La movilización sindical y política de la primavera de 1917 se apoyó en un discurso en el que la nación adquiere ya una centralidad clara: en marzo los sindicatos anuncian su disposición para una huelga general en un manifiesto, escrito básicamente por Besteiro, un texto que va dirigido a la nación: «El proletariado ante la nación. A los trabajadores españoles y al país en general». Desde la dirección del PSOE, el propio Besteiro utilizaba un lenguaje más meridiano, interpretando que para «el proletariado organizado era necesaria la transformación del sistema de gobierno para que el interés general de la nación fuera atendido», definiendo el objetivo de un proyecto de huelga general orientado al cambio de sistema político: «las izquierdas españolas (...) deben previamente declarar (...) que no siendo la monarquía española el instrumento adecuado para servir al interés nacional (...) se disponen a organizar fuerzas de poder y garantías morales suficientes para cambiar el régimen por otro», lo cual constituía el programa máximo de la Conjunción Republicano-Socialista. [19]
Las masas de trabajadores acudían a los sindicatos y era la práctica y experiencia sindical la que les influía y orientaba principalmente. La Unión General de Trabajadores alcanzaba la cifra de 241.068 afiliados en enero de 1921, de los que 21.314 eran también militantes del PSOE, según el recuento del congreso celebrado en diciembre del mismo año; los sindicatos españoles se constituyeron pronto como los principales movimientos sociales en la naciente sociedad de masas desde comienzos del siglo XX, los más visibles protagonistas de la acción colectiva, dentro y fuera de un sistema político cuya capacidad de representación era muy limitada, y los principales agentes de nacionalización de la clase trabajadora. La Unión General experimentó un profundo proceso de cambio desde 1910; «la frágil malla de sociedades de oficio se iba a convertir en una federación sindical nacional dedicada a la lucha de intereses que en el verano de 1917 se involucraría por primera vez en la lucha directa por la democratización del sistema político español, en una federación sindical moderna que defiendía los intereses de sus afiliados y que da sus primeros pasos en la política nacional», aprovechando y potenciando su capacidad de actuación a escala nacional española para constituirse como interlocutor con el estado a la hora de reclamar y negociar. [20]
La asunción natural del hecho nacional se lleva a cabo expresando un patriotismo de oposición al discurso nacionalista oficial, identificado con el sistema político de la Restauración y, enseguida, con el aroma más militarista y católico que desprendía la dictadura primorriverista, por lo que en la mentalidad y cultura socialistas se difunde un patriotismo alternativo que explica, por ejemplo, que Pablo Iglesias no se oponga frontalmente a Solidaritat Catalana, vote desde su escaño las Mancomunidades Provinciales de 1912, y no parezca especialmente preocupado por las nuevas identidades regionalistas o nacionalistas, asuntos y proyectos entendidos como meras distracciones de los intereses principales de los trabajadores, que pasaban exclusivamente por el conflicto de clase y por la indubitable hegemonía de una identidad de clase, aun por encima de la nacional española, cuya existencia y compatibilidad iba siendo desplegada por la práctica política por delante de la más resistente teoría tradicional.
El largo combate por afirmar y extender la identidad principal de clase dejaba otras formas de identidad perfectamente recluidas en la vida privada, hasta el extremo que podemos suponer que Pablo Iglesias conociera y hablara gallego, dado su origen social, e incluso conocer que en alguna ocasión lo hablara con su madre, o que no le fuera extraño el valenciano pues lo debía oír en casa a su mujer, Amparo, y a su hijastro Juan Almela Meliá, quien parece tenía dificultades iniciales para hablar correctamente castellano.
