Raúl Heliodoro Torres Medina - Música eclesiástica en el altépetl novohispano

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Música eclesiástica en el altépetl novohispano: краткое содержание, описание и аннотация

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Desde la musicología se han realizado importantes análisis sobre los papeles de música que se encuentran en los repositorios parroquiales de los antiguos «pueblos de indios» (así llamados por los españoles); sin embargo, los autores que han escrito sobre la realidad de los habitantes originarios posterior a la conquista sólo exponen de manera tangencial la participación de sus cantores e instrumentistas en el mundo musical novohispano. Su trabajo dentro de los templos ha pasado desapercibido o se ha considerado como un fenómeno aleatorio al quehacer cultual del orbe indígena.
El presente libro analiza los factores económicos y sociales que influyeron en el desarrollo de la actividad laboral de estos músicos, con el objetivo de comprender mejor su importancia dentro de la sociedad novohispana, en específico al interior del altépetl. De igual manera, pretende comprobar que, pese a los obstáculos que encontraron para el desempeño de su oficio durante todo el periodo virreinal, la trascendencia de su labor como sirvientes dentro de los recintos sagrados se fincó, por un lado, en que la música fue siempre indispensable en el culto católico y en las prácticas religiosas y sociales de la época y, por el otro, en que su oficio les proveía de prerrogativas, de prestigio y de dinero que no hubieran alcanzado ejerciendo otra ocupación desligada de la Iglesia.

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Por otro lado, los indios que acudían a la escuela, además de llegar a ser oficiales de república o músicos, también podían liberarse de cargas económicas. En Huitzilac, perteneciente a la jurisdicción de Cuernavaca (Morelos), el cura tenía celebrado un convenio con los lugareños desde 1661, para que, a cambio de pagar un real a la semana por cada casa les celebrara misa, les mantuviera un padre de fijo, se hiciera cargo del sagrario y de la escuela, les cantara las misas de los domingos, los días de fiesta y los jueves de renovación, además de no cobrarles por los entierros, bautizos y casamientos. Del pago semanal estaban exentos los que desempeñaban un oficio en la república o en la iglesia, tales como los gobernadores, los fiscales, los alcaldes, los regidores, los mayores, los sacristanes, los campaneros y los cantores. El cura informaba que «con este arbitrio, y alivio está frecuentada la escuela, se enseñan a leer y escribir, se aumentan los matrimonios, se inclinan a músicos y cantores, y procuran tener oficio en la república, para cuyo fin es necesario que sean buenos en sus costumbres». 85

En los lugares donde, por diversas circunstancias, no se verificaba la escoleta, la cuestión iba en detrimento de los cantores, pues si el número disminuía, la carga de trabajo era mayor en cuanto a la cantidad de oficios a los que se tenía que acudir. El párroco de Tultitlán (Estado de México), Jacinto Sánchez Aparicio, al hacer mención del tema, escribía el siguiente extracto que aquí se reproduce por la importancia de su contenido:

Desde mi ingreso a esta parroquia consideré que había de suceder así, y deseando precaverlo, muchas veces previne al Gobernador [de] República y común de este pueblo, eligiesen de cada barrio dos o tres chicos, que se fueran instruyendo, así para que ayudasen a los demás como para no venir en la necesidad de carecer […] de cantores algún día, como sin duda se verificará, si no se toma esta providencia, y en realidad se ha verificado, para que al presente no hay ya quien toque el órgano, y de cuenta del pueblo, y mía se compuso más ha de cuatro años.

Estos designios, que tenía de que entrasen chicos al coro para instruirse, no han tenido efecto, no obstante, que el [Maestro] de Capilla, que entonces había, se obligaba a enseñarlos; porque no se han resuelto los padres de los chicos a ponerlos en este oficio, porque no perciben utilidad de su trabajo desde el principio, y juzgan muy corta la que después han de tener… 86

Como se puede observar, muchos de los interesados en conservar el prestigio de las capillas eran precisamente los sacerdotes, para quienes la música resultaba un elemento básico dentro de la religiosidad del mundo novohispano. En febrero de 1643, se ordenó que las dos capillas de música de Izúcar (Puebla), que, al parecer, servían sólo al convento, se dividieran para que una se quedara en el recinto y la otra fuera a la parroquia «para que en ambas se celebren los oficios divinos con la decencia que es justa». Sin embargo, los cantores se rehusaban a asistir a los dos templos; es probable que en la parroquia no se les sufragaran sus estipendios a tiempo, porque insistieron en que se les pagara «con toda puntualidad». 87

En Tultitlán se contaba con dos capillas, al igual que en muchos altepeme; sin embargo, la muerte o retiro voluntario de sus miembros y la falta de interés por enseñar a nuevos integrantes originó problemáticas que afectaron el decoro de las misas y oficios divinos. Por otro lado, para los padres de los pequeños cantores, ejercer el trabajo de músico era una alternativa válida cuando reportaba beneficios a corto y largo plazo. En algunos lugares así acontecía; no obstante, esta labor era despreciada en aquellos altepeme donde la cantoría no reportaba ganancias y privilegios.

