Analizo en este libro los supuestos que están en la base de la “elección del sexo” en períodos tempranos, en particular la identidad de género en la primera infancia. Considero necesario el abordaje que realiza el psicoanálisis de la sexualidad en el período que trascurre de la niñez a la adolescencia. También me ha parecido importante considerar las opiniones de intelectuales tran s, que no identifican la elección con el libre arbitrio del niño y le devuelven al término la densidad y complejidad que el mismo merece. Ejemplos de mi clínica serán un aporte sobre el tema.
Una característica de nuestra actualidad es el fenómeno trans , y es de mi interés en este libro no circunscribirlo al campo relativo a las temáticas de diversidad sexual, sino analizar su extensión en diversos ámbitos, para luego notar su incidencia en la clínica psicoanalítica. En nuestros días, el alcance de la transvaloración anunciada por Nietzsche, tiene una magnitud ubicua no limitada a los estudios sobre género, el cual sería, en este sentido, una de sus consecuencias. La sintomatología que muchos pacientes presentan, no obedece a las teorizaciones clásicas que compartimos los psicoanalistas, y si bien estas son nuestros pilares y se mantienen vigentes, los nuevos casos nos obligan a redefinirlas. Es que trans como partícula significa “más allá de”, y es esta la dimensión con la que nos encontramos cuando surgen manifestaciones clínicas que sobrepasan a las de antaño. Las mixturas y las gradaciones que muestran ciertos cuadros, no responden a las antiguas biparticiones entre psicosis y neurosis, de modo que esa no delimitación no se reduce al género sexual. Por otra parte, la caída del Nombre-del-Padre trae aparejada la evaporación del conflicto, de la culpa y de la responsabilidad, y nos confronta con una clínica en la que se ausenta el sentimiento trágico de la vida. (6) Varios ejemplos extraídos de mi práctica serán pensados a partir de las diferentes décadas que atravesó nuestro país y sus marcas en las diversas historias.
El término “deconstrucción” se ha levantado como bandera de movimientos que quieren disolver los conceptos adosados a las biparticiones hombre-mujer. Consignas tales como “deconstruir al varón”, “deconstruir al patriarcado”, o “deconstruir el género”, son de uso corriente. Sin embargo, su empleo es mucho más abarcativo y alcanza a lo relativo a la moral, a las costumbres, a los ideales, al lenguaje y hasta al género humano, como si se tratase de un ideal ilimitado. En los últimos capítulos me detengo en las consignas feministas vinculadas con la decontrucción del patriarcado, levantadas con justicia y con vehemencia frente a los terribles femicidios a escala planetaria. Considero de suma importancia no equiparar “machismo” con “patriarcado”, y desarrollo la manera en la que el machismo es una manifestación de la decadencia del sistema patriarcal.
Derrida elaboró el concepto de “deconstrucción” apoyándose en Heidegger y en su exégesis del ser, para utilizar un método en el que se fragmentan textos y se encuentran márgenes antes desechados por los discursos hegemónicos. Claro que para estos filósofos no se trata tanto de lo trans como del más allá, sino de “tras”, (7) en el sentido de “ver a través de”, hallar en suma lo encubierto que no sólo se olvida, sino que se ha olvidado que se olvida. Fue el mismo Derrida (8) quien advirtió sobre el peligro del uso abusivo que estaba teniendo la palabra, uso que la hacía equivalente a “destrucción” y que se alejaba del sentido que él le había otorgado.
