Los carnavales eran el sábado de la siguiente semana. Toni estaba eufórico con la fiesta que se organizaba en el centro de Madrid. Las carrozas, los fuegos artificiales y los conciertos auguraban una noche única y esas eran las salidas preferidas de su amigo. Además, aprovechaba para alardear de sus aptitudes como diseñador. Él disfrutaba disfrazándolos a todos.
Chandani se secó las lágrimas con la manga del pijama y siguió el movimiento de sus brazos, que jugueteaban sensualmente con el disfraz. Era extravagancia pura se mirara por donde se mirase. Los leggins eran tan ajustados que marcaban la delgadez de sus piernas, a la vez que bien definidas, ya que Toni pasaba horas en el gimnasio todas las semanas para estar siempre en forma. Aunque dijera que no, era tan coqueto como una mujer. Le gustaba verse guapo.
Toni sabía que su amiga no comprendía sus extravagantes gustos, pero él disfrutaba tanto disfrazándose y fingiendo ser alguien que no era que, cuando tenía ocasión, se daba el capricho de buscar al personaje más peculiar. Y Madonna, en sus comienzos, fue la diosa de las diosas.
Su amiga no le quitaba ojo, detalle que supo aprovechar haciendo un movimiento sexi con las caderas, obligándola a centrar la atención en su entrepierna. Chandani abrió los ojos como si fuera un búho, aunque con la expresión de sorpresa de un gato que escucha un desconocido ruido, y los tapó rápidamente, no pudiendo ocultar el color sonrosado de sus mejillas, que confirmaban el éxito de la broma.
Toni no pudo resistirse y comenzó a reírse con unas ganas irrefrenables, así que volvió a repetir la guasa, pero esta vez con su trasero. Ella, ni corta ni perezosa, lo escrutó descaradamente como si fuera una de esas mujeres que estaban loquitas por sus huesos.
—No puedo creerme que vayas a salir a la calle con eso puesto. ¿Dónde has dejado la vergüenza?
—¿Eso qué es? —preguntó él con una sonrisa pícara.
En la parte superior, un corpiño de color marfil estilizaba su figura, resaltando la anchura de su espalda y la estrechez de la cintura. Se veía tan prieto y ajustado que dudaba que pudiera sentarse sin caer desmayado por falta de oxígeno. Para cubrirse el pecho, el corpiño disponía de dos conos protuberantes por los que podían entreverse zonas oscurecidas por el vello del torso. Además, se había puesto una peluca rubia platino agarrada en una coleta alta. «Menudas pintas», pensó.
Toni se aproximó a Chandani y extendió su mano para que se uniera a esa danza alocada mientras, a escasos centímetros de ella, exageraba los gestos de su boca.
Come on Vogue.Let your body move to the music.Hey, hey, hey.Come on Vogue.Let your body go with the flow.You know you can do it 2 .
Chandani aceptó la invitación y se unió al alocado baile entre risas y gestos divertidos que duraron pocos minutos porque sus pulmones empezaron a reclamar oxígeno de forma urgente. Levantó las manos a modo de rendición y se dejó caer extenuada en el cómodo sofá que presidía el salón.
—¿Qué te parece el modelito? —preguntó su amigo tirándose a su lado con la respiración desacompasada.
—No quieras saberlo.
—¡Venga, no te cortes! —la animó burlón. Ella jamás se reprimía en decirle nada. Uno de los principales pilares fundamentales de su amistad era la sinceridad.
—Es excesivo para unos carnavales. ¡Hala! ¡Ya lo he dicho!
—¡Venga ya! Es perfecto, Dani. Los carnavales son para reírse de todo, desinhibirse, soltar amarras y dejarse llevar por el descaro.
—A eso le llamo yo el Día del Orgullo Gay y, para ese día, todavía faltan meses —rebatió con una sonrisa.
—¿Tú no has visto los carnavales de las islas Canarias?
—Sí, pero estamos en Madrid. Allí no destacarías porque estarías rodeado de locas como tú —bromeó, imitando los movimientos de brazos que había hecho hacía unos momentos.
—Tú sí que estás loca. —Se lanzó hacia ella para que dejara de hacerle burla.
Esa frescura innata de su amigo era como un bálsamo sanador en la vida de Chandani. Era su ancla, su salvavidas…, esa última esperanza que te queda cuando todo está perdido. Eso era Toni para ella. Además, lo quería con locura.
Después de dos meses compartiendo techo con la soledad, la tristeza y la acechante depresión que poco a poco iba apoderándose de ella, apareció él, que solo con su presencia diaria la rescató del abismo en el que se hundió solita al independizarse.
Sí, reconocía su tozudez. La misma que usó con su madre y su terapeuta cuando les planteó en la consulta que había decidido emanciparse.
Su madre se llevó las manos a la cabeza y puso el grito en el cielo porque su pequeña y amada niña quería escapar de su protección. El terapeuta, en cambio, dejó que se explicara y diera su versión de cómo veía las cosas y por qué necesitaba demostrarse que era capaz de ser independiente. No obstante, la conversación pausada y lógica no pudo evitar el conflicto familiar. Chandani, como otras tantas veces, tampoco pudo controlar que la rabia apareciera en forma de ese monstruo huraño y malvado que atacaba a su madre con palabras hirientes que, más que para defenderse, salían de su boca para despedazar a su oponente sin compasión ni humanidad.
Sin embargo, después de la tormenta vino la calma y, en este caso, tenía nombre y apellidos. Toni le propuso compartir piso. Ella aceptó encantada y más esperanzada si era posible, ya que era una gran oportunidad —por no decir la única— que le permitiría no regresar a casa de su madre con el «rabo entre las piernas», pues, por más que le pesara, era consciente de que la depresión le estaba ganando terreno.
Recordaba con especial cariño la primera noche que Toni pasó en su casa. Vieron películas y hablaron y hablaron hasta bien entrada la madrugada. Para ella, fue como si hubiera disfrutado de una terapia intensiva, con la única salvedad de que quien tenía delante no contaba con títulos, másteres ni ningún certificado que acreditara que era un experto en el comportamiento humano. Simplemente, un amigo que, en silencio, la escuchaba sin juzgar y le daba ánimos frente a los relatos más duros.
Se conocían desde hacía seis años. Los dos trabajaban para una multinacional de telecomunicaciones y, desde el primer momento que entablaron conversación, conectaron a la perfección. La convivencia afianzó su amistad, transformándola en una más sincera y fuerte, llegando a tal punto que sabían lo que le ocurría al otro con solo mirarse.
—¿Y tú de qué te vas a disfrazar? —preguntó Toni.
—Todavía no lo tengo claro, pero no te preocupes, que algo encontraré.
—No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy —dijo, al tiempo que se quitaba la peluca y zarandeaba la cabeza para colocar su cabello encaracolado.
—Hay tiempo, todavía queda una semana. No te agobies.
—La que vas a agobiarte vas a ser tú como tenga que elegirte yo el disfraz. Ya sabes cómo me gustan las extravagancias. —Le guiñó un ojo para chincharla. Él sabía que, como siempre, sería el encargado de elegir su atuendo, a lo que ella respondió poniendo los ojos en blanco.
—Tú eres capaz de disfrazarme de putón verbenero.
—Te doy dos días para que me enseñes el disfraz. En caso contrario, lo dejas en mis manos.
Chandani arrugó los labios, girándolos ligeramente a un lado.
—Está bien, pero nada de fulanas ni locas gais —contestó.
Toni sonrió con malicia.
—¡Dos días! —añadió.
El inspector jefe, Rodrigo Torres, analizaba las pistas en el despacho de su casa, intentando descifrar con cuántos negocios sucios e ilegales contaba la organización.
Desde hacía un año, investigaba varios secuestros llevados a cabo en el suroeste de Madrid en circunstancias parecidas y con modus operandi similar. Dos mujeres y tres niños eran los encargados de desvelar sus sueños, pues estaba atado de pies y manos con tantas coincidencias y tan pocas pistas. ¿Cuándo cometerían un error?
Читать дальше