Los conflictos entre la indiscutida identidad de clase y otras identidades territoriales, siquiera culturales antes que abiertamente nacionalistas y políticas, van a plantearse en otros escenarios, en aquellos en los que desde comienzos de siglo se plantean proyectos nacionalistas subestatales que van cobrando cierta fuerza también en torno a los años de la Gran Guerra. Un joven Andreu Nin, por ejemplo, ingresaba en 1913 en la agrupación socialista de Barcelona, procedente de la izquierda catalanista y republicana de Reus, y en su carta de presentación política, un artículo en el semanario reusense Justicia Social, exponía que «nosotros podemos ser perfectamente socialistas sin dejar de aspirar a la autonomía y libertad de Cataluña», a la vez que se proponía cubrir el vacío que el socialismo español había dejado al no tratar el problema de las nacionalidades. [21]
Andreu Nin nunca abandonará la reflexión teórica sobre el tema; en septiembre de 1934 publicó en Leviatán un trabajo sobre «El marxismo y los movimientos nacionalistas», mucho más elaborado conceptualmente, en el que subrayaba el importante papel de «los movimientos nacionales» en el desarrollo de la «revolución democrático-burguesa». [22]El socialismo mayoritario español también le respondió tajantemente y desde el principio: el veterano y también catalán A. Fabra Rivas le recordó, a la altura de 1914, la posición tradicional sobre el tema: «el nacionalismo y los nacionalistas sólo pueden ser considerados por nosotros como un adversario a combatir». [23]Pero de momento, la dirección de las organizaciones socialistas podía ignorar perfectamente el problema menor que suponían entonces estas diferencias doctrinales, aunque en un pequeño semanario de una lejana provincia un joven socialista siguiera insistiendo y reflexionando por primera vez sobre el modelo del socialismo austriaco, constituido por seis secciones diferenciadas: alemana, checa, polaca, rutena, eslovena e italiana, o recordara cómo en 1905 el partido socialista de Finlandia había multiplicado por cinco sus efectivos tras liderar una huelga general que demandaba autonomía política para los fineses. [24]
Ya desde 1912, una Federacion Socialista Catalana, dirigida desde Reus por Jose Recasens y Mercadé, comenzó a plantear la necesidad de combinar socialismo y catalanismo, llegando hasta la exigencia de una nueva organización interna del PSOE basada en el reconocimiento de federaciones regionales. El IV Congreso de esta Federación Socialista Catalana (1914) proponía el objetivo de una «confederacion republicana de todas las pequeñas nacionalidades ibéricas»; otro congreso posterior de la Federación, en 1916, retomó el tema proclamando la necesidad de que los socialistas luchasen por la autonomía de Cataluña; Recasens proponía que los socialistas catalanes fuesen en vanguardia de toda clase de descentralización administrativa y política, de la reivindicación de la cooficialidad del idioma, publicación de periódicos y libros en catalán..., llegando a conseguir que el congreso del PSOE de 1918 aceptase entre sus resoluciones esa aspiración a una Confederación Republicana de Nacionalidades Ibéricas, con el apoyo de Besteiro y al calor y en la estela de la actualidad del tema de las nacionalidades en la Europa de la posguerra.
En estas polémicas se imponían las tesis más ortodoxas del veterano Fabra Rivas, que identificaban sin más cualquier ideal nacionalista con el pensamiento y la práctica burgueses y reaccionarios, pero la difusión y extensión de estos presupuestos de compatibilizar catalanismo y socialismo, siempre lejanos a cualquier formulación nacionalista catalana, llevaron a la constitución, en 1923, de la Unió Socialista de Catalunya, o a escenarios no muy conocidos, como el que describe Recasens en sus memorias, escritas en 1943 al salir de la cárcel, cuando recuerda su indignación porque Enrique de Francisco, secretario de la Comisión Ejecutiva del PSOE, les requiere en una reunión orgánica, en 1932 y en Reus, que hablen en castellano. En 1933 se reconstruyó una Unió Socialista de Catalunya, como Federació Catalana del Partit Socialista Obrer Espanyol, que se proponía actuar en Cataluña con personalidad propia como un partido genuinamente catalán, lo cual no agradó especialmente a De Francisco ni a Caballero, «aquells dos homes rancuniosos, obtusos, incomprensius, orgullosos...», en palabras de Recasens. [25]
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