El fenómeno se llama “microquimerismo fetal” y fue descubierto en los años 90. Para saber más puedes buscar en Google el término y leer alguno de los cientos de artículos que aparecen. Yo te recomiendo uno publicado por el diario El País 9que aparece entre los primeros resultados.
Resulta que las mujeres embarazadas adquieren células del feto que sobreviven en su cuerpo durante toda su vida. Se estudia incluso que esas células trabajan el cuerpo de la madre en beneficio de ese hijo estimulando, por ejemplo, la producción de leche o elevando su temperatura corporal para estar más calentito.
¿Y a qué viene esto? Pensarás. ¿Un tema de microbiología en un hilo sobre la Virgen María?
Pues sí que tiene implicaciones muy interesantes porque es un argumento más para afirmar la necesidad de que María esté hoy viva en cuerpo y alma. Si afirmamos, con la Iglesia, que Jesús es Dios, que murió, resucitó y ascendió con su cuerpo glorioso al cielo y que, como dicen los estudios, María portaba células vivas de Jesús actuando en su interior, en su corazón, en su cerebro…
¿No resulta casi necesario que ese cuerpo entero fuera preservado de la corrupción y fuera resucitado junto al de su Hijo? Si lees más sobre el asunto, se pueden pensar mil implicaciones de este fenómeno. Las dejo a tu imaginación.
Pero me quedo con un dato. Estas células del hijo suelen migrar a los tejidos dañados de la madre y repararlos e incluso requisar vías neuronales e influir en las emociones y comportamiento de la madre…
¿Cómo influirían las células de Jesús en el corazón roto de María en la Pasión? ¿Cómo la ayudarían a sobrellevar tal dolor? ¿No fue la Pasión algo “de dos”?
En la película “La Pasión de Cristo”, hay un momento en el que se recoge muy bien esa “química” no solo de dos almas, sino de dos cuerpos que están en sintonía. Es cuando María apoya la cara en el suelo justo en el lugar bajo el que “sabe” que se encuentra Jesús apresado…
“La Pasión de Cristo” (2004), de Mel Gibson
Decía san Juan Damasceno que “era necesario que aquella que había visto a su Hijo en la cruz, recibiendo en el corazón aquella espada de dolor (…), lo contemplase sentado a la diestra del Padre”. Y eso es lo que celebramos el día de la Asunción. Que ella lo contempla ya sentado en su trono.
Dos almas y dos cuerpos tan íntimamente unidos que no pueden sino estar juntos, para toda la eternidad.
Una gran fiesta para toda la familia humana de la que tú también eres partícipe. Así que: ¡Felicidades! Felicidades porque, contemplando a María hoy en la gloria del cielo, junto a su Hijo, comprendemos que tampoco es para nosotros la tierra nuestra casa definitiva, sino que nos espera la resurrección en esa tierra nueva.
Donde nos aguarda con los brazos abiertos nuestro Padre ¡y también nuestra Madre! ¡Nuestra querida y amada Virgen María!
3
María y el Espíritu Santo,
“la blanca paloma”
#HilodelRocío
¡Qué pena que Pentecostés, la tercera fiesta cristiana más importante (rivalizando con la Navidad en la segunda posición), sea tan desconocida para tantos! Por eso, quiero explicar algunas cosas de ella con la ayuda de María.
El domingo de Pentecostés marca el final de la cincuentena pascual, el tiempo litúrgico que sigue a la fiesta más importante del año para los cristianos: la Pascua de resurrección del Señor. Pentecostés significa, de hecho, quincuagésimo, el día 50. Los cristianos conmemoramos el envío del Espíritu Santo sobre los discípulos reunidos. Pero, si leemos el libro de los Hechos de los Apóstoles que narra el episodio, ya dice que este sucedió “al llegar el día de Pentecostés”.
O sea, que la fiesta ya existía antes, pero con un significado distinto que ya estaban celebrando los apóstoles, junto con María, en el cenáculo. Conocer las costumbres judías que Jesús, María, José y los apóstoles practicaban como buenos judíos, nos puede ayudar mucho a entender qué nos quieren decir hoy aquellos sucesos.
El “Pentecostés” judío se llama también Shavuot (que significa semanas), en referencia a las 7 semanas desde la Pascua, y conmemora la entrega de las tablas de la ley a Israel en el Sinaí tras su salida de Egipto y la elección de este pueblo como la “propiedad personal” de Dios. También era una fiesta agrícola pues coincidía con la recogida de la cosecha. Esos primeros frutos de la tierra, las primeras gavillas, se presentaban en el Templo de Jerusalén. Por eso se llama también la “Fiesta de las Primicias”, que se entregaban a Dios. El Shavuot era una fiesta judía de primer orden junto al Pesaj (la Pascua, que recuerda la salida de Egipto) y el Sucot (fiesta de las tiendas, que rememora los 40 años en el desierto).
Pesaj, Shavuot y Sucot son los “Shalosh Regalim” las tres peregrinaciones. Las tres fiestas judías más grandes en las que todo Israel peregrinaba al templo de Jerusalén.
Cuando digo todo Israel, digo todo Israel. Dicen que el país se quedaba prácticamente vacío durante estos días puesto que todos los judíos observantes de la ley acudían sin falta a la capital del reino.
Pero conozcamos mejor cómo eran aquellas peregrinaciones y lo vamos a hacer de la mano del Evangelio. Recordarás, por ejemplo, que Lucas nos cuenta cómo José y María iban “todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua” 10. En una de estas, concretamente –narra Lucas– en la del año en que Jesús cumplió los 12, ocurrió el episodio del niño perdido y hallado en el templo. Ya sabes: la Pascua terminó, los peregrinos emprendieron viaje de regreso, pero Jesús se quedó en Jerusalén.
José y María, “creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino y lo buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarlo se volvieron a Jerusalén en su busca” 11.
Hoy se nos pierde un niño de vista 5 minutos y nos creemos morir. Pero Jesús y María (mejores padres no se pueden tener) viajaban tranquilos, porque aquella forma de peregrinar era así. Todos eran parientes o conocidos, los niños iban jugando con los primos y los hijos de la vecina, se perdían un rato, y luego te los encontrabas más adelante.
En 2017 tuve la suerte de hacer el Camino de Santiago junto a mi mujer y mis hijos y 1.300 personas más en la gran peregrinación que organizó Acción Católica. Imagínate 1.300 personas caminando por una vereda de los bosques gallegos, la fila era a veces kilométrica.
El ambiente era estupendo. Jóvenes de parroquias, familias con sus hijos… Los niños se juntaban con los de su edad, iban más adelante o más atrás. Se ponían a cantar con unos, a charlar con otros… Y los padres igual, pero al final nos encontrábamos todos en la siguiente parada.
Esa peregrinación no fue solo un viaje personal al encuentro con Cristo (que también). Fue un viaje comunitario, como Iglesia, como pueblo de Dios. No se puede amar a Dios a quien no vemos sin amar al hermano a quien vemos. Por eso, el componente de convivencia que lleva consigo toda peregrinación tiene también un sentido pedagógico muy serio. Buscamos a Dios, pero juntos, como hermanos.
Bueno, y todo esto, ¿a qué venía?
¡Ah, ya! Yo estaba explicando que Pentecostés era una fiesta en la que todos peregrinaban a Jerusalén y que por eso estaban allí todos, María y los apóstoles. Nos lo cuenta también el evangelista Lucas que, por si no lo sabías, es el autor de los Hechos de los Apóstoles.
Y dice que, estando en la ciudad,
“De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.
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