Los procesos resultantes de las emancipaciones muestran la supervivencia de la «antigua constitución» y las formas de acción política concomitantes así como las dificultades que se tienen que afrontar cada vez que se ansía innovar en materia de política. Los intentos de cambio que, a pesar de los repetidos fracasos, se van imponiendo junto con la resistencia de las antiguas formas dan como resultado que, en el transcurso de las décadas que siguen a las guerras de la independencia, se van hibridando las nuevas con las viejas tradiciones y prácticas políticas que se aprecian, por ejemplo, en la relación entre la autoridad central y los pueblos. Ésta es concebida fundamentalmente por éstos en términos de acuerdos pactados entre ciudades, aunque no están ausentes fórmulas unitarias de gobierno. El papel político desempeñado por las ciudades, tanto las capitales como las de provincia, y su tendencia de autogobierno aluden a la emergencia de soberanías locales, lo que pone en el tapete de discusión la cuestión de la soberanía y también las prácticas representativas que se inauguran, para lo cual hay que tener en cuenta las relaciones con las bases sociales y políticas que sustentan a los nuevos poderes.
En síntesis, si en la América hispana el proceso se inicia siguiendo los pasos de los acontecimientos que se producen en la península, cada vez más adquiere un vuelo propio encaminado a provocar una ruptura política y revolucionaria. Pero, ¿cuánto hubo de «revolucionario» en las independencias? Revolución, genéricamente, implica un giro radical con respecto a la situación anterior. Los propios actores que experimentaron esos tiempos históricos percibieron y no dejaron de expresar que eran partícipes responsables de decisivas transformaciones. Claramente, las independencias dieron lugar a los tiempos de primacía de lo político, donde los principales interrogantes sobre la institución de la sociedad y los fundamentos del poder entran a debatirse: ¿Quién ejercería los poderes legítimos? ¿Cómo organizarlos?, es decir, el problema de la gobernabilidad de las nuevas naciones surgidas del desmembramiento del Imperio español, que concierne, sobre todo, a la forma de gobierno que adoptar. Siguiendo este razonamiento, una cuestión que irrumpe por sí misma ¿Cómo los revolucionarios se erigieron en defensores de la república? No puede dejar de admitirse que el sistema republicano encarnado en la comunidad política de habitantes poseedores de virtudes cívicas, aprendidas muchas de ellas a través de los catecismos patrios, constituye una de las herencias más importantes del proceso de las independencias hispanoamericanas.
4. ¿Cuáles son las interpretaciones más relevantes, a su entender, que explican las independencias iberoamericanas?
A través del tiempo se fue reivindicando la inscripción en determinadas corrientes historiográficas de las interpretaciones que explican las independencias iberoamericanas. Una revisión significativa de los períodos previos e inmediatamente posteriores a las independencias comienza a darse a partir de la segunda mitad del siglo XX. Con ella se desplaza la de las historias patrias construidas por los historiadores del siglo anterior, y por consiguiente son rechazados los paradigmas del historicismo positivista. Algunas de esas nuevas visiones no dejan de nacionalizar el pasado buscando erigir mitos de la nacionalidad, acentuando en la interpretación el sesgo político ideológico; otras privilegian los temas institucionales, también los militares y los provenientes del campo de las ideas, acopladas a la historia descriptiva documental. Tanto unas como otras, en general, esquematizan los conflictos de intereses contraponiendo americanos con españoles como bloques monolíticos, reservorios de agravios acumulados durante los tiempos coloniales que eclosionan con la independencia.
Durante las décadas de los sesenta y setenta, el campo historiográfico vuelca su interés al análisis de las estructuras económicas y sociales y a la dominación colonial, debates dados sobre todo en el marco del marxismo funcionalista o del estructural funcionalismo, interesados en explorar el subdesarrollo. Las continuidades de las variables que signan la situación de dependencia de América Latina, según estas corrientes de interpretación, indican una naturaleza no revolucionaria de las independencias en la medida en que éstas no habían removido las tradicionales estructuras sociales, con lo que sobrevivieron las tradiciones y los poderes del Antiguo Régimen. Por consiguiente, el orden emergente no había absorbido los cambios que la etapa revolucionaria había podido acarrear y que actuaron como desestabilizadores que hubo que integrar a través del empleo de la fuerza. Esta corriente que desecha la interpretación de las independencias como revoluciones burguesas que, como tales, habían inducido al nacimiento de un capitalismo nacional, arriba a la conclusión de que no constituyen revoluciones sociales, pues las clases poseedoras, además del poder económico, supieron hacerse con el control político aprovechando el momento revolucionario.
En las décadas de los ochenta y noventa, el campo historiográfico en su conjunto, y en particular la historia social, reciben el aporte de la historia «desde abajo», nutriente que incide en las interpretaciones que se tenían sobre las independencias, abriendo otras vías de análisis. Una de esas vías se encamina hacia la indagación del descontento social, buscando sus raíces, indagando su composición y tratando de comprender el comportamiento de los sectores sociales y de la sociedad en su conjunto. En particular, la elite y la plebe se constituyen en conjuntos preferenciales en los análisis historiográficos. Otras vías se van encaminando hacia la historia regional y local, recorriendo estudios de casos e individualizando sujetos participativos que no tenían reconocimiento en el panteón tradicional de los héroes nacionales.
La renovación de la historia política signa profundamente el rumbo de las últimas dos décadas de la historiografía independentista. No se trata ya de una narración de acontecimientos políticos, sino ante todo de comprender la lógica de un proceso que pone en juego los elementos constitutivos de lo político. Sus focos preferenciales están dirigidos a lo institucional, cultural y a la cultura política, apareciendo con esta renovada perspectiva un flujo de publicaciones sobre las independencias y la conformación de los nuevos Estados. La historia política sigue aún campeando, linda con la historia cultural y también con una historia global que le permite interrelacionarse con distintos campos disciplinarios.
En medio de este panorama de renovación se instala la reinterpretación general de François-Xavier Guerra acerca de las revoluciones hispánicas. Este historiador sostiene que en todo el mundo hispánico, incluida la propia España peninsular, se producen al mismo tiempo fenómenos tan parecidos que dan lugar a esa denominación. Sus planteamientos sobre distintos tópicos, modernidad, actores políticos, republicanismo, soberanía, representación, liberalismo, sociabilidad, entre otros, decididamente impactan y renuevan el debate sobre las independencias y el nuevo régimen emergente.
Desde la historia conceptual, que evalúa tanto las modalidades de las apropiaciones que hacen los actores involucrados de las circunstancias políticas cambiantes de la época como los distintos significados que van conformando la historia de los conceptos, se abren nuevas perspectivas de análisis. Hay que reconocer que gran parte de la confusión imperante en la historiografía respecto a las independencias y a las organizaciones políticas que surgen de ellas proviene de una interpretación anacrónica del vocabulario político de la época. En este sentido, la historia conceptual entiende que con las independencias se inicia un proceso de reelaboración conceptual del legado imperial, siendo el momento constituyente de las historias nacionales. El lenguaje visto de esta manera no es sólo un instrumento para la expresión del pensamiento, sino que es histórico al diferenciar las voces de los propios agentes de las interpretaciones de los historiadores. Por consiguiente, se trata de hacer la historia de los modos característicos de producir conceptos y de rastrear los cambios de sentidos en esas categorías y en el sistema de sus relaciones recíprocas.
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