior (Caballero Rojo – de la Espada)
CAPITULO 16. La ceremonia final y la despedida.
CAPÍTULO FINAL
PARTE 1.
LA EXPEDICIÓN Y EL DESCUBRIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE LAS FAVAS
CAPITULO 1.
“El pasajero inesperado”
Corría el año 1990 cuando yo vivía en el sur de Brasil, recuerdo que aquella tarde de noviembre era un día de mediana temperatura, aunque el sol brillaba en medio de algunas nubes pasajeras que, parcialmente, cubrían el cielo. Yo me dirigía en el auto por la Free Way, una carretera que conduce de Porto Alegre al litoral sobre la costa Atlántica, donde mantendría una reunión de negocios con mis otros dos socios en la ciudad de Capâo da Canoa.
Por norma, yo nunca salía para una reunión con el tiempo justo, a fin de que, en caso de cualquier emergencia, siempre tendría un margen de tiempo para obtener algún apoyo, y mismo así, aún podría llegar en hora, por lo tanto, mi tiempo excedía y no llevaba ninguna prisa.
Siendo un agradable día de primavera, el aire fresco me ayudaba a mantener un buen estado de ánimo, el cual, como era costumbre, lo estimulaba en cuanto dirigía escuchando música por la radio, la que mal acompañaba canturreando algunas letras de las canciones, en cuanto disfrutaba del viaje.
Eran aproximadamente las 16 horas, y el tránsito de automóviles a esa hora, siempre es más leve, porque en los días hábiles de semana muy poca gente se dirige a la región litoral de Río Grande do Sul, a excepción, de los camiones de carga, que constantemente recorren las carreteras.
Habitualmente, cuando se trata de negocios, yo siempre evito ponerme a pensar sobre el asunto en cuanto estoy a camino de una reunión, porque una vez que se ha definido algo, pueden aparecer nuevas ideas que generan confusión sobre lo que ya está planeado, por lo tanto, la desconcentración tomaba cuenta de mí cabeza, sabiendo que, por un transcurso de cien kilómetros, en esta ruta, no existe absolutamente nada.
De pronto, estando ya a unos dos o tres kilómetros de Porto Alegre, lugar donde hay muchas quintas de productores rurales, no sé cómo o de donde, ni si fue por causa de mi distracción, pero a escasos cincuenta metros delante de mí, apareció un hombre en la faja lateral de la carretera con el clásico pulgar levantado haciéndome señas para ser llevado, lo que no es muy frecuente.
Como es entonces, la “primera y absoluta norma de seguridad”, especialmente en Brasil, nunca se debe parar para recoger a ninguna persona en una carretera, porque, por lo general, estas pueden ser trampas que frecuentemente utilizan los delincuentes para desvalijar de todas sus pertenencias al infeliz samaritano que se detiene, cuando no, además de ser asaltado, también acaba siendo asesinado.
Yo conocía y mantenía a rigor esta norma, por lo cual, la primera intención fue la de continuar adelante. Pero... en uno de esos momentos de arrebato que ocurren en la mente, algo me hizo rebajar los cambios reduciendo la velocidad del automóvil, en cuanto en mi mente, aceleradamente, evaluaba informaciones en fracciones de segundos... Algo ocurrió que fueron, según recuerdo, una secuencia de pensamientos. Lo primero que pensé, fue que ese hombre era una persona de edad, un señor mayor que en mucho se parecía a mi padre, calvo, aún con su nuca y laterales blancos, también su recortada barba blanca, y con ciertas características muy particulares, fuera de lo común...
Por su apariencia, este hombre, no era un necesitado, muy por lo contrario, tenía un buen aspecto general, utilizaba un bastón, el cual levantó delicada pero enérgicamente, de forma muy distinguida con la mano izquierda, en cuanto me indicó con la derecha la señal de que lo llevara.
Lo que más me impresionó, fue que no parecía haber realizado un pedido de la forma en que lo hizo, sino, que pareció ser alguien muy seguro de si mismo, como que me indicó, “llévame”, sin considerar otra opción.
En las pocas fracciones de segundos en que todo esto sucede dentro de mi mente, como si fuera de manera instintiva, fui deteniendo el auto y sacándolo hacia la derecha para la faja de seguridad de la carretera.
Al detenerme totalmente, había ultrapasado unos treinta metros la posición donde se encontraba parado el hombre, y nuevamente, de forma casi instintiva, engaté la marcha atrás y me desplacé suavemente por la autopista para acercarme a él.
Todo esto, fue con la mente en un estado que estaba como “paralizada”, porque, de pensarlo conscientemente, seguramente jamás lo habría hecho.
Fui acercando el auto, siempre en marcha atrás, como para reducirle el camino, al tiempo en que, por observar la maniobra de ir en sentido contrario a través del espejo retrovisor, no perdía de vista la imagen del individuo que, mismo siendo bastante mayor de edad, caminaba muy erecto, con pasos firmes, al tiempo en que suavemente “como un Lord” apoyaba la punta de su bastón en el piso a cada pisada.
Se termina de acercar al auto, en cuanto yo bajaba el vidrio de la puerta, el se inclina suavemente por la ventanilla diciendo: ¡Tenga usted buenas tardes, y gracias por detenerse!, yo destrabé el seguro de la puerta y se la abrí desde el interior. Enseguida, él fue ingresando para sentarse a mi lado, mientras lo hacía calmamente y con total dominio como si fuera el dueño de la situación, yo le observo y le interrogo como sería de esperar… ¿hacia dónde va?, el individuo, termina de acomodarse en el asiento, coloca su bastón de pie entre sus piernas, cierra la puerta, se ajusta el cinturón de seguridad, me mira y esbozando una simpática sonrisa, hace un ademán con su mano hacia adelante, y me dice… bien… aquí no tenemos muchas opciones ¿no es cierto?
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