Según Taylor, en el siglo XVIII, algunos lugares tenían que aportar individuos que servirían como cantores en el templo. 88Por ejemplo, debido a la rebeldía de algunos oficiales para servir en la iglesia de San Miguel Tlaltizapán, el cura del lugar pedía al barrio de Huizpaleacan y al altépetl de San Pedro y San Pablo Guanahuacazingo (también llamado Pueblo Nuevo), junto con el citado de Tlaltizapán (todos de la jurisdicción de Cuernavaca, Morelos), se turnaran para asignar a otros indios como había sido costumbre antigua. 89No obstante, al parecer, esta práctica se ejecutaba donde no existía una escoleta, o donde se encontraba asentado algún cura secular que no se preocupaba por educar niños en el canto, o donde, efectivamente, por costumbre los indios aptos para la música eran requeridos para el oficio. Es lamentable que no se hayan encontrado referencias para comprobarlo.

La escoleta proporcionó a los indios una educación musical que se reflejó en su estatus social. Saber leer y escribir música, latín y español influyó para que los cantores tuvieran un lugar privilegiado dentro de la iglesia y entre sus vecinos, lo cual llegó a ocasionar envidias y confrontaciones.

Otra labor que se realizaba en la capilla de música, además de acompañar los oficios divinos y de enseñar música a los niños, era la composición de los cantos. Desde la época de Mendieta, los indios habían comenzado a componer villancicos a cuatro voces en canto de órgano, misas y obras diversas. 90

Por último, en muchos altepeme, las capillas tenían que comprar sus implementos de trabajo, como los instrumentos musicales, libros de canto, ornamentos, misales, breviarios, etcétera. 91En 1655, en la ciudad de Celaya (Guanajuato), a los cantores se les obligaba «a que a su costa compren los instrumentos de la música que son necesarios…». 92Por el contrario, en Tilcajete (Oaxaca) era costumbre que la limosna que voluntariamente se otorgaba a los cantores por su trabajo en diversos oficios, se utilizara en la compra de los artículos indispensables para desempeñar sus labores dentro de la iglesia. 93También podían recibir ayuda por parte de los curas y frailes; por ejemplo, el sacerdote de la capilla de Tultitlán ayudó a los cantores comprándoles trompas y papel pautado. 94Las cofradías, de igual manera, podían proporcionar los recursos para adquirir instrumentos. En 1792, la cofradía del Señor Sacramentado de la parroquia de Tlatlauquitepec (Puebla) aportó veinte pesos para tal propósito. 95A finales del siglo XVIII, en los altepeme de Yautepec (Morelos), Tequila (Jalisco), Tepeji del Río (Hidalgo) y Tula (Hidalgo), el dinero para la compra de instrumentos musicales procedía de la caja de comunidad. 96Por ejemplo, en San Pedro Ocotlán (Puebla) se compró una chirimía cuyo valor fue de dos pesos. 97Sin embargo, según la documentación encontrada, era más frecuente que los músicos adquirieran por su cuenta los instrumentos y el material para las celebraciones.

A pesar de ser un oficio básico para realizar el culto divino y exaltar la espiritualidad del altépetl, existía una serie de pagos que los músicos estaban obligados a dar a la iglesia. Estas erogaciones se encuentran de forma aleatoria en los documentos; por ejemplo, los cantores de las dos capillas de Cuautitlán tenían que pagar las obvenciones al convento, las cuales eran los gastos de la fiesta anual y 13 pesos por el aniversario, sin contar los obligados de cera [velas de cera] y adorno del altar, así como los arcos y flores (20 pesos), el jueves santo, siete pesos por sermón, misa y procesión, además de otros siete por la cera y por el sábado de la infraoctava de corpus. 98Además, tenían el compromiso de hacer «un incendio al Santísimo Sacramento» el día de Corpus, cuyo costo era de veinte pesos y en la fiesta de Nuestra Señora del Tránsito aportaban 18 pesos. 99

Se cuenta con otro testimonio particularmente interesante, ya que son extractos del libro de cuentas de los maestros de capilla del altépetl de Zumpango (Estado de México). Su importancia es enorme debido a que se desconocía que los músicos también llevaran estos registros contables. No se puede confirmar que todas las capillas en Nueva España tuvieran este tipo de documentos para anotar las entradas y salidas del dinero que recibían porque, desgraciadamente, no se han encontrado otros textos similares, pero, por lo menos, éste da cuenta de esa información.

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