1 ...6 7 8 10 11 12 ...31 9- Hugues de Varine, La culture des autres , Éditions du Seuil, París, 1976, p. 19.
10- Peter Goodall, High Culture, Popular Culture, Allen & Unwin, Australia, 1995, p. 30. Este autor llama “modernismo” a la corriente que trata de defender a ultranza la “alta cultura”, sobre todo frente a la irrupción de la cultura de masas en los años cincuenta y sesenta, tanto desde el punto de vista de la izquierda (Adorno, Horkheimer, Marcuse, Walter Benjamin) como de la derecha (Allan Bloom). La tendencia opuesta sería la del “populismo cultural” que, por el contrario, tiende a sobrevaluar la cultura de masas (también llamada “cultura popular” en sentido americano y no marxista). Tal sería la postura del posmodernismo y de la escuela de Estudios Culturales de la Universidad de Birmingham, entre otros. Para nosotros, no se puede negar que existe una diferencia entre “alta cultura” y “culturas populares” si tomamos en cuenta los códigos estéticos (“código elaborado”, en el primer caso, y “códigos restringidos”, en el segundo, según Basil Bernstein). Por supuesto se trata siempre de códigos social y culturalmente condicionados. Pero en este trabajo asumiremos ambos tipos de cultura bajo un único concepto y sólo desde el punto de vista socioantropológico.
11- Hugues de Varine, op. cit. , p. 33 y ss.
12- Ibid.
13- Ibid. , p. 35.
14- Ver al respecto, Robert Fossaert, La societé , t. 2, Les structures économiques , Éditions du Seuil, París, 1977, pp. 215–218.
15- Hugues de Varine, op. cit. , p. 37 y ss.
16- Ver, Alberto Cirese, Cultura egemonica e culture subalterne , Palumbo Editore, Palermo, 1976, p. 6.
17- Véase al respecto la obra clásica de Pierre Bourdieu, La distinción, Taurus–Alfaguara, Madrid, (1979). 1991.
18- Hugues de Varine, op. cit. , p. 46.
19- Robert Fossaert, Les structures économiques, op. cit ., pp. 259–260.
2. La cultura en la tradición antropológica
UNA REVOLUCIÓN COPERNICANA
Los antropólogos fueron los primeros en romper con la concepción eurocéntrica, elitista y restrictiva de la cultura, sustituyéndola por una “concepción total” basada en el doble postulado de la relatividad y universalidad de la cultura.
Para los antropólogos, todos los pueblos, sin excepción, son portadores de cultura y deben considerarse como adultos. Según Lévi–Strauss, (20) carece de fundamento la “ilusión arcaica” que postula en la historia una “infancia de la humanidad”. Por otra parte, debe reconocerse, al menos como precaución metodológica, la igualdad en principio de todas las culturas. Desde el punto de vista antropológico son hechos culturales tanto una sinfonía de Beethoven como una punta de flecha, un cráneo reducido o una danza ritual.
El iniciador de esta especie de revolución copernicana fue el antropólogo inglés Edward Burnet Tylor, quien publica en 1871 su obra Primitive Culture. En ésta se introduce por primera vez la “concepción total” de la cultura, definida como “el conjunto complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, la costumbre y cualquier otra capacidad o hábito adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad”. (21)
La intención totalizante de esta definición se manifiesta en su esfuerzo por abarcar no sólo las actividades tradicionalmente referidas a la esfera de la cultura, como la religión, el arte o el saber científico, sino también la totalidad de los modos de comportamiento adquiridos o aprendidos en la sociedad. La cultura comprende, por lo tanto, las actividades expresivas de hábitos sociales y los productos intelectuales o materiales de estas actividades. Por un lado tenemos, entonces, el conjunto de las costumbres, y, por otro, el conjunto de los artefactos.
Alberto M. Cirese ha observado que la definición tyloriana ofrece también otra particularidad: no establece jerarquía alguna entre componentes materiales y componentes “espirituales” o intelectuales de la cultura. Descarta, por lo tanto, el modelo platónico–agustiniano de la relación alma/cuerpo que sirvió durante siglos como norma ideológica para medir el grado de nobleza de las manifestaciones culturales. (22)
La definición tyloriana ha tenido un carácter fundador dentro de la tradición antropológica anglosajona, especialmente la norteamericana, y sirvió por más de medio siglo como punto de referencia obligado de todos los intentos de formulación del concepto científico de cultura.
Claro que los contextos teóricos de esta definición fueron variando con el tiempo.
En Tylor ese contexto fue histórico–evolucionista, como correspondía al clima intelectual de la época (Darwin, Spencer, Morgan). La cultura se considera sujeta a un proceso de evolución lineal según etapas bien definidas y sustancialmente idénticas por las que tienen que pasar obligadamente todos los pueblos, aunque con ritmos y velocidades diferentes. (23) El punto de partida sería la “cultura primitiva”, caracterizada, según Tylor, por el animismo y el horizonte mítico. Tylor creía haber dado cuenta de este modo de las semejanzas y analogías culturales que pueden observarse entre sociedades muy diversas y a veces muy distantes entre sí.
La hipótesis evolucionista constituye el supuesto de algunas de las categorías analíticas elaboradas por Tylor, como la de “sobrevivencia cultural”, por ejemplo, y condiciona de modo general todo su aparato metodológico.
En Boas, Lowie y Kroeber la definición tyloriana opera en el contexto del particularismo histórico que comporta, como sabemos, una versión moderada del difusionismo. Esta corriente teórica parte de una crítica a la idea de “evolución lineal” de todas las culturas según etapas sustancialmente idénticas; afirma, en contrapartida, la pluralidad irreducible de las culturas. Las analogías culturales se explican, por lo tanto, no por referencia a esquemas evolutivos comunes sino por el contacto entre culturas diversas. Surge así la teoría de la aculturación como teoría de la determinación externa de los cambios culturales. (24) Por otra parte, la afirmación de la pluralidad de las culturas implica, en Boas y sus discípulos, el relativismo cultural, por el cual “la pretensión de objetividad absoluta del racionalismo clásico debe ser abandonada para dar entrada a una objetividad relativa basada en las características de cada cultura”. (25)
También Malinowski retoma a su modo la definición tyloriana y pone el énfasis en su dimensión de “herencia cultural”, pero la reformula dentro de un contexto funcionalista que polemiza simultáneamente con el evolucionismo y el difusionismo.
Dentro de esta óptica la cultura se concibe como el conjunto de respuestas institucionalizadas (y por lo tanto socialmente heredadas) a las necesidades primarias y derivadas del grupo. Las necesidades primarias serían aquellas que remiten al sustrato biológico del hombre, mientras que las derivadas serían resultantes de la diversidad de respuestas ya dadas a las necesidades primarias.
La cultura se reduce, en resumen, a un sistema relativamente cerrado —singular y único en cada caso— de instituciones primarias y secundarias funcionalmente relacionadas entre sí. Y como el paradigma en que se inscribe esta concepción de la cultura privilegia la explicación por la función (todo rasgo cultural observado existe porque desempeña alguna función), se descarta el concepto tyloriano de “sobrevivencia cultural”, lo mismo que el modelo explicativo por el contacto intercultural. (26)
A partir de los años treinta se generaliza en los Estados Unidos una nueva definición que, sin abandonar del todo la matriz tyloriana originaria, acentúa la dimensión normativa de la cultura. Ésta se definirá en adelante en términos de modelos, pautas, parámetros o esquemas de comportamiento.
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