La deconstrucción derridiana parte de un análisis detallado de los bordes discursivos para captar detalles invisibilizados hasta ese momento y, en definitiva, conmover la estructura predefinida y el significado absoluto que hegemoniza el logos . Si bien muchos detractores y críticos de la corriente, han afirmado que una de las consecuencias de una liberalización de las estructuras del contenido en su fondo y forma, generaría un relativismo del “todo vale”, el método tiene un carácter analítico que se enmarca en una aguda indagación del texto. Y no habrá que olvidar que este autor necesitó ubicar el límite de la deconstrucción en lo indeconstruible, por ejemplo, la justicia. (9) La desconstrucción derridiana es un ejercicio de detectar lo “otro” en los discursos aparentemente homogéneos, convirtiéndose en un verdadero procedimiento de las investigaciones literarias, antropológicas y estéticas. Transvaloración y deconstrucción tienen puntos de contacto, con lo que lo ha llevado a Rorty (10) a considerar que fue Derrida quien logró realizar el sueño nietzscheano del filósofo-artista.
Así, para estudiar el fenómeno trans , es necesario remitirse a toda una corriente filosófica: Hegel con su idea del fin de la historia como disolución de los opuestos; Nietzsche con la devaluación de los valores, por no estar ellos ligados a la vida, o con su más allá del bien y del mal denunciando la raíz pulsional de la moral; Heidegger desmantelando a la metafísica occidental; Derrida y Deleuze llevando la deconstrucción a planos insospechados, sólo para citar algunas de las muchas influencias.
Por otra parte, ha sido el psicoanálisis el gran deconstructor de las ilusiones del yo, y es por eso que Freud afirma que ninguna afrenta ha sido más sentida para el narcisismo que aquella que le indica que no es amo en su propia casa. Sin embargo, se reivindica como bien supremo una libertad “yoica” sustraída de cualquier determinación, que, por otra parte, es puesta en jaque por el control de los cuerpos sabiamente anticipado por Foucault al referirse a la biopolítica. Gracias a la tecnología, nuestros datos ya no son secretos y los microchips (11) que últimamente se han diseñado servirían para que en el futuro se pudiesen aún más detectar nuestros movimientos como ya lo hacen los dispositivos de rastreo. Pero los mecanismos de coacción no son vividos como tales por la misma ilusión de libertad, ausente en la época de Freud. Vivimos el traspaso de una sociedad disciplinaria, en la que nació el psicoanálisis, a una de control.
La deconstrucción ha tenido un perfil eminentemente político como rebelión frente a instancias que centralizando el poder excluyen la contradicción. ¿Se derrumba por ello el discurso hegemónico o adquiere nuevas formas menos visibles, pero no por ello menos determinantes? ¿Es que en nuestra actualidad tiene tanta vigencia el patriarcado o la tecnología en su relación con la biopolítica como gobierno de la vida? ¿Es acaso deconstruible la adhesión a los aparatos tecnológicos que cobran tanta supremacía en nuestra existencia? ¿Y la dominación que ejercen sobre los gustos, los consumos, los cuerpos, la manera de pensar, las ideologías, etcétera? Las guerras ya no serán tanto nucleares como digitales, tal como Assange lo ha puesto en evidencia, ya que el capitalismo ha sufrido un gran cambio, y ya no se trata de la explotación del cuerpo por el trabajo generador de plusvalía, sino de la explotación de la mente. Las mega compañías privatizan lo que Marx denomina bien común, y es así que la pandemia que hoy nos toca vivir no es sólo viral sino digital. De este modo, por ejemplo, se reciben gran cantidad de consultas por la gran preocupación de los padres ante hijos que no dejan ni un minuto los celulares. Tal adhesión va desde un comportamiento adictivo vinculado con jueguitos y contacto con amigos, hasta intercambio con desconocidos y el riesgo consiguiente. Púberes cuya curiosidad y aislamiento –recrudecido por la pandemia y el confinamiento– los hizo entrar en páginas pornográficas comandadas por pedófilos, hábiles en captar la indefinición de esos años juveniles. Los padres, aparecen angustiados por no poder operar, impotentes ante esa invasión infernal. Es que las marcas históricas atribuidas antaño a la neurosis infantil y a los significantes del Otro parental, son relevadas por los influjos digitales. (12) ¿Hijos del patriarcado o del virus digital? ¿Libertad?
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