1 ...6 7 8 10 11 12 ...22 Esta insistencia propagandística en el tema patriótico revela un grado de nacionalización popular superior al que han creído detectar algunos historiadores. Los dirigentes consideraban que el discurso nacionalista y la retórica patriótica eran adecuados a las circunstancias. Quizá los franquistas se supieron aprovechar todavía mejor del fervor nacionalista propio de la Europa de la época, pero también fue la oportunidad para que la izquierda obrera y socialista completara su proceso nacionalizador. Lo mismo habían hecho los partidos socialistas europeos de los países beligerantes durante la Primera Guerra Mundial. La diferencia era que el icono de alteridad, entre nosotros, era un connacional, cuando no un conocido, vecino o pariente.
Como es sabido, son los historiadores los que mejor han acertado siempre a codificar y difundir los códigos nacionalistas vigentes a partir de una reconstrucción del pasado imaginario de las naciones, de modo que un historiador socialista español de los años treinta o cuarenta puede constituir una buena vía de aproximación a esa «nación de los socialistas» difundida y compartida en la cultura de las organizaciones socialistas y sus áreas de influencia. Ese historiador se llama Antonio Ramos Oliveira (1907-1975), militante socialista y ugetista, escritor, joven periodista corresponsal de El Socialista en el Berlín de los últimos días de Weimar, quien, a finales de los años cuarenta trabajaba en la preparación de su conocida Historia de España, tres volúmenes publicados en México en 1952, de los cuales el tercero se ocupa de la España contemporánea. [30]
Su consulta nos proporciona la primera sorpresa al comprobar que el primer epígrafe de la introducción al conjunto de la obra lleva precisamente el rótulo de «Nación e historia», en cuyo contenido subyace una concepción esencialista de España y de su historia: «en España inician cartagineses y romanos la segunda Guerra Púnica (...). Sobre España descarga el islam toda la energía de su expansión...», hasta tal punto de que, «en rigor, la Historia de España no la han hecho los españoles más que en una mínima parte»..., una visión en cuyo trasfondo estaba la experiencia de la internacionalización de la Guerra Civil y el traspaso de las responsabilidades de la derrota, por acción o por omisión, a las potencias europeas; «el rumbo peculiar que la ocupación musulmana impuso a España la quebrantó y descompuso como nación, e hizo imposible para lo futuro, quizá para siempre, la reaparición de una nación regularmente constituida», prosigue, respirando por la herida de la derrota y del pesimismo del exilio. En el contexto de los primeros años cuarenta, preparando y escribiendo su Historia de España, Ramos Oliveira sostenía que al general Franco lo habían elevado al poder las potencias extranjeras, como en 1823 auparon a Fernando VII, cuando toca reforzar la condena y el aislamiento del régimen en la primera posguerra europea. Según el historiador y militante socialista lo que mejor podía haber fundido la identidad nacional y la identidad socialista hubiera sido esa revolución española que nunca llegó a comparecer en el pasado: «al pueblo español se le ha negado el derecho a la revolución, es decir, el derecho a cambiar la clase directora».
El nacionalismo historiográfico de Ramos Oliveira recogía la tradición liberal y republicana y no se diferenciaba sustancialmente del que reflejaban, por esta misma época, Claudio Sánchez Albornoz o Menéndez Pidal. Si acaso era más comprensivo hacia el reconocimiento de identidades territoriales en los estatutos de autonomía aprobados por la II República, e incluso contemplaba la identidad catalana desde la afirmación de dos axiomas: la existencia de una nación catalana y la inevitabilidad de su destino histórico español.
Ésta es la tradición con la que han contado el Partido y los gobiernos socialistas, desde 1975, para emprender y desplegar la relegitimación democrática del nacionalismo español de raíz liberal, progresista y laica que naufragó en la derrota del 39, sustentada ahora en la democratización, modernización y europeización del estado y de la sociedad, en una concepción de España como «nación de naciones», o bien como «nación de ciudadanos», propugnando alguna especie de patriotismo cívico posnacional, aunque compatible con el énfasis en potentes marcadores culturales, con la lengua castellana al frente... «No cabe duda de que en los últimos treinta años la izquierda ha reinventado la nación española en la mente de millones de españoles». [31]
[1]«Obgleich nicht dem Inhalt, ist der Form nach der Kampf des Proletariats gegen die Burgeoisie zunächts ein nationaler».
[2]A. Elorza y M. Ralle, La formación del PSOE, Ed. Crítica, Barcelona, 1989; M. Pérez Ledesma, El obrero consciente, Alianza Ed., Madrid, 1987; S. Juliá, Los socialistas en la política española, Taurus, Madrid, 1997; revista Ayer, 54 (2004), dosier «A los 125 años de la fundación del PSOE. Las primeras políticas y organizaciones socialistas»; S. Juliá (coord.), El socialismo en las nacionalidades y regiones, Ed. P. Iglesias, Madrid, 1988.
[3]Simbología y lenguaje de ambas fiestas en L. Rivas, Historia del 1.º de mayo en España desde 1900 hasta la II República, UNED, Madrid, 1987 y C. Demange, El dos de mayo. Mito y fiesta nacional (1808-1958), Ed. M. Pons, Madrid, 2004.
[4]Artículo de Francisco Nuñez, El Socialista, 1 de mayo de 1908, véase C. Demange, op. cit., pp. 198 y 234.
[5]F. Largo Caballero, Mis recuerdos, Ed. Unidas, México, 1976; J. F. Fuentes, Largo Caballero, el Lenin español, Ed. Síntesis, Madrid, 2005; tampoco atiende a estos temas y testimonios el buen estudio de P. Ruiz Torres sobre Rafael García Ormaechea que precede a la edición de su Superviviencias feudales en España: estudio de legislación y jurisprudencia sobre señoríos, Ed. Urgoiti, Pamplona, 2002, pp. I-LXXVI.
[6]G. Haupt, M. Lowy y C. Weill, Les marxistes et la question nationale (1848-1914), François Masperó, París, 1974; R. Gallissot, «Nación y nacionalidad en los debates del movimiento obrero», en Historia del marxismo, vol. 6, «El marxismo en la época de la II Internacional», Ed. Bruguera, Barcelona, 1981; J. L. Robert, Les Ouvriers, la Patrie et la Revolucion. Paris 1914-1919, Les Annales Litteraires, Beçanson, 1995. Véase también Mouvements ouvriers espagnols et questions nationales 1868-1936, n.º 128 de Le Mouvement Social, dirigido por A. Elorza, M. Ralle y C. Serrano, París, 1984.
[7]Para la función de los intelectuales en el primer socialismo véase todavía, E. Hobsbawm, «La difusión del marxismo 1890-1905», en revista Estudios de Historia social, 8-9 (1986), pp. 11-29. Una útil caracterización de la cultura política de los socialistas españoles hasta el fin del siglo XIX en Santos Juliá, Los socialistas en la política española, Ed. Taurus, Madrid, 1997, subrayando sus fuertes componentes antiestatistas y antipolíticos, p. 38.
[8]G. Haupt, Le congrés manqué. L’Internationale à la veille de la premiére guerre mondiale, Ed. François Masperó, París, 1965. También: Les internationales et le problème de la guerre au XX siècle, Ed. École française de Roma, 1987.
[9]A. Elorza, «Centros y periferia: el movimiento obrero español y la entrada en la sociedad de masas», en E. Acton e I. Saz (eds.), La transición a la política de masas, PUV, Valencia, 2001, pp. 59 y ss.; S. Balfour, «War, nationalism and the masses in Spain 18981936», en el mismo libro, pp. 75 y ss. M. Pérez Ledesma, «La sociedad española, la guerra y la derrota», en J. Pan Montojo (coord.), Más se perdió en Cuba. España, 1898 y la crisis de fin de siglo, Alianza Ed., Madrid, 1998, pp. 91 y ss. La cita de J. J. Morato en su libro El Partido Socialista Obrero, Biblioteca Nueva, Madrid, 1918, p. 229.
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