“Juan Manuel de Rosas”. Gabriel Di Meglio. CONICET. Canal Encuentro. Bs.As.
“El atentado contra Juan Manuel de Rosas”. Felipe Pigna. Diario Clarín. 10/06/2015.
“La máquina infernal” , el atentado frustrado contra Rosas”. Felipe Pigna. El Historiador.
“La increíble historia de la máquina infernal” . Ministerio de Cultura. Argentina.
“Historia de la Confederación” . Adolfo Saldías. Ed. Eudeba. 1977. Buenos Aires.
“Los atentados más impactantes contra figuras de la historia” . Luciana Sabina. Infobae. 01 de junio de 2019. Buenos Aires.
“Juan Manuel de Rosas, Sombras y Verdades” . Leonardo Castagnino. La Gaceta Federal. Centro de Estudios del Pensamiento Americano.
“El atentado de la máquina infernal en 1841” . Mariano García. La Gaceta de la Iberósfera. 22 de marzo de 2017. Madrid. España.
“La máquina infernal” . Gabriel Turone. Historia Revisionista Argentina. 2007. Buenos Aires.
1- “Se paseaba triunfante por las calles de Buenos Aires, hacía gala de su popularidad, recibía a todo el mundo, era un eco de alegría y aplausos el que se alzaba por donde él pasaba; su casa era el pueblo, el pueblo lo amaba.” (“La Vida de Rosas”. Manuel Gálvez)
2.-Disparen contra Sarmiento (23 de Agosto de 1873)

Presidente Domingo Faustino Sarmiento
Domingo Faustino Sarmiento (2), el más polémico protagonista de la historia argentina, odiado y amado por igual, nació en San Juan el 14 de febrero de 1811, aunque fue anotado al día siguiente. Docente, periodista, militar y político, fue gobernador de su provincia entre 1862 y 1864, embajador en los Estados Unidos, primer mandatario argentino entre 1868 y 1874, senador de la Nación entre 1875 a 1879, y además tuvo un fugaz paso por el Ministerio del Interior y de Relaciones Exteriores del Presidente Nicolás Avellaneda en 1879.
Pocos conocen los pormenores de aquella intentona criminal que lo tuvo como protagonista en una fría noche porteña del 23 de agosto de 1873. El sanjuanino, que había asumido la presidencia el 12 de octubre de 1868, estaba enfrentado con el caudillo entrerriano Ricardo López Jordán, que en 1870 organizó una sublevación para quedarse con el gobierno de su provincia, luego de que una partida de hombres armados y a sus órdenes asesinara el 11 de abril, en el Palacio de San José a Justo José de Urquizay a dos de su hijos, Justo Carmeloy Waldino, en la localidad de Concordia. Ello hizo que Sarmiento interviniera la provincia y neutralizara militarmente el levantamiento de Jordán, que tres años después volvería a intentar otra revolución, que tuvo el mismo fin de la primera, por lo que su amenaza de asesinar a Sarmiento fue considerada muy seria para todos, menos para el presidente, que lejos de tomar precauciones siguió con su misma rutina. Solía decir: “cuanto más se guardó Lincoln fue cuando lo asesinaron” (3).
El sanjuanino se desplazaba por Buenos Aires siempre a bordo de una carroza parisina con dos caballos, sin escolta alguna, como era su costumbre. Esa tarde había recibido una carta del gobernador Manuel Iriondo, de Santa Fé, que le advertía que López Jordán había afirmado que matarlo era mejor que soportar otra represión militar. Terminó de leer la misiva, arrugó el papel con desdén y lo tiró al cesto de la basura. En el zaguán comprobó que hacía mucho frío. Se abrigó muy bien, buscó esa especie de pequeño cuerno abierto que le permitía mejorar un poco su sordera, y salió lentamente de su domicilio de Maipú entre Viamonte y Tucumán.
Ya en la vereda se acerca al carruaje que lo espera con la puerta abierta. Mira al cielo estrellado y piensa “ esta noche seguro habrá heladas”.
A Sarmiento, el no escuchar nunca lo había preocupado, y más aún cuando él sabía que en el antiguo Egipto esa limitación física era considerada “signo divino” . En cierta ocasión cuando en el Senado le preguntaron cómo hacía para seguir atentamente los debates, él contestó: “Sólo me interesa que me escuchen a mi”.
En la película “Su mejor alumno” de Lucas Demare, estrenada en 1944, con el genial Enrique Muiñoen el papel de Sarmiento y Angel Magañacomo Dominguito , aparece una escena durante la cual en el medio de un exaltado debate parlamentario un senador intenta burlarse de Sarmiento y le dice: “Si lo damos vuelta a usted no se le cae una moneda” , a lo que el sanjuanino contesta, haciendo malabares con su audición: “Si lo ponemos a usted patas arriba no se le cae una sola idea”.
La noche del atentado, el 23 de agosto de 1873, nuestro personaje estaba invitado a cenar en la residencia de su ex ministro del interior e íntimo amigo, el Dr. Dalmacio Velez Sarsfield.
Vélez Sarsfield fue autor del Código Civil Argentino de 1869, vigente hasta el año 2015, pero también padre de su amante, Aurelia,un romance fogoso que comenzó cuando Sarmiento contaba con 44 años y ella con 19, situación que en vano se trató de mantener siempre en secreto porque él estaba casado con Benita Martínez Pastoriza.
Fué un escándalo nuevo de alcoba para la época, porque en 1857 Aurelia había sido desposada por su primo Pedro Ortiz Vélez pero a los pocos meses de enlace éste encontró a su mujer en una situación comprometida con su asistente Cayetano Echenique y allí nomás lo mató de un disparo, justo cuando Aurelia estaba embarazada. Ortiz fue declarado demente por la justicia y zafó de la prisión, pero cuando Aurelia se hizo el aborto, noticia que fue la comidilla de entonces la sociedad porteña no le perdonó, aunque sí su padre, con el cual fue a vivir. Cuando aparece en escena Sarmiento su oculto romance es descubierto por Benita por una carta de amor, y todo se precipita. Sarmiento visitaba a Vélez Sarsfield, pero en realidad visitaba a Aurelia.
19.30 hs. El pomposo carruaje tapizado de seda, con sus cuatro imponentes farolas de cristales biselados como las siete ventanillas fijas, con el techo coronado de filigranas metálicas y el pescante cubierto de pana, construída al estilo de Napoleón III por encargo del gobierno nacional, había llegado de Francia tres años antes, destinada para el mandatario sanjuanino, y esa noche, los vidrios empañados no permiten contemplar las ventanas cerradas de las viejas casonas señoriales, mientras las ruedas y los cascos de los matungos que resoplan aporrean el húmedo empedrado, alterando apenas el silencio de la ciudad casi dormida, cuando al llegar a la esquina de Maipú y Corrientes, tres hombres aparecen de improviso portando sus trabucos naranjeros de bronce boca ancha, repletos de pólvora y perdigones. Uno de ellos apunta y gatilla, y se vuela la mano al explotar el arma entre sus dedos. Los otros dos se frenan un instante y luego riegan de fuego y plomo la esquina porteña en un estampido combinado que atrae la atención de algunos policías que rápidamente los apresan. Los caballos se encabritan por el ruido y los fogonazos, y el cochero en su pescante azuza a los percherones para escapar, mientras Sarmiento, a raíz de su avanzada sordera, sólo advierte un súbito bamboleo suavizado por la suspensión de los muelles, que adjudica a los baches del camino.
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