3.4 Texto en verso
El traductor de un texto literario se ve con frecuencia ante el dilema de mantener la forma o de mantener el contenido de lo dicho por el autor. En el caso de Los bandidos nos decantamos muy pronto por mantener la densidad del contenido y la variedad de registros de lengua, y por esta razón se descartó la posibilidad de recrear en verso los numerosos cantos y citas de obras usados por Schiller con esta forma. La diferencia entre los esquemas métricos de ambas lenguas (y la enorme dificultad para encontrar equivalentes en castellano con un número similar de sílabas) contribuyó sin lugar a dudas a optar por la prosa en estos casos. Se respetó el ritmo en donde fue posible y, ahí sí, se procedió con gran escrupulosidad en la elección de los equivalentes de traducción para mantener el indiscutible registro literario de los textos. El único caso donde no se opta por las traducciones de registro más alto es en la canción de los bandidos que abre la escena quinta del cuarto acto: el tono del original es claramente vulgar, en ocasiones soez:
Robar, matar, ir de putas, pelear
sólo es nuestra diversión.
Mañana nos ahorcarán,
por eso, pues, riamos ahora. 3
3.5 El título de la traducción
Cuando aceptamos el reto de preparar una nueva edición de Los bandidos, nos planteamos también la cuestión del título de la obra. Esta decisión no resulta nada fácil, puesto que en los más de ciento treinta años transcurridos desde la publicación de la primera edición en castellano parece que es ése el título que ha adquirido carta de naturaleza en el mundo literario en castellano. Consideramos, sin embargo, que el carácter de los bandidos, en especial de Karl Moor, podría dar cabida a otros títulos. Esta cuestión no merecería mucho interés si se tratara de una obra desconocida para el público, pero no es ése el caso de esta obra de Schiller. En el caso de Los bandidos, un cambio de título de la traducción podría generar ciertas incomodidades entre especialistas y lectores en general: podrían pensar que se trata de una obra desconocida cuando no es ése el caso. Aun así, consideramos la posibilidad de ofrecer un título alternativo tras seguir un procedimiento riguroso para apoyar (o no) el cambio de título.
El primer paso que se dio fue recopilar todos los títulos dados a este drama: junto al ya establecido de Los bandidos encontramos también el título de Los ladrones, dado por Eduardo de Mier y Barbey a su traducción de 1881. 4
Nuestra reflexión se encaminaba, sin embargo, por otros derroteros. El carácter de «buen ladrón» que se puede atribuir a Karl Moor, unido a la voluntad expresada al principio de querer subvertir un orden social considerado injusto y opresor, nos inclinó a pensar en el término bandolero para el título de la obra: recordemos que la figura del bandolero surge en paralelo a la resistencia popular ante la invasión napoleónica y que algunos de ellos eran conocidos por su bondad hacia los más desfavorecidos.
Una vez tomada la decisión de cuestionarnos la adecuación del título, ampliamos el catálogo de términos susceptibles de sustituir al establecido y, junto a bandido y bandolero, consideramos también forajido y proscrito, si bien este último fue descartado prácticamente desde el principio debido a la asociación casi inmediata con Robin Hood y los proscritos del bosque de Sherwood.
Con la terna de sustantivos candidatos a título se siguió el mismo procedimiento: primero se consultó el significado exacto de cada uno de ellos en el Diccionario de la Real Academia Española 5y, a continuación, se realizó una búsqueda más detallada de los usos de cada uno de los términos mediante herramientas de búsqueda textual en Internet (Google), ya que no siempre la descripción contenida en los diccionarios es el reflejo más fiel del uso actual de la lengua. Así pudimos constatar que tres de los términos que consideramos (proscrito, bandido y bandolero) tienen un origen similar: los tres sustantivos designan a «fugitivos de la justicia llamados por bando», 6aunque el diccionario de Corominas 7asocia bandolero al término catalán bàndol en su acepción de «bando, facción, partido», es decir, bandolero sería el integrante de un bando, facción o partido.
Este trabajo de cala bibliográfica a través de la Red arrojó resultados inte resantes. Las connotaciones propias del término forajido y su asociación inmediata con los westerns hicieron fácil descartarlo: quedaban, pues, sólo bandidos y bandoleros como posibles títulos. En nuestra búsqueda por la Red encontramos un artículo sobre el mito romántico del bandolero andaluz que nos confirmó que Los bandidos era la mejor opción posible. 8En el artículo se citan las memorias de Julián de Zugasti, gobernador de Córdoba hacia 1870, quien tuvo entre sus metas acabar con el bandolerismo andaluz. Para realizar esa misión, se entrevistó en la cárcel con un bandolero conocido como el Garibaldino para conseguir información que permitiera atajar aquella lacra social. En el transcurso de la charla, la conversación recae sobre la figura de José María el Tempranillo, personaje considerado como el prototipo del bandolero andaluz. Reproducimos a continuación el fragmento que nos ayudó en nuestra decisión:
Cierta noche prolongué mi visita en la cárcel más de lo acostumbrado, departiendo con el Garibaldino, y habiendo yo de antemano hecho recaer la conversación sobre las aventuras, vida, carácter y rasgos generosos de algunos célebres bandidos, entre los cuales cité naturalmente al famoso José María [El Tempranillo].
Al citar este nombre convino conmigo en que había manifestado en alguna ocasión rasgos plausibles; pero añadió en seguida, con expresión desdeñosa, que, aparte el valor, era una figura muy vulgar, sin elevación alguna, sin grandeza de miras, y sin aquella intención social que sólo puede concebirse en un espíritu verdaderamente superior, ilustrado además por la educación y la cultura.
Confieso francamente que llamó sobremanera mi atención la inesperada frase de intención social, y en aquel momento, por una inevitable asociación de ideas, me acordé del famoso drama de Schiller titulado Los bandidos, en que se idealiza hasta el extremo la ruptura de todo vínculo con la sociedad, bajo el pretexto de reformarla, y maquinalmente exclamé:
–¡No era posible que José María fuese un Carlos Moor!
–¡Es cierto! ¿Conoce usted ese gran drama? –preguntóme el antiguo capitán Garibaldino.
–Sí, le conozco.
–¡He ahí la realización y apoteosis del ideal, que siempre he llevado en mi corazón y en mi mente! ¡Qué concepción tan gigantesca! ¡Qué tipo tan simpático y maravilloso!
Y el capitán Mena, con los ojos radiantes y con trágica entonación, comenzó a recitar en alemán largas tiradas de versos de este bellísimo y a la par deplorable drama.
Yo, entre tanto, le contemplaba silencioso, admirado y afligido.
Cuando hubo terminado sus recitaciones, exclamó:
–¡Carlos Moor es el verdadero bandido, bueno y honrado!
–¿Qué quiere usted decir?
–Que el verdadero bandido es aquel que, por la fuerza o por la astucia, viola las leyes, frecuentemente defensoras del privilegio y enemigas de la justicia, con la intención de proteger a los humildes y abatir a los soberbios, llegando a ser así la espada de la Providencia para corregir las irritantes y enojosas parcialidades de la fortuna, o por mejor decir, del crimen afortunado. Por eso, José María, Diego Corrientes y otros despojaban a los ricos para favorecer a los pobres, y bajo este aspecto eran verdaderos bandidos y merecen la fama que rodea sus nombres; pero lo eran por sentimiento, por instinto, alguna vez por casualidad, y siempre sin la conciencia y alcance moral y social de sus actos. 9
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