Al desplegar la servilleta, hay que prestar atención al traje, para no estropearlo al comer; y es conveniente que quede cubierto hasta el pecho.
Es deshonesto utilizar la servilleta para secarse la cara; peor es frotarse los dientes, y sería una falta de las más groseras contra la civilidad utilizarla para sonarse la nariz. También es cosa indecente usarla para limpiar el plato o una bandeja.
La utilización que puede y debe hacerse de la servilleta, cuando estamos sentados a la mesa, es para limpiarse la boca, los labios y los dedos, cuando están engrasados, para desengrasar el cuchillo antes de cortar el pan, y para limpiar la cuchara y el tenedor después de haberlos usado. Hay que prestar atención a no ensuciar el mantel, y que esté siempre limpio.
Después de haber desplegado la servilleta, hay que prestar atención a que tengamos el plato delante de nosotros y que el cuchillo, el tenedor y la cuchara estén a la mano derecha, a fin de que podamos tomarlos cómodamente.
Las reglas del decoro y de la civilidad cristiana (1703)
Jean-Baptiste de La Salle (1651-1719). Pedagogo, reformador y eclesiástico francés, proveniente de una antigua familia de juristas. Fundó varias escuelas cristianas para alumnos pobres, modificó la tradición de la enseñanza y escribió, además del tratado que aquí se cita, ejercicios espirituales, meditaciones y otros manuales de instrucción.
Erasmo de Rotterdam
Eso sí y eso no
Ofrecer tajadas medio comidas por ti a otro es costumbre poco honesta. El pan ya roído vuelto a sumir en la salsa es pueblerino; tampoco es elegante echar fuera de las fauces el alimento y volverlo a poner en el plato de uno; pues si acaso se ha tomado algo que no se deja tragar bien, apartándose a escondidas uno debe arrojarlo a algún sitio.
Volver a tomar una presa de la que ya se ha comido o unos huesos, una vez dejados en el plato propio, es considerado una falta.
Los huesos o cualquier otro resto que quede no los arrojes bajo la mesa, ensuciando el piso, ni los eches sobre el mantel de la mesa, ni los devuelvas a la fuente, sino apártalos a un rincón de tu plato o en el platillo que entre alguna gente se pone al lado para recoger los restos.
Arrojar comida a los perros ajenos es considerado necedad; más necio es andar sobándolos durante el convite.
Pelar la cáscara del huevo con las uñas de los dedos o con el pulgar es ridículo; hacer eso mismo metiendo la lengua, más ridículo aún; con un cuchillo se hace más decorosamente.
Roer los huesos con los dientes es perruno; limpiarlos con el cuchillo, urbano.
La marca de tres dedos impresa en el salero se dice en broma común que es la enseña de los pueblerinos; debe tomarse lo suficiente de sal con el cuchillo. Si el salero queda demasiado lejos, debe pedirse tendiendo el plato propio.
Lamer el propio plato o la bandeja donde ha quedado pegada azúcar o algo dulce es cosa de gatos, no de hombres.
La carne córtala antes en tu plato; luego, añadiendo a la vez pan, mastícala algún tiempo antes de hacerla pasar al estómago; esto no sólo toca a las buenas formas sino también a la buena salud.
Algunos devoran más que comen, de una manera que, como dicen, parece que se los fueran a llevar a la cárcel; propia de bandoleros es esa manera de tragar.
Algunos meten tanto a la vez en la boca que los carrillos se les hinchan por ambos lados como fuelles. Otros, al masticar, con el despegarse de los labios, hacen un ruido a la manera de los cerdos. No faltan quienes con el afán de tragar resuellan también por las narices, como si se fueran a ahogar. Con la boca llena, beber o hablar no es honesto ni sin riesgo.
Una alternancia de conversaciones debe romper la continuidad de la comida. Algunos, sin atenerse a interrupción, comen y beben no porque estén hambrientos o sedientos, sino porque no saben de otro modo moderar sus ademanes sin que se rasquen la cabeza o se escarben los dientes o se pongan a gesticular con las manos o a jugar con el cuchillo o a toser o a carraspear o a escupir. Tal usanza, nacida de un pudor pueblerino, no deja de tener algún atisbo de demencia. Al escuchar las charlas de otros debe disimularse lo que en ello haya de tedio, si no se ofrece oportunidad de hablar uno.
No es urbano sentarse a la mesa meditabundo; pero a algunos puedes verlos pasmados a tal punto, que ni oyen lo que otros dicen ni se dan cuenta de qué comen, y si los llamas por su nombre parece como que los sacaras de un sueño; a tal punto está su ánimo entero fijo en la vajilla.
No es civilizado, rondando con los ojos, andar atisbando qué es lo que cada cual come; ni es tampoco bueno mantener fijos los ojos mucho tiempo sobre uno cualquiera de los comensales; más inurbano todavía mirar de soslayo, como los machos cabríos en Virgilio, a los que se sientan al mismo lado de la mesa; lo más inurbano, contemplar, torciendo a la espalda el cuello, a ver qué asuntos se traen en la otra mesa.
Ponerse a cuchichear porque algo más libre de la cuenta se haya dicho o hecho a favor de brindis o bebida, para nadie es decoroso, cuanto menos para un niño.
Un muchacho, cuando se sienta con mayores de edad, no debe hablar nunca, si no es por fuerza de necesidad o bien porque alguien le invita a hacerlo. De las cosas graciosas que se digan se reirá moderadamente; de los dichos obscenos no se reirá en ningún caso, pero tampoco arrugará la frente, si es elevado en dignidad el que lo ha dicho, sino que compondrá la traza del rostro de modo que parezca que no ha oído o que por lo menos no ha entendido.
El silencio adorna a las mujeres, pero más a la niñez.
De la urbanidad en las maneras de los niños (1528)
Erasmo de Rotterdam (1466-1536). Gran intelectual del Renacimiento y primer editor del Nuevo Testamento, sus escritos fueron precursores en el viraje de la escolástica medieval al estudio de los clásicos griegos y latinos. Se lo considera uno de los primeros ideólogos del concepto de Europa y el modelo del humanista. Su obra más famosa es el Elogio de la locura.
Lucio V. Mansilla
Le quatorzième
Le quatorzième, no puede ser cualquiera. Se requiere ser joven, no pasar de treinta y cinco años, tener un porte simpático, maneras finas, vestir bien, hablar varios idiomas y estar al cabo de todas las novedades de la época y del día.
Cuando alguien ha convidado a varios amigos a comer en su casa, en el restaurant o en el hotel, y resulta que por falla de uno o más no hay reunidos sino trece y que se ha pasado el cuarto de hora de gracia concedido a los inexactos, se recurre al quatorzième.
¡Cómo han de comer trece, exponiéndose a que bajo la influencia de malos presentimientos, la digestión se haga con dificultad!
Se envía, pues, un lacayo en el acto, por el quatorzième. En todos los barrios hay uno, así es que no tarda en llegar; es como el médico.
Entra y saluda, haciendo una genuflexión, que es contestada desdeñosamente; y acto continuo se abre la puerta que cae al comedor, o no se abre, porque los convidados pueden estar en él o por cualquier otra razón, y se oye: Monsieur est servi!
Siéntanse los convidados. ¡Qué felicidad! ¡La sopa humea de caliente, no se ha enfriado! La alegría reina en todos los semblantes. Han comenzado a sonar los platos, chocarse las copas. De repente óyese un grito del anfitrión:
–¡Ahí está al fin! Siéntese usted donde quiera, que los demás no vendrán ya.
Y Monsieur de la Tomassière (en un tipo de este apellido, Paul de Kock ha personificado el tipo de esos amigos fastidiosos que siempre llegan tarde), se presenta y se sienta, pidiendo disculpas a todos y protestando que es la primera vez que tal cosa le sucede.
Mientras tanto, le quatorzième ha visto una seña del dueño de la casa, que en todas partes del mundo quiere decir: retírese usted y sin decir oste ni moste se ha eclipsado